Francisco Corsica
Para el mundo entero, este año ha sido, es y seguirá siendo crucial en términos políticos. Rara vez coinciden tantas elecciones en tantos países en un solo año. En este continente, el calendario electoral incluye las presidenciales en El Salvador, Estados Unidos, México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y, la más relevante para esta discusión: Venezuela.
Unos cuantos de estos eventos ya han tenido lugar y ahora nos encontramos a solo una semana de acudir a los centros de votación en suelo criollo. Es el momento de ejercer nuestro derecho soberano y, al caer la noche, conocer quién será el próximo presidente de la República Bolivariana de Venezuela para el período 2025-2031.
Se dice fácil, pero para muchas personas, la espera ha sido interminable. En un país con servicios públicos colapsados y una sociedad profundamente vulnerable desde el punto de vista socioeconómico, una campaña electoral no necesariamente es una buena noticia. Las principales calles y avenidas están congestionadas, las vallas publicitarias han dejado de promover productos y servicios para convertirse en espacios de propaganda política y muchas promesas parecen pertenecer a siglos pasados.
No es por frotar sal en las heridas de nadie, pero la mayoría de los venezolanos están más enfocados en sobrevivir su día a día que en prestar atención a los anuncios, pancartas y eslóganes políticos. Es una realidad desalentadora. Aunque la resiliencia en tiempos difíciles es admirable, no podemos olvidar que, como decía Platón, «el precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres».
Esta desconexión es preocupante, porque sin un compromiso activo en el proceso político, corremos el riesgo de perpetuar el ciclo caótico que ha afectado al país durante los últimos años. Es crucial que cada ciudadano vea en su voto una herramienta poderosa para el cambio y se involucre en el futuro de Venezuela con esperanza y determinación.
En todo caso, lo más revelador de los próximos comicios es la profunda incertidumbre que generan en la población. «Ahorita todo está paralizado. Nadie invierte, nadie contrata y cuesta movilizarse de un lado a otro», escuchaba hace pocos días en la universidad, con un tono de alarma palpable. «Lo peor es que la paralización empezó antes de las elecciones. ¿Pero qué vendrá después de ellas?», concluía la reflexión.
Estas inquietudes encontrarán su respuesta con el paso de los días, pero mientras tanto, la ansiedad y el temor se han apoderado de muchos. Lamentablemente, estos comicios tan atípicas no contribuyen a que la sociedad se sienta alegre —o al menos, tranquila— por la «fiesta democrática» que se avecina. En lugar de eso, reflejan el descontento y la desilusión que muchos sienten hacia el rumbo actual del país.
Semejantes afirmaciones son un claro indicativo de lo mal encaminadas que están muchas cosas. La falta de inversión y contratación refleja la falta de confianza en el futuro, mientras que la dificultad para movilizarse evidencia las falencias en los servicios básicos y la infraestructura. Es un ciclo de negatividad que parece no tener fin. Además, la incertidumbre ha afectado el ánimo y la moral de los ciudadanos.
Un proceso electoral como el del 28 de julio debería ser un rayo de esperanza para todos los ciudadanos. Al igual que el Año Nuevo marca el inicio de un nuevo ciclo con la promesa de hacer las cosas mejor, la renovación de la máxima autoridad nacional debería ser motivo de júbilo por las mismas razones. Representa la posibilidad de corregir errores del pasado y aspirar a un futuro más próspero y justo.
La espera de seis años desde la última renovación de este cargo público ha sido larga y llena de desafíos. En este período, el país ha enfrentado múltiples crisis que han afectado profundamente a la sociedad. La reelección indefinida solo añade complejidad al panorama, ya que genera un ciclo perpetuo de poder que puede dificultar la alternabilidad inherente de la democracia liberal. La incertidumbre se agrava por la dificultad de precisar cuándo realmente termina una presidencia.
¿Para quiénes es una buena noticia el desarrollo de esta breve campaña electoral? Justamente, para aquellos que creemos que Venezuela tiene un gran potencial que merece ser aprovechado al máximo. Esperamos fervientemente que el próximo gobierno, ya sea mediante la continuidad o la renovación, se convierta en una solución efectiva y no en un problema más.
Es una verdad innegable: este territorio puede estar mucho mejor de lo que se encuentra actualmente. Venezuela tiene la capacidad de transformarse en una sociedad con buenos salarios, empleos abundantes y oportunidades para todos. Podemos aspirar a un país donde los servicios públicos funcionen de manera óptima, donde la economía esté diversificada y no dependa de un solo recurso y donde el nivel de vida de sus habitantes sea alto y digno.
Tenemos un potencial inmenso. Contamos con vastos recursos naturales, una ubicación geográfica estratégica y una población talentosa y resiliente. Bajo un liderazgo adecuado y comprometido, que realmente se enfoque en el bienestar de sus ciudadanos y en el desarrollo sostenible del país, podemos transformar esta República en un modelo de desarrollo y prosperidad.
¿Qué estaría faltando en la ecuación? La voluntad política y una estrategia racional y viable para alcanzar esos fines. Mientras el camino sea el conflicto y la polémica innecesaria, poco se puede esperar de un cambio significativo en beneficio de la población. Sin embargo, al tomar un enfoque diferente, de concertación de intereses y trabajo mancomunado, sí podría vislumbrarse un futuro brillante, del que en estos momentos carecemos.
Finalizando, el desarrollo de esta breve campaña electoral representa una oportunidad crucial para que Venezuela avance hacia un futuro más prometedor. Con una participación activa y decidida en las urnas, los ciudadanos pueden influir en la elección de un liderazgo que priorice el bienestar, la libertad, el orden, la seguridad y el desarrollo integral nacional.
La clave está en adoptar un enfoque de colaboración y en implementar una estrategia racional que permita aprovechar al máximo el potencial de esta tierra. La voluntad política y el compromiso son esenciales para transformar esta oportunidad en un verdadero cambio positivo. ¡Nos vemos en los centros de votación!