“No habrá verdadera Revolución si no tocamos la fibra moral de la nación, para elevarla hasta lo más sublime del ser humano”.
Hugo Rafael Chávez Frías
Es indudable que nuestro país está viviendo una profunda crisis en todos los órdenes y que si bien se expresa en mayor grado en lo político y en lo económico, su raíz está en lo moral, base que ha sido trastocada por quienes apuntan a la destrucción de Venezuela.
Por todos los medios se nos ha querido someter y ello se refleja en una desmoralización de los venezolanos. Este cúmulo de hechos que se han generado gracias a una estrategia establecida desde laboratorios y centros de poder, apuntan a lo moral y en especial a los valores que sustentan nuestra patria.
Instituciones que deberían estar al frente de la siembra de valores y de principios, los cuales siempre han servido para la consolidación de una sociedad en armonía, hoy se han puesto al servicio de los enemigos de la patria.
No escapan la Iglesia y la secundan otras instituciones, las cuales tienen como misión fundamental el servicio público y la atención a los ciudadanos, tanto en el campo público como en el privado.
Un ejemplo de este desorden y este comportamiento, ajeno a la conducta que siempre había caracterizado a los venezolanos, lo representa el desdén y la descarada actitud de desprecio con la cual los servidores públicos atienden a los ciudadanos, en cualquier requerimiento que se hace a través de instituciones, tanto públicas como privadas.
En días recientes hemos observado cómo en las diversas instituciones bancarias, públicas y privadas del país, se ha orquestado una política de desprecio y de manipulación para que todo sea un caos y no funcionen los servicios a los cuales se deben estos entes, que por cierto juegan con los recursos de los venezolanos y obtienen jugosas ganancias, quizá como nunca antes en nuestra Revolución Bolivariana.
Solo basta, a pesar de los nuevos servicios de Internet y la banca electrónica, observar la actitud que ofrecen los funcionarios bancarios a los clientes y usuarios cotidianos de la banca en sus instalaciones y sedes de servicio.
Es una grosería y desorden lo que se manifiesta en los bancos, en sus cajeros automáticos programados para que no funcionen, en especial los fines de semana, y que se formen largas colas a la hora de retirar cifras limitadas de dinero, en el uso cotidiano de quienes manejan cifras menores e indispensables para las compras familiares.
Más significativo resulta el mal trato de los funcionarios de la banca pública y privada, quienes perdieron el sentido de responsabilidad y de compromiso de servidores públicos, cuando observamos cómo se comportan con los clientes y usuarios que requieren de sus servicios, en especial con los ancianos y personas de la tercera edad.
De una manera indolente y grosera, quienes fueron contratados para ofrecer los servicios, arremeten contra las personas, incluso con insultos y ofensas, en especial con las personas jubiladas.
Ni hablar de quienes por haber llegado a una edad que les hace merecedores de una pensión, son vejados e incluso limitados a retirar cifras vergonzantes de sus pensiones, por el capricho de una entidad bancaria o de un personal que no merece estar en sus funciones.
Todo este andamiaje de grosera conducta se conecta a una política bancaria que se orienta al caos y a la desastrosa situación a la cual han conducido a nuestro país, quienes sueñan con ver a una Venezuela destruida y sumida en un desorden calculado para fines inconfesables.
No es casual está creciente y descarada conducta que raya en la humillación y en la falta de los valores mínimos que debemos tener como cualquier sociedad civilizada, respetada y organizada.
No podemos permitir desde el Estado y desde sus instituciones que el desorden y el caos se apoderen de nuestra sociedad para debilitarnos y destruirnos. No es casual este desorden que resalta en este caso en las instituciones bancarias públicas y privadas, sin ir al detalle de otras instituciones que, siendo del Gobierno, amparan también empleados que hacen todo lo contrario al rol de servidores públicos.
La sociedad toda del signo político, religioso o de cualquier índole que sea, debe reaccionar en forma masiva, para darle un parado a esta situación, la cual se ha convertido en un cáncer para destruir por dentro al Estado venezolano y en especial a la Revolución Bolivariana.
No podemos permanecer inertes ante la humillación que cada día y en el trajinar cotidiano experimentan los venezolanos en las entidades bancarias; estamos a tiempo de frenar está indolencia y corregir este mal, el cual se ha convertido en una peste que se incrementa en la sociedad.
Están vivos los ejemplos que en el pasado caracterizaban a la banca para competir sanamente por la captura de sus clientes, basados en la eficiencia y en la puesta en práctica de métodos de esmero y atención que eran el comentario obligado de los ciudadanos e incluso, la publicidad eficiente para aumentar la cartera de clientes de cualquier entidad bancaria.
Es hora de comenzar a realizar un cambio de actitud para conquistar la verdadera revolución, a la cual se refería el comandante Hugo Chávez cuando nos decía: “Un pueblo ilustrado es instrumento hermoso de su propia liberación”.
Llegó la hora para que nos respetemos y para que la banca pública y privada del país acepte que su papel y su rol no es sólo acumular ganancias y riquezas con los recursos de los venezolanos, sino convertirse en formadores del orden, del respeto y del ejemplo del trato humanitario, el cual debe aplicarse en sus respectivas instalaciones bancarias.
¡Amanecerá y veremos!
(Marco Tulio Arellano)