César Pérez Vivas
Está en pleno desarrollo la contienda política y electoral que tendrá un punto de inflexión con ocasión del evento electoral del 28 de julio del presente año 2024.La demolición de las instituciones democráticas venezolanas, al establecerse por un cuarto de siglo un régimen hegemónico y autoritario, la ruina de la economía con la consiguiente expansión de la pobreza, y la brutal estampida humanitaria de esta última década, han convertido esta contienda en una lucha existencial para nuestra nación.
A pocos días de la jornada del 28/7 la lucha por el rescate democrático avanza en medio de no pocas incertidumbres ciudadanas y también de la dirigencia. Asistimos a una contienda política, con características de elecciones, pero no a una elección democrática, no a una fiesta electoral. Se trata de un evento al que la cúpula roja se ve forzada a asistir en un esfuerzo desesperado para mantenerse en el poder, apelando a la arbitrariedad, el ventajismo, el atropello y la corrupción. La decisión de la nueva dirección política de la oposición es encarar el desafío. Luchar en su terreno, con sus reglas y sus árbitros. La sociedad consciente ya del desastre existente está decidida a cambiar, sacando voto a voto a Maduro y su camarilla del poder.
La profundidad del daño causado es colosal, siendo el antropológico el más difícil de restaurar y sanar. Los daños materiales se podrán recuperar en un lapso de tiempo medio, pero las lesiones causadas a la salud, a la mente, al espíritu, a la cultura y por ende al comportamiento de importantes sectores de nuestra sociedad tomará más tiempo y abarcará a varias generaciones. Esta dimensión de los efectos negativos del modelo establecido en lo que va de siglo, magistralmente descrito y definido como daño antropológico por el ingeniero cubano Dagoberto Valdez Hernández, debe formar parte prioritaria de la agenda de la política (con P mayúscula) de nuestro país.
El saqueo perpetrado a nuestras finanzas, el empeño en hacer al estado dueño y señor de la economía produciendo su ruina, ha llevado los niveles de pobreza a una dimensión nunca vista en más de un siglo de nuestra historia. Tenemos dos generaciones de niños desnutridos y enfermos. Diez años de una educación desarticulada, con escuelas sin maestros, y con los pocos disponibles limitados para el cumplimiento de sus labores docentes por diversas causas.
Esa dura realidad será un factor que limitará la calidad del recurso humano, para impulsar el desarrollo integral del país en los próximos años. Ya de por sí, la estampida humanitaria nos ha privado del 25% de nuestra población, sobre todo de un volumen elevado del talento y de la fuerza productiva. Ambos elementos, población enferma y población migrada, tendrán su impacto en el proceso de reconstrucción a acometer con el albor de la democracia.
El daño espiritual y cultural me preocupa también de forma especial. La barbarie roja ha dedicado especial trabajo y tiempo a sembrar anti valores. A forjar una cultura de intolerancia, violencia, caudillismo, corrupción, afán por la riqueza fácil y ruptura de la convivencia civilizad. Esa forma de vivir ha impactado a toda la sociedad. Son pocas las organizaciones sociales que no han recibido el impacto de dicho comportamiento. Algunas iglesias y pocas ONG se han salvado de la metástasis creada por el modelo dominante, pero el resto del exiguo tejido social existente ha sido permeado por esa perversa y disolvente escala estimativa.
En ese contexto humano libramos la lucha para restaurar la democracia e iniciar el proceso de reconstrucción espiritual, moral y material de la República. Importantes sectores académicos y políticos han investigado, diagnosticado y documentado el proceso de destrucción con suficiente antelación y tienen clara la ruta para superar ese cuadro. Las masas de nuestro sufrido país han internalizado el daño por sus efectos directos en su calidad de vida cotidiana. Esas mismas masas no percibieron en el mismo tiempo lo que investigadores y dirigentes advertimos cuando se inició la deriva autoritaria. El liderazgo populista y la bonanza petrolera embriagaron a la mayoría ciudadana, que atraída por ella no tenía ojos ni oídos para percibir que ese rumbo nos llevaría al abismo. Pero una vez ejecutada la gestión demoledora entienden la urgencia del cambio. Ello explica la magnitud del rechazo a Nicolás Maduro y al Socialismo del Siglo XXI. Y es precisamente este momento el adecuado para producir el cambio con el cual podemos iniciar la reconstrucción.
Ahora bien, la materialización de un cambio político no significa que toda la sociedad haya comprendido más allá de lo cotidiano y de lo material, las causas de la tragedia. De ahí que nuestro compromiso va más allá de concretar en el evento electoral del 28 de julio una victoria y lograr una transición pacífica del poder. La tarea de restaurar las instituciones, de reconstruir la economía deben ir de la mano de una labor cultural, espiritual y educativa que de forma definitiva sane el alma, eleve la calidad del ser humano e instaure una cultura democrática, ética y social capaz de construir una nación de paz, bienestar, respeto, fraternidad y justicia.