Aún me voy de recuerdos y en el patio las flores rojas de las malvas y el medio claustro de la casa, larga hasta el fondo, donde un tocadiscos de Olguita y las postales italianas colocadas forzosamente en el espejo de marco de oro veneciano y la cortina con arabescos que le trajeron a la tía los Gandica del viaje de la India. Allí se iba a los secretos del solar donde Miguel, llamado «Macarrón», improvisó un ring de boxeo con cuerdas que le trajo el hermano del teniente Reyes Zumeta y los guantes, cuatro, los bajó, prestados, Luis «Camberra» para el circo de los muchachos, porque Soni Liston se vería en las pantallas del televisor de madera en blanco y negro y en el cine de la calle Urdaneta presentarían el corto del triunfo de Carlos ´Morocho´ Hernández.
Todo estuvo allí, desde Carlos Roa, el médico certificando las virginidades y el botalón donde se amarraron los puercos para el sacrificio del viejo Francisco.
Memoria perdida allá atrás, en una habitación donde un cartón de piedra con Simón Bolívar cruzando los brazos, pintado con sapolines por mi padre ‘Pepe’ Melani.
Entonces, sonaba la guitarra de José Gaudencio Zambrano para revivir a Zitarrosa y venían los amigos, llegaban los Rones y el amor de los dioses se estremecía en el salón del Museo que coleccionaba Macarrón. El capote del torero colombiano y el pompas de don Carlos Olivares. Los versos de Isaura y el Bombardino del Abuelo Toscano, estaban las imágenes, yo iba porque Miguel “Macarrón” me prestaba colores, y Rosita se convertía en una hermosa imagen como venida en un lienzo de Mariano Fortuny.
Casi de Formas y esculturas. La cabeza de piedra de Leonel Duran, los dibujos a tinta china de ‘Pepe’ Camargo y en un santuario «El Rostro del Amor» de Raúl Sánchez, que ya vivía muy cerca de la plaza di Vittorio Enmanuel en Roma.
Entonces de aromas aparecían los pintores, y la novia de Miguel, «Calmen», con «l», hermana de Eduardo Rey, santificada con el crucifijo de la bisabuela María Teresa, y Eduardo empezaba pintando en el patio con las tareas que traía Miguel de la dichosa Escuela de Bellas Artes, donde la figuración se convertía en naturales presencias. Y Hugo Rangel se parecía al ‘Che’ Guevara, mientras José Ignacio Zambrano buscaba entender el Dibujo de los caballos de ‘Pepe’ Melani. Carlos García permitía las culturas, y Macario emprendía el compromiso social… cuando Adelis León Guevara dijo que el crucifijo de Tadea no era hecho en La Grita…era la obra barroca de un indio del Perú.
Y una tal Yoli subía con uno de los Hugos a la Espinosa y desde la voz una tarde de Belarmino Mogollón viendo a Morelani-Macarrón entrar un molde grande de yeso y diciendo: «Ya mi ahijado encontró, quien sabe dónde, una momia»…
¡Dios del amor!
Era Yanko enyesado porque se cayó de su moto y no había más remedio que traerlo a la casa de Macarrón…
Los alivios vinieron y las voces en la radio «Telefunker» de teclas, más el misterio de los versos del profesor Fabián. Como de las caricaturas de Zapata y las cartas del primo Hugo Baptista desde París, como el Consuelo de las pinturas de Ana Mireya con rojos puntos en los árboles que la mamá de Morelani idealiza con un pincel de aquellos almagres que vendía en su tienda don Pablo Rosales.
Un día tan inmenso después de la fundación del Liceo Civil. En el Club Ayacucho se celebró un concurso de pintura. Y Miguel trajo de jurados a los profesores de la Escuela de Bellas Artes.
Gaudencio propone una escuela teatral dentro de la majestuosa capilla neogótica del viejo semanario.
Y un amigo de Eduardo Rey se roba del almacén Gato Negro los primeros tubos de óleo, para quien con los años sería el más clásico pintor del Ávila en la Caracas de los retos.
Recuerdo el día que nos vestimos de mexicanos y Argimiro Colmenares llevó su maquinaria de los retratos.
De allí, en aquella casa vinieron los pintores. Desde el hoy olvidado Leandro Baldomero Ramírez, hasta el notable Guillermo Márquez. De Teolindo «Theo» Mora, Silvestre Chacón. Rafael Salas y hasta Freddy Pereyra. Muchos más…
Un día vi el capote de Alonso Segura. Y presencie cómo entre encanto J.A. Mora describía el paisajismo, desde un naif, para después hacerse naturalista, mucho más que Joaquín Caicedo.
De aquella casa conocimos a Tulio Antonio Sardi Sánchez, venía en recolecta de obras de artistas para exponerlas en la capital en homenaje de los centenarios de la ciudad perdida en las nieblas…
En aquella casa conocí a Agustín Guerrero, el más grande paisajista tachirense.
Y desde las puertas, Jesús Orozco idealizó armonías. Y Alberto Roa intentó los siglos.
Mientras ‘Pepe’ Melani se convertía en dolores y la tragedia de un pueblo de ignorancias.
Un día, desde aquellos encantos, entre la rosa despojada por las lágrimas de Miguel y las crudas piedras de Pedro Mogollón, se fueron las imágenes. Octavio Acuña Solano, pintor de Asunción en Chile. Lo trajo el general Rosendo Natera. Y de plumillas se vio La Grita. Y Hugo Rangel propuso se creará el Centro Experimental de Arte con el nombre de ‘Pepe’ Melani, con el fin de fundar una casa de la cultura para la ciudad.
Ya Gaudencio se había marchado a Santiago de Chile…para ver morir a Salvador Allende. Y cantar con Violeta Parra e invocar con el tiempo a Scarmeta en el «Pifano» de Neruda…
De rosas blancas, una noche en Caracas, Américo Rivero Unda me dio una carta para el Círculo de Artistas Catalanes. Era mi viaje a España, con los colores de Miguel. Las formas geométricas de Hugo Rangel. Con los testimonios en El Nacional de Hugo Colmenares y el dolor inmenso de José Ignacio…
Américo se había casado con Rosita, hermana de Miguel.
Volvieron los recuerdos. Héctor Carrero hizo la foto de mi padre entre la tristeza y las agonías. Y en un afiche de la Universidad del Zulia imprimieron las desesperanzas del pintor que hizo venir hasta el propio Tito Salas….
Pasaron los años y el carro azul celeste de Macarrón se quedó olvidado en el taller del magíster Abundio Duque. El Museo se lo llevó para San Cristóbal… mas la Casona se cayó entre las losas de arcilla y las canciones de amor… solo un espejo que poseía en su cristal en letras rojas aquella memoria del poeta: ….”El verdugo de mi pueblo le dijo a mi padre que estaba loco»….
Un día, en la Mérida de la Abadía, vi con tristeza al torero colombiano convertido en alcohólico. Y del traje de luces, los misterios de aquella copa en la mesa donde estuvo el ají para los gritos del teatro…
Cuanto de alcanfores se curtieron las boticas, y los versos se realizaron en lo más eterno de Ramón Elías.
Vinieron las cofradías. Rezaron por los muertos. Y los muertos bailaron junto al poema «Almas Gemelas» de Teodoro Gutiérrez Calderón.
La casa de Macarrón desapareció con el sonido de las campanas.
Los años dirán las verdades…
Eran días de las cenizas…
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(*)De Mi Libro.
“DE LA GRITA AL CIELO”
Néstor Melani-Orozco (*)