César Pérez Vivas
Un aspecto fundamental, en el debate actual, respecto del impacto mundial del Covid19 sobre la salud, la economía, la sociología y la política tiene que ver con la bioseguridad. No solo ante la capacidad científica para investigar la expansión y mutación de los procesos biológicos, sino también, y esto es lo más trascendente, sobre los alcances de la manipulación genética que la moderna biotecnología ha venido produciendo. El desafío más trascendente está en la capacidad potencial para llevar adelante, en los próximos años y décadas, eventos y entes, con sus correspondientes impactos en la vida de la especie humana.
Si bien la información dominante, hasta el momento, es que el Covid19 se origina por una mutación, un salto, del virus desde animales hacia los humanos, ha tomado espacio en las redes sociales y en medios de comunicación respetables, la hipótesis de que el Covid19 es un virus mutado en laboratorios chinos, que por algún error humano, se escapó de control y terminó contagiando a la humanidad.
También se ha diseminado la hipótesis de la propagación del virus como arma biológica, lanzada por el régimen chino como una forma de lesionar la economía de occidente y especialmente de los Estados Unidos de América, como parte de la disputa comercial que sostienen.
La tesis de la manipulación genética en laboratorios tomó cuerpo, en redes sociales, a partir de la difusión de un programa de la TV Italiana RAI, titulado “TGR Leonardo”. En su sección de noticias científicas, trasmitido originalmente el 16 de noviembre de 2015, comunicó “cómo científicos chinos lograron crear un organismo modificado “al alterar la proteína de la superficie de un coronavirus encontrado en los murciélagos”, de modo que genera un síndrome respiratorio agudo severo (SRAS). Según el informe, este virus creado en un laboratorio podría infectar a los humanos, lo que despertó un debate sobre si los aprendizajes obtenidos a través de este experimento justifican los posibles riesgos que implica.”
La difusión del video trajo una ola de indignación y preocupación, hasta el punto que el director del citado programa de la TV italiana, Alessandro Casarin, en una declaración a la
agencia italiana de noticias ANSA, el pasado 25 de marzo de 2020, explicó que el informe se basó en una publicación de la revista científica Nature. Apeló a otro informe de la misma revista para mitigar el efecto. En tal sentido declaró: “hace solo tres días, la misma revista dejó en claro que el virus sobre el que se informó, creado en el laboratorio, no tiene relación con el virus natural [que causa] el COVID-19”. (https://factual.afp.com/el-reportaje-de-la-tv-italiana-de-2015-sobre-un-virus-creado-en-un-laboratorio-en-china-no-tiene)
Todo ese conjunto de informaciones ha sembrando la duda respecto del origen real del virus, y nos plantea el estudio de lo relativo al manejo genético de organismos en laboratorio.
China se ha apresurado, basándose en informes de científicos internacionales, a desmentir la manipulación genética (fruto de error humano y mucho más como arma biológica) como el origen del Covid19, así lo difundió el portal Observatorio de la Política China, de donde tomo lo siguiente:
“Un grupo de científicos concluyó recientemente que el coronavirus 2 del síndrome respiratorio agudo grave (SARS-CoV-2), que provoca la enfermedad COVID-19, no se creó en un laboratorio ni es un virus manipulado de forma intencionada. Según un artículo publicado el martes en Nature Medicine (la misma revista que generó el informe del programa de la TV italiana), Kristian Andersen, profesor asociado de inmunología y microbiología en Scripps Research, junto con profesores de la Universidad de Tulane, la Universidad de Sidney, la Universidad de Edimburgo y la Universidad de Columbia, analizaron los rasgos del virus y compendiaron sus conclusiones en el artículo “Origen aproximativo del SARS-CoV-2”.
Tras anotar que el SARS-CoV-2 es el séptimo coronavirus que se conoce que infecta a los humanos, aseguraron en el artículo: “Hay una evidencia muy fuerte de que el SARS-CoV-2 no es el producto de la manipulación intencionada”.
“Si se hubiese realizado manipulación genética, se habría utilizado probablemente uno de los varios sistemas de genética inversa disponibles para betacoronaviruses. Sin embargo, los datos genéticos muestran de forma irrefutable que el SARS-CoV-2 no se deriva de ninguna espina dorsal de virus utilizada previamente”, añadió el artículo.” (Fuente: https://politica-china.org/areas/sociedad/covid-19-se-origino-en-laboratorio)
El tema es de tal gravedad, por la magnitud del daño ocasionado y por ocasionar, donde no solo está en juego la vida y salud de la especie humana, sino la economía y la seguridad del planeta, que requiere de una investigación independiente para orientar a la opinión pública global sobre el verdadero origen del coronavirus en boga.
En tal sentido, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas debería asumir la conducción de una investigación de esta naturaleza. Para tal fin es menester constituir una comisión científica internacional, con la presencia de investigadores de diversas nacionalidades, incluidos chinos, de reconocida solvencia en todos los órdenes, para ofrecer un informe concluyente respecto del origen de esta pandemia.
La humanidad lo requiere para saber a qué atenerse. Es fundamental para la formulación de la política a aplicar en el futuro inmediato, respecto de la aparición de este o de otros tipos de virus o bacterias, o de la manipulación genética, como también respecto a los efectos de otros elementos vinculados con la biotecnología.
Los estados y los organismos de la comunidad internacional, luego de lo ocurrido con el COVID19 no podrán vacilar en asumir su rol y en establecer normas reguladoras en toda esta materia.
Al final del siglo XX y a comienzos del presente, existía una gran resistencia al tema de las regulaciones. El modelo de estado interventor y regulador, luego de la caída del muro de Berlín, abrió paso una fuerte corriente desregulatoria. La pandemia nos está enseñando que debemos tener, en la actual situación de la humanidad, una ingeniería social y jurídica que nos ofrezca un mínimo de seguridad, respecto de las consecuencias en el manejo de la biología, la ecología y la biotecnología.
Sobre la necesidad de la regulación ya se había pronunciado el filósofo norteamericano Francis Fukuyama, quien luego de su libro el “Fin de la historia y el último hombre”, proclamando el final del socialismo real, y del estado regulador, publicó en el 2003 otra importante obra titulada “El Fin del Hombre. Consecuencias de la Revolución Biotecnológica”, donde reivindica la existencia de un estado regulador, respecto de los trabajos que adelanta la ciencia en el campo biológico.
En dicha obra, respecto de ese polémico tema, se pronuncia de manera categórica en los siguientes términos:
“¿Cómo deberíamos reaccionar ante una biotecnología que, en el futuro, encerrará grandes beneficios potenciales y amenazas que pueden ser ora físicas y evidentes, ora espirituales y sutiles? La respuesta es evidente: debemos utilizar el poder del Estado para regularla. Y si la tarea rebasa la capacidad de cualquier nación individual, será necesario hacerlo en un marco internacional. Debemos empezar a pensar, concretamente ahora, en cómo crear instituciones capaces de distinguir entre los buenos y los malos usos de la biotecnología, y aplicar dichas normativa con efectividad tanto nacional como internacionalmente.” (FUKUYAMA, Francis. “El fin del Hombre. Consecuencias de la Revolución Biotecnológica. Ediciones B,SA. Barcelona (España). Agosto 2.003. Páginas 27 y 28.)
Fukuyama planteó el tema al comienzo del presente siglo. Han pasado 16 años desde entonces y la política no ha asumido a plenitud el tema. El mismo no ha trascendido los escenarios académicos, donde se reflexiona sobre la ética biotecnológica y sobre los alcances propiamente biológicos de dichas actividades.
La pandemia del Covid19 nos llama a estudiar el tema biotecnológico con mayor profundidad y, sobre todo, a ofrecer definitiva respuesta. Quizá ésta sea la campanada más sonora que sobre la materia se ha oído. Nos conmina a pasar de la filosofía y la investigación a la promulgación de reglas claras, que garanticen la vida futura de la especie humana.