El pasado jueves, 20 de febrero, se celebró el Día Mundial de la Justicia Social. Naciones Unidas acordó en el mes de noviembre del año 2007, durante su segundo periodo de sesiones, la celebración cada 20 de febrero de una jornada para promover ese gran objetivo de la humanidad.
En la Venezuela del siglo XXI, el tema ha perdido significación porque la camarilla socialista usurpadora del poder vació de contenido este concepto, llegando a destruirlo, de tal forma que, en nombre de la justicia en general y de la justicia social en particular, han cometido todo tipo de desafueros, hasta lograr precisamente todo lo contrario que el concepto encierra.
El chavismo usó el concepto de forma manipulada y manipuladora. Presentaba como acciones tendientes a promover el logro de la justicia social eventos en sí mismos injustos, destructores y generadores de miseria. Un ejemplo claro de esa manipulación son las confiscaciones de empresas y bienes, todos los cuales fueron arruinados por el pillaje que este sistema ha representado.
Hoy nuestra sociedad es mucho más injusta y pobre que al comienzo del presente siglo, habiendo dispuesto, tanto Chávez como Maduro, de la más fabulosa cifra de recursos financieros que jamás ingresaron a nuestro país.
La circunstancia de que el socialismo del siglo XXI, así como otros populismos, haya vaciado de contenido el concepto y lo haya distorsionado, no significa que quienes creemos en él no lo dotemos de contenido y no le demos el valor que tiene, máxime ahora que Naciones Unidas lo ha colocado como un objetivo de la humanidad, y ha fijado una fecha para promoverlo.
El concepto de justicia social tiene su raíz en la doctrina social de la Iglesia. No es como algunos desinformados o manipuladores han sugerido, un concepto de origen marxista.
Es desde allí donde se han adelantado reflexiones y se han ofrecido los elementos que hacen del concepto una categoría epistemológica de alto contenido humano y de especial trascendencia para la humanidad.
Ya en 1937 el papa Pío XI, en su encíclica Divinis Redemptoris, nos ofrece una explicación respecto de lo que el concepto encierra. En efecto, el pontífice lo expresó en los siguientes términos:
“Porque es un hecho cierto que, al lado de la justicia conmutativa, hay que afirmar la existencia de la justicia social, que impone deberes específicos a los que ni los patronos ni los obreros pueden sustraerse. Y es precisamente propio de la justicia social exigir de los individuos todo lo que es necesario para el bien común. Ahora bien: así como un organismo viviente no se atiende suficientemente a la totalidad del organismo si no se da a cada parte y a cada miembro lo que estos necesitan para ejercer sus funciones propias, de la misma manera no se puede atender suficientemente a la constitución equilibrada del organismo social y al bien de toda la sociedad si no se da a cada parte y a cada miembro, es decir, a los hombres, dotados de la dignidad de persona, todos los medios que necesitan para cumplir su función social particular. El cumplimiento, por tanto, de los deberes propios de la justicia social tendrá como efecto una intensa actividad que, nacida en el seno de la vida económica, madurará en la tranquilidad del orden y demostrará la entera salud del Estado, de la misma manera que la salud del cuerpo humano se reconoce externamente en la actividad inalterada y, al mismo tiempo, plena y fructuosa de todo el organismo”. (Encíclica Divino Redemptoris. Pío XI. Página 22. Año. 1937)
A partir de esa descripción, debemos concluir que la justicia social está concebida para lograr el bien común, promoviendo el bien de cada persona. La tarea de lograr ese bien común está asignada a todos los agentes de una sociedad, comenzando por el Estado. Ese bien comprende el bien material y espiritual. Ambos tienen una especial significación en la compresión de la sociedad y del hombre que cada corriente filosófica sostiene. Quienes somos alumnos de la escuela humanista cristiana entendemos por justicia social la realización integral del hombre. De todo el hombre y de todos los hombres. Las escuelas materialistas –la marxista y liberal- reducen el concepto a su dimensión estrictamente material.
El drama del comunismo es que no logró siquiera atender las necesidades materiales de la persona, y desechó de entrada toda consideración a su condición espiritual, y a su trascendente dignidad.
El liberalismo se da por satisfecho con los logros de quienes, en ejercicio de la libertad, pueden acceder a los bienes materiales, desechando lo espiritual, y restando importancia a las personas que por diversas razones no tienen acceso a los bienes materiales.
En esa dirección resulta imperioso en estos tiempos de la humanidad, y sobre todo de nuestra maltrecha nación, volver a estos conceptos fundamentales, dándoles su verdadero contenido. Es menester volver a colocar en el debate público estos conceptos, que algunos han pretendido calificar de obsoletos.
La cruda realidad de la vida social nos está demostrando su plena vigencia. Por lo tanto, hay que estudiarlos, no solo en su contenido, sino en el contexto filosófico e histórico en que surgieron en el campo de las ideas, y del efecto positivo que han tenido para avanzar hacia un mundo menos injusto.
La justicia social debemos alcanzarla en Venezuela. Para ello debemos rescatar la democracia y así desenvolvernos con plena libertad. La libertad permitirá a los diversos sectores desarrollar sus potencialidades económicas, culturales, educativas y espirituales. Sin esos elementos no podremos alcanzar ese desafío.
Por eso, hoy, sigo creyendo en la lucha por la justicia social en una Venezuela mejor.
César Pérez Vivas