Opinión

La guerra cognitiva, presente en el conflicto Rusia-Ucrania

4 de marzo de 2022

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Félix Roque Rivero
La guerra “quirúrgica” ordenada por el presidente ruso, Vladímir Putin, contra Ucrania, resume sus objetivos en tres puntos, según lo afirmado por el propio mandatario, a saber:
1) Parar el genocidio que el gobierno ucraniano ha venido cometiendo contra la población indefensa;
2) Desmilitarizar a Ucrania, es decir, desarmarla para que así deje de ser un peligro para Rusia; y
3) Desnazificar a Ucrania, limpiarla de bandas neonazis que bajo el manto seudodemocrático, según Moscú, son los causantes de causar temor y terror en la población ucraniana.
Por su parte, las principales cadenas noticiosas occidentales, tanto europeas como norteamericanas, mantienen una línea informativa de condena a Rusia y a su Presidente, acusándolo de invasor de Ucrania para restablecer el viejo Imperio zarista o revivir la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas URSS). Ambos bandos, desde lo cognitivo, juegan a la guerra. Los campos de batalla de otrora no son el principal escenario para las maniobras militares. El escenario es otro y lo curioso es que está multiplicado por millones de seres humanos en todo el planeta. Ese escenario es el cerebro de todos y cada uno de nosotros que, ante la eventual hecatombe nuclear, temblamos de pavor y de miedo, dominados por la incertidumbre causada por la estupidez de quienes juegan a la guerra.
En un estudio ordenado y financiado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se exponen los elementos de la llamada “guerra cognitiva”, dirigida a dominar el cerebro, controlar lo que pensamos. Es una técnica que consiste en la militarización del cerebro. Los laboratorios productores de los guiones informativos de esta guerra se preocupan al extremo porque la población mundial permanezca en ascuas. Las imágenes que se muestran en los canales informativos son acompañadas de vocerías alarmantes y escalofriantes que erizan la piel. Haya o no haya conflictos o disparos, la guerra cognitiva se produce a cada instante y a cada momento. La idea de los ideólogos de esta modalidad guerrerista no es combatir lo que hacemos, sino lo que pensamos. Es la guerra de estos tiempos. Estamos en pleno desarrollo de la guerra mental.
En un largo ensayo, el exoficial francés Francois du Cluzel explica con detalles de cómo la mente humana se ha convertido en una nueva esfera de la guerra. Como lo ha sostenido Noam Chomsky, las guerras del futuro (y ya lo estamos viendo) estarán dirigidas al cerebro humano. Motivado por la alta tecnología y la enorme cantidad de información producida, sostiene Cluzel, las capacidades cognitivas individuales ya no son suficientes para garantizar la toma de decisiones suficientemente informadas y oportunas. Desde esta óptica, la guerra cognitiva ingresa como nuevo concepto a la jerga militar.
Para los expertos, la guerra cognitiva altera la comprensión y altera la reacción de las personas de forma gradual y sutil ante ciertos acontecimientos. En el conflicto que se vive al Este de Europa esto aplica con total rigor. La población ucraniana en general, bien que sea pro Rusia o no, observa atemorizada el desmembramiento de las familias, la destrucción de sus bienes, la pérdida de sus seres queridos. Son incapaces de comprender por qué, a nombre de un pedazo de tierra, de una soberanía, de una frontera, son sometidos a un orden de alteración de sus vidas, de su tranquilidad y paz. Lo mismo ocurre con la población europea que ya vivió los efectos devastadores de dos guerras mundiales y se niega a vivir una tercera. En los Estados Unidos, otro de los protagonistas de este acontecimiento, se observa en las calles a miles de manifestantes protestando contra la eventual decisión de la administración de Joe Biden de enviar tropas a combatir en Europa, no quieren volver a vivir las escenas de terror cuando los aviones de carga regresaban con los cajones de los soldados muertos en la guerra de Vietnam. Viven la desolación y el terror los arropa y les consume las horas de sueño. De allí que se afirme que la guerra cognitiva tenga un carácter universal que influye y afecta a los individuos, a la sociedad como un colectivo, a los Estados. Nadie se escapa de esta espiral demoníaca que, como fuego desatado e incontrolado, lo consume todo.
La guerra cognitiva se alimenta de las técnicas de la desinformación y la propaganda negra que busca agotar psicológicamente a los receptores de la información. La posverdad se instituye en la regla. Los discursos por encargo copan la escena y los micrófonos son el instrumento para crear el caos, como lo hizo en su tiempo el actor Orson Welles en aquel episodio radial titulado “The War of the Worlds”. En Ucrania y en las repúblicas independientes de Donetsk y Lugansk las sirenas revientan los oídos de los niños y de todos y eso parece importar poco para los propiciadores y ejecutores del conflicto. Las fakes news acallan el sonido de las sirenas y se imponen por encima de todo, desinforman, confunden, engañan y hacen con los ciudadanos lo que les venga en gana. Los argumentos razonables y valederos pasan a un segundo plano y, como en el Quijote, nos ponen a pelear con los molinos de vientos cual si fueran monstruos. Es la guerra cognitiva nutriéndose de manera consciente o inconsciente. La inestabilidad es otro signo característico causado por la guerra cognitiva. Nadie en su sano juego puede sentirse estable ante un conflicto. Todo se trastoca. Los mercados y las bolsas saltan sin ser saltamontes. Los precios de los combustibles y del gas suben astronómicamente encareciendo todo. Los alimentos y las medicinas desaparecen de los anaqueles y la ola especulativa crece de manera exponencial sin control alguno. Las llamadas “neuroarmas” sustituyen a las armas convencionales. La moderna tecnología se esmera en diseñar y construir los más sofisticados armamentos para destruir al otro y así hacer frente a las guerras del futuro. Se aferran a la vida destruyéndola. Destruyen nuestro cerebro, se apoderan de nuestras neuronas. Es el llamado vector estratégico de los poderosos para controlar a los otros, a los terceros.
Lo que importa es mantener repletos los bolsillos, aunque el alma permanezca vacía. De allí que la guerra cognitiva haya sido conceptualizada como esa guerra que “busca erosionar la confianza sobre la que ha sido construida la sociedad”. Como dice la letra de un fandango español… “Viven ansiosos almacenando, acumulando, se olvidan que al morir ni un carajo se van a llevar”. En ese juego perverso, la desinformación se aprovecha de las flaquezas del otro, de sus vulnerabilidades cognitivas. Los temores, las ansiedades, los mitos y creencias nos llevan a ver como ciertas y verdaderas las informaciones falsas, tendenciosas, temerarias. Se burlan de la inteligencia de los demás. Los impulsores de la guerra cognitiva son verdaderos genios de la maldad. Conocen al adversario al detalle en todas sus dimensiones para atarlo, explotarlo, destruirlo. Estrujan la mente del otro. Nos embadurnan con informaciones innecesarias que nos llenan de confusión. Si revisamos el conflicto en desarrollo, esto está presente todos los días y a cada instante y es de lado y lado. Mediante la inteligencia artificial manipulan, corrompen, hacen nugatoria cualquier ventaja positiva. La economía digital ha creado verdadero gigantescos monstruos como Facebook, Google, Amazon, Instagram y otros tantos parapetos diseñados para gobernar el mundo y para controlarnos a todos.
Ante los embates de la guerra cognitiva, hemos de impulsar la inteligencia humana para el bienestar, la felicidad, para el compartir y diseñar un plan de vida que nos haga feliz. De allí que debemos educar a nuestro cerebro para que aprenda a discernir lo que interesa y conviene al ser humano, que aprenda a diferenciar lo falso de lo verdadero, lo correcto de lo incorrecto; la veracidad y utilidad de las cosas ante la estupidez de quienes no hacen más que utilizar la manita de Facebook para asentir sin pensar en el compromiso que asumen con la empresa al hacerlo. Enseñarlo a dudar, siempre a vivir lleno de dudas. Si hacemos esto y un poco más, podemos enfrentar la guerra cognitiva y derrotarla.
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Abogado venezolano

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