Opinión
La balanza sin espejo
lunes 17 noviembre, 2025
Antonio Sánchez Alarcón
Cuando alguien dice “esto es verdad”, la escena suele ser simple: Una frase corresponde a un hecho. “Llueve” y efectivamente llueve. La ventana nos lo confirma. Pero en el terreno de la ciencia, la verdad no se sostiene en espejos. No basta con que algo “corresponda”. Se requiere algo más complejo, más fértil: que funcione dentro de un sistema que no se derrumbe por su propio peso.
La idea de verdad como identidad sintética —no se asuste con el término— nos permite entender que en la ciencia, la verdad no se verifica mirando por la ventana, sino trabajando dentro del taller. Y ese taller se llama cierre categorial: Un sistema donde los conceptos, las operaciones y los teoremas están unidos como engranajes de una máquina.
Imaginemos una receta de cocina. No basta con decir que una torta existe para que lo dicho sea “verdadero”. La verdad está en el resultado del proceso, en cómo los ingredientes y pasos se integran sin contradicción hasta producir algo comestible (y mejor si es sabroso). Lo mismo hace una ciencia: Combina elementos —conceptos, datos, procedimientos— que, correctamente integrados, producen nuevos resultados que no estaban “dichos” al principio. Eso es una identidad sintética: Una verdad nueva, surgida de la construcción, no de la simple copia.
Pensemos en un caso: la física. No dice que “la manzana cae” porque alguien la vio caer. Lo dice porque, dentro de su estructura teórica, la caída es deducible, medible, y además permite predecir otras caídas. No es una frase suelta que se verifica mirando al cielo, sino una conclusión que surge al operar dentro de su propio campo cerrado.
Por eso, en la ciencia, la verdad no es una correspondencia ingenua con “la realidad”, como si el mundo estuviera allí esperando que lo transcriban. La ciencia no copia el mundo: Lo reorganiza, lo mide, lo opera. La verdad no está en la fotografía, sino en la receta.
Ahora bien, esto tiene un efecto colateral: Fuera de ese campo, la “verdad” pierde valor. Un teorema matemático es impecable dentro de las reglas del álgebra, pero no nos dice nada sobre cómo ser feliz. El problema comienza cuando se quiere extender esa “verdad técnica” al resto de la vida, como si todo se pudiera resolver con fórmulas.
Confundir la verdad científica con la verdad humana —la que se juega en el dolor, la ética, la política, el amor o el miedo— es como querer pesar una promesa en una balanza. Hay cosas que solo existen fuera del laboratorio.
La verdad científica, entonces, no se apoya en un espejo, sino en un andamiaje. No necesita ser “igual” a algo que está fuera, sino mantenerse coherente dentro de su propio juego. Y ese juego tiene reglas estrictas, donde lo verdadero no es lo obvio, sino lo necesario.
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