Porfirio Parada
Para CJ y Emily Katherine
Es pintoresco el paisaje si en cada paso uno se desnuda, y se deja desnudar de la lluvia.
La sensación de humedad me altera el ánimo. Cielo grisáceo, pavimento mojado, frágil impresión del frío. Busco los aciertos de acuerdo al clima acuático, desconozco el motivo de mi relación íntima con el agua, es una ofrenda primitiva que me consuela cuando me visto abrigado y veo a la gente con bufandas. Ese fin de semana el cielo se divorció del sol. En las calles predominaba el líquido, los charcos que flotan en baches, reflejan el cielo descolorido y la inopia de algunos de aquí en pavimentar las heridas de las carreteras. El rocío múltiple en toda perspectiva y enfoque. La luz se encontraba fragmentada, entre los destellos prematuros de los carros previniendo su camino alterado. Salí de casa sin mucha impresión, caminé jugando con las gotas y con las personas que se quieren esconder del irritante elemento. Indeciso por la secuencia de los hechos, decidí despejarme de las más convencionales preguntas que uno se hace cuando sale a un sitio: ¿Quiénes van a ir? ¿Quiénes son? ¿Cuántos son? Procuré caminar desapegado de las personas, sólo consumía lo más cercano a la neblina derretida: el frío.
Me habían invitado a una cervezada de la ULA. Tenía esa temática, pero al final resultó ser una reunión partidista de la política estudiantil. “El parche” de un amigo se iba a reunir allá, sus planificaciones estaban fundamentadas con el descontrol natural. No agarré buseta, me fui caminando con Enrique, la distancia de nuestras casas no es mucha, ni tampoco el trayecto que se recorre para llegar al sitio. Mi cuerpo se manifestaba ligero, mis pasos relajados, mi discurso era el verde barro que se deja en el caminar por el monte marrón. El olor de la hibridación. Cuando llegamos al lugar, observé la delicadeza de la algarabía. La gente estaba empezando a llegar igual que nosotros, el paisaje era impreciso, desdibujado, mezcla de cuerpos con gotas, música traslúcida a lo lejos, venía de un club con la firma Polar oxidada. Pocas caras conocidas, las que relacionaba estaban vinculadas con “el parche”, saludando con simple gesto, otras con espontaneidad y otras como un desconocido.
El acto de la especulación cobra más interés en las reuniones más improvisadas. Es un plus que le agrega misterio y ejercicio a la observación. Los diferentes grupos conversaban entre ellos, como una reunión estratégica, e intercambiaban dinero arrugado, mensajes de textos prestados, gritos y risas eufóricas. Lentes negros a las 7:00 PM, pantalones verdes, negros, rojos. El rock se fusiona con el pop si la curda aguanta. No me acuerdo de la música, pero sí del dinamismo y de los matices retóricos, del hielo con botellas vacías, del espacio convertido en lodo que gravita sobre el humo de los cigarros y del vaho, y de los besos recién hechos. Como no pertenecía oficialmente a ningún grupo, observaba como espectador los acontecimientos. Seducido como un descuido del viento, del sonido de las hojas de los árboles que repercutían mientras acontecían y sucedían las cosas. Percusión renovada y de otros tiempos, instante presente y que disfrutaba. La niebla abraza mi pensamiento, Enrique regresaba de orinar en el monte.
CJ y Emily llegaron a mí o yo llegué a ellos, o llegamos juntos los tres. Nuestro encuentro fue en un punto de inflexión del tiempo acelerado del momento. Se estaban acabando las cervezas y estaba bajando la música. La noche llegó y la luna brilló doblemente por la ausencia del sol en el día. Los ánimos se perdían entre los taxis que buscaban a los extasiados de sus propios movimientos. Otros llegaban con botellas de ron y bolsas de hielo, pero eran exclusivos. CJ si era más conocido que Emily. Su referencia era inmediata por nuestra conversación previa sobre su paso por la actuación ¿aún estará actuando? y nuestra simpatía por Radiohead. Para mi sorpresa Emily también le gusta el sutil y caótico dolor sónico de Ok Computer y el RS8000 Integrator que usa Jonny Greenwood cuando la banda interpreta “Idioteque” ¿discoteca de idiotas?
Ese fue el sonido que nos definió en nuestras conversaciones del momento. Los acontecimientos y el porvenir de la noche estaban sujetados por nuestras ofrendas musicales hacia ellos, por el sabor de la bebida y por la conexión enigmática y extraña de los tres. Algo tenía que ocurrir pero no era en ese sitio. Rejuvenecimos en cuerpo y en pensamiento. No nos olvidábamos de los demás, pero tampoco ya no nos hacían falta. Cada gesto se interconectaba como expresión renovada y dulce. Estábamos gestionando la hermandad genuina por medio de nuestra afinación hacia la música compartida. Yo no me olvidé del cielo grisáceo, ahora convertido en rayos dorados nocturnos, que la luz de los postes desprendía por cada mirada indefinida que uno realizaba. El rumbo ahora era “Solofutbol” por la Avenida Ferrero Tamayo. antes de montarnos en el taxi escuchamos en mi reproductor del celular algunas canciones de la banda británica. Tres oídos orientados a la melodía. Himno a la globalización, a la rutina obstinada del trabajo, a un sistema de gobierno que sofoca, y de un posible suicidio con base del instrumento glockenspiel infantil. Canción de cuna. “No Surprises”.
Llegamos y la convocatoria fue respondida como un cronograma de actividades. Una cantidad considerable de personas que estaba en la celebración estudiantil y política, también estaba ahora en el nuevo sitio de descarga. Los dirigentes juveniles y sus aduladores se intercambian más dinero y pensamientos inmediatos. El balde con hielo era la voluntad y el fin. Cada “vaca” significaba revivir y seguir disfrutando de la presentación. Después de un altercado por dinero y su desequilibrio etílico, nos llegó sin saber tres baldes en recompensa, para disfrutarlos entre cinco personas aproximadamente. Entre esas CJ y Emily. Metálica y Korn para empezar. Nuestras cabezas parecían desorientadas, pero sincronizadas. La conexión con la música aparentemente no se limitaba con la paranoia de Thom York sino que era una vinculación de la inmediatez. Melodía polivalente, se destacaba por su danza que traspasaba de un ritmo a otro, involucrándose a los tres sin ninguna explicación o secuencia conocida. Nosotros también nos convertimos en ritmo y en color eléctrico de la música.
Bailamos, bailamos mucho. Inicialmente éramos como cinco los que movían sus cuerpos groseros y sin dirección. Ahora sólo se movían CJ, Emily y yo. El repertorio era la continuidad de nuestros estímulos y nuestras corrientes sanguíneas. El reto no era de nosotros seguir bailando con el transcurrir de las horas (estábamos ajenos a la realidad, nuestro tiempo se detuvo, creando otro tiempo alterno entre los tres) el nuevo trabajo era para el DJ de tratar no romper el hilo de nuestra inédita trinidad melódica. Seleccionaba la música al paso que llevábamos. Hubo Rock, electrónica, samples con canciones retro, incluso música de los años cincuenta. Bailábamos como si no existiera el mañana. No paramos, no nos desmayamos. Nos adueñamos del instante y del sentir en el recinto. La gente nos observaba estática, con la cerveza en la mano, otros nos ignoraban como si fuéramos invisibles, otros susurraban en los oídos vecinos, viéndonos con la música a todo volumen. La música que era o es oído y gusto, se fue convirtiendo para nosotros en la personificación de nuestro lenguaje corporal. CJ empezó a sudar, sus puntas de su largo cabello se empezaron a mojar, indicio del consumo de la actividad física, placentera. Emily estaba poseída, era mujer aborigen, la danza era contundente como los saltos que ella misma expresaba, su cuerpo expulsaba todos los gritos que estuvieron reprimidos quizás por años. Por mi parte, yo era otra persona, era ellos, los otros, mi infancia y mi juventud resumida en el baile.
Llegaron las fotografías (cuando bailábamos), algunos videos (cuando bailábamos) y los comentarios. Salimos del lugar a una hora que no tenía hora. No me acuerdo si estaba Enrique con nosotros o si él ya se había ido. Un grupo de personas desconocidas, venían donde estábamos, ya saliendo y nos dijeron: “Epa, ¿ustedes fueron los que estaban bailando ahorita?» Algunos de nosotros (pude ser yo), dijo: “Sí” El grupo de personas (alguien) respondió: “Fino panas, bien” Nos sonreímos los tres por ser los protagonistas sin querer de esa noche, en ese bar-discoteca y de la noche abierta como tal. Luego nos fuimos. Nunca volví a bailar con ellos, no nos hemos vuelto ver los tres. “For a minute there I lost myself, I lost myself, for a minute there I lost myself, I lost myself, for a minute there I lost myself, I lost myself, for a minute there I lost myself, I lost myself”.
Lic. Comunicación Social
Presidente de la Fundación Museo de Artes Visuales y del Espacio del Táchira
Locutor de La Nación Radio