Danny Ramírez Contreras
El triunfo de Javier Milei en Argentina podría marcar el comienzo de un verdadero cambio para América Latina, su peculiar estilo y crudeza con que enfoca los problemas sociales y sus irrefutables causas, hacen que un nuevo estilo de hacer política esté surgiendo y cobrando fuerza, ante la tradicional postura de políticos mentirosos y manipuladores acostumbrados a decir lo que la gente quiere oír y lo que llaman “políticamente correcto”.
El éxito de su propuesta de gobierno, que pasa por la reducción del tamaño del Estado y su influencia en la vida ciudadana, representa un impacto esperanzador en la necesidad de vencer la esclavitud del Estado, sus sistemas impositivos y el control que ejercen sobre la actividad productiva, las posibilidades de crecimiento y el desarrollo de los ciudadanos, que cada día se ven más sometidos por la izquierda narco comunista, ahora vinculada a crímenes y flagelos atroces para llegar y mantenerse en el poder, usando el postulado maquiavélico “el fin justifica los medios”.
Es vital para el desarrollo de nuestros países poder superar esa alienación ideológica, priorizar en la eficacia del uso de los recursos públicos, en la generación de verdaderas y sostenibles oportunidades, en el ascenso social mediante la meritocracia, el esfuerzo y la capacitación de la población más humilde, en la reducción del gasto y el aumento de la inversión para hacer de nuestros países de primer mundo, superando el adoctrinamiento irracional, la división de la sociedad mediante mecanismos nefastos como la política identitaria o la falta de probidad, de valores y principios en la gestión pública.
Nuestra región históricamente ha sido gobernada por esa izquierda radical, que ha concebido al Estado como su principal y única fuente de todas sus riquezas, utilizando como medios para llegar al poder a partidos de masas sustentados en la manipulación de las necesidades, la pobreza y la ignorancia, multiplicadas por sus gobiernos corruptos y clientelares, en una suerte de ruleta de la destrucción que ha hipotecado el futuro, condenando a las nuevas generaciones a la esclavitud de la pobreza.
En Venezuela, como en el resto de países de América Latina, es típico conocer que en cualquier hospital público financiado por el Estado, existan diez conductores para una única ambulancia que no funciona, mientras que esos conductores militantes del partido de gobierno cobran sus sueldos y bonificaciones sin realizar ningún tipo de labor retributiva, más que hacer campaña por su partido en las elecciones y así ocurre con toda la estructura de los cargos de gobierno, sumado a la propiedad de todo tipo de empresas estatales que van desde hoteles hasta procesadoras de alimentos, para engrosar el nivel de burocracia y clientelismo que garantice al partido mantenerse indefinidamente en el poder.
Con la llegada del chavismo en 1998, las nóminas del Estado pasaron de un millón cuatrocientos mil empleados públicos a más de cinco millones en los primeros años de la dictadura. Otro ejemplo del clientelismo político de la ultraizquierda neocomunista ha sido en Chile, en el primer año de gobierno de la gestión del comunista Gabriel Boric, aumentaron más de 94 mil cargos públicos pagados de los bolsillos de los contribuyentes chilenos multiplicando el gasto público, afectando considerablemente la economía del que era uno de los países más exitosos del continente, siendo esa misma fórmula destructiva aplicada en otros países de la región gobernados por la ultraizquierda.
No hace falta ser un gran economista para entender que si un Estado gasta más de lo que produce, sin lugar a dudas entrará en un espiral de crisis económica indetenible que termina en miseria, hambre y destrucción, acabando con la calidad de vida de sus ciudadanos, cosa que a la izquierda recalcitrante poco le importa, ya que la totalidad de sus líderes y militantes, son personas que ha sido mantenidas históricamente por el aparato del Estado y que nunca en su vida han realizado ninguna actividad productiva ni generado ningún bien ni emprendimiento, lo que les hace totalmente indiferentes a la realidad de la relación producción, consumo y mercado; es por ello, que necesitamos nuevos y más comprometidos liderazgos que tenga una visión de crecimiento y desarrollo bien arraigada, además que sepan cómo hacer para llevar a nuestros países a esa prosperidad tan anhelada y en plena libertad.