Opinión

La autoprotección en tiempo de crisis

17 de abril de 2018

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Conversando con mi amiga Dheodá Vivas de Borrero, excelente persona, con expresión sinceray auténtica, y reconocida profesional de la Psicología, quien domina en profundidad los elementos que determinan el comportamiento y la conducta humana, surgió de su parte una palabra que me pareció clave para sobrevivir en esta crisis venezolana. A mí, en particular, por aplicación personal, me parece que ese término es la tabla de salvación individual para no caer en el precipicio de la angustia, de la desesperación, de la frustración, de la ira, de la sobreintoxicación de información dañina y, por lo contrario, conservar una buena salud mental, un esquema emotivo saludable y un vivir con disfrute de cada instante de soplo que Dios nos obsequia. Ese vocablo prodigioso es la autoprotección.

Siempre tendremos un montón de cosas y acontecimientos que no podremos cambiar, que no podremos controlar, que escapan de nuestra voluntad y con los cuales, inexorablemente, debemos convivir. Por sí solos no podemos transformar el mundo para ajustarlo a nuestra conveniencia. Al salir a la calle, tal vez debemos aceptar que tendremos que meternos en la cola de la gasolina, que no encontraremos el producto que buscamos, que la gente anda crispada e intolerante ante la magnitud de esta tragedia nacional; que el vehículo lo tendremos que estacionar indefinidamente en casa, esperando un no sé qué para poder repararlo, que hay seres de nuestros afectos cercanos que esperanzados se van en búsqueda de mejores horizontes y, tal vez, pasarán años sin que podamos abrazarlos de nuevo. Todo eso nos puede causar malestar, preocupación, lágrimas, tristezas, conmoción e hipersensibilidad. Pero no podemos desgastar los minutos preciosos de la vida llenos de tanta angustia, limitándonos nosotros mismos para buscar, con un sentido más inteligente y provechoso, la continuidad  de una existencia que nos llene plenamente en el ámbito emocional, espiritual y afectivo. Estamos vivos y los únicos que no pueden arreglar su vida son los muertos. Es que tenemos tantas cosas por las cuales debemos sentirnos felices y autorrealizados, pero ocupamos más tiempo pensando en los obstáculos que en las oportunidades. Si despertamos y estamos realizando  algún oficio, es que tenemos el tesoro de la vida y el bien del trabajo. Somos un milagro que Dios quiso realizar en la dimensión microcelular del óvulo y el espermatozoide. Esa es la primera ganancia por la cual deberíamos estar agradecidos. Lo dice Facundo Cabral: “Mientras más gente nace, eso significa que Dios cree en la humanidad”.

Este actuar en la vida con lo que se llama inteligencia emocional e inteligencia espiritual debería ser una actitud permanente. El goce de momentos felices es de nuestra exclusiva responsabilidad. El estado anímico de cada uno depende de nosotros mismos. Cada quien decide enfocarse en la búsqueda de momentos gratos o no, de reír o sufrir. Una conversación hacia nuestros adentros con frases como “hoy me comprometo a ver el lado bueno de mí, el de mis semejantes, y a disfrutar de mi espacio y de mi tiempo”, son los pensamientos que deben transformarse en actitudes sanas, para sentirnos bien, con o sin o a pesar de las dificultades. Frases como “mi vida es un cuadro listo para reflejar una hermosa pintura”, “yo soy una persona, sana, feliz y útil”, “yo me amo y me acepto”, “disfruto de los pequeños detalles que llenan plenamente mi corazón”, “yo elijo vivir mi vida con amor”, “cada día es un buen día para estar vivo”, nos fortalecen nuestro esquema de existencia saludable y nos proporcionan autoprotección.

Las heridas que tuvimos en el pasado, las alcabalas que tenemos que traspasar en el presente, son maletas imposibles de cargar. Metamos en la mochila enseres livianos para proseguir este fabuloso viaje cósmico y terrenal. No es que ignoremos que el mundo tiene sus tribulaciones, pero en ese morral tenemos todos los utensilios para desafiarlas y con ellos encontrar las respuestas del por qué estamos aquí y ahora. Ese es mi derecho a ser feliz y nada ni nadie puede arrebatármelo si estoy dispuesto a hacerme responsable de mi bienestar.  (Isaac Villamizar)

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