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23 de noviembre de 2024
Néstor Melani
Dedicado al maestro y actor nacional, Orlando Cárdenas
En 1968, Teodoro Gutiérrez Calderón me envió desde Bogotá una carta donde describía más del alma, la existencia del valor moral de la cultura.
Yo era muy joven. Estudiante…
De allí, las existencias al valor de hechos y memorias. A la realidad de tantos valores. Al final de aquella carta del autor de “Almas Gemelas”, me describió:
“Los pueblos podrán ver en sus hijos a grandes personajes. médicos, educadores, juristas, ingenieros, religiosos, militares, poetas, humanos. Pero muy pocos podrán decir que vieron nacer a un gran actor”…
Era una memoria muy hermosa, casi perdida en este ideario sagrado, a quien estaba como gestión el sentido de un pasado de una ciudad inmersa en los credos de una presencia consagrada al más alto amor por la expresión verdadera de la cultura.
Ayer encontré la carta de mi padrino de bautizo, quien ciego vivía en Bogotá y en las noches era llevado a un cabaret, donde tocaba piano y lloraba sus existencias.
El mismo poeta del premio de las Flores de Buenos Aires, Argentina. El que guardó en La Grita la realidad poética de Isaura y se deleitó ejecutando el piano en la capilla del seminario eudista francés “Kermarie”, cuando ‘Pepe’ Melani, mi padre, pintaba el altar de la neogótica abadía. Y entre albores, el poeta iba con el Dr. Julio Mora a acompañar al pintor de un siglo gritense.
Teodoro Gutiérrez Calderón fue un testimonio de amor en los grandes venezolanos, como en los grandes colombianos.
El mismo del “Elogio a la Ignorancia”, el maestro de tantos méritos.
Venido de las escuelas de Pamplona, Bucaramanga, Bogotá, San Cristóbal, Mérida y La Grita. Profesor del instituto Civil.
Académico del Liceo Militar Jáuregui y fiel seguidor del ideario del Libertador, de la presencia de Samuel Robinson, hasta muy de un siglo, como de la voz eterna de la otra esperanza.
Entre las raíces de Suramérica y la ferviente memoria de un verdadero creador.
Habitó en la vieja casa de D. Fidel Orozco. En la carrera Nariño, entre libros y sus creaciones literarias. Su voz de elocuente orador y fiel hacedor de la gran poesía latinoamericana.
Allí, en su cuarto frente a mi casa donde nací, escribió su «Frontera Lirica», desde su «Mujer de las manos cortadas», hasta el «Padre nuestro Bolívar»…
Desde sus noches de versos.
«En la Canción del Violín».
Su teatro romántico, su pasión por la vida…
Y la esencia bendita, como me lo describió un día Luis Felipe Ramón y Rivera. «Buen amigo, gran poeta y fina copa».
Un día se marchó de La Grita porque necesitaba los encuentros y desde allí dirigió «El Sagitario de Cúcuta», más entre la música y el grito de paz. En los valores de Álvaro Mutis y de la escuela del maestro Carrasquilla, tan igual a Andrés Mata y tan inmenso como Manuel Felipe Rugeles.
Pedro Emilio Coll hizo un devocionario con su magnificencia literaria del poeta. Y de las flores, el amor y de los himnos, el primer himno del Liceo Militar que borraron los ignorantes…
Aún recuerdo oír los tildes de la máquina «Underwoo» y el inmenso estante de libros. Los caramelos que me traía cuando fui niño. Y su voz de sueños, “El Cóndor Real Dorado», mientras el hoy director nacional de «Revista Tricolor», Hugo Colmenares, era entonces el niño que le buscaba los periódicos…
Falleció el poeta y mentor muy pobre en Bogotá, en aquel 1968. Y siempre de ilusiones adoró a nuestra Grita… desde su alma tachirense.
Por esta carta que habita en mis memorias, de quien vino la lealtad del poeta, quien bendecía mis primeros dibujos… y me enseñó las verdades de un poeta y la pureza de un actor honesto. De los sonidos de la música. Y las connotaciones de la realidad humana.
Y desde la permanencia del alma en los signos de un creador a los altos valores de lo que fue una ilustración.
Con amor a la verdad y desde los recuerdos, tantas y tantas lágrimas…
En la eternidad de un verso.
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(*)Cronista de la Grita.
Premio Internacional de Dibujo “Joan Miro”-1987. Barcelona. España.
Maestro Honorario.
Doctor en Arte.
Néstor Melani-Orozco (*)
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