Opinión

La mujer del balcón de la casa de Bolívar de La Grita

14 de mayo de 2025

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Néstor Melani-Orozco

Crisanto se durmió en la vieja ambulancia del hospital de las sores dominicas y entre la calle de la parada y la Plaza Mayor: la banda orquestal del maestro Jesús Parada, con un bambuco de Héctor Paredes Márquez. Hubo luna esa noche porqué desde el torrente del páramo se convirtió en relámpagos y de cada sonido de la banda vinieron las tristezas de una mujer prisionera en la dichosa alcoba del general… Eva, se nombró como una estampa extraída de los relatos del más viejo testamento. Cruzaron casi noventa largos mayos perdidos en los ecos de la montaña y del credo bendito de un pueblo dueño de los pecados de un cura masón con los laureles y la casona hecha santuario de la libertad del continente. Siendo de credos siempre se repitió en el solar: «Mal haya los trapos negros y el sastre que los cortó, ya mi amor anda de luto sin haberme muerto yo»… Lo dijo frente al espejo y en el árbol de granados. Hoy fui hasta la Casa del Padre Fernando José García. «La Casa del Balcón» como si en el llano de la Santa Cruz no existieran los vendedores de baratijas… Mientras el frondoso samán guarda aún los secretos del tiempo. La lluvia desfiló con las aguas entre las goteras penetrando la caña brava y desde el reloj se demostró las medias noches muy pasadas. Nadie lo supo de aquella mujer como una flor entre sus pétalos viviendo la enfermedad de la lepra… Ella habitaba en el balcón con los llantos donde hacía cien años había morado el General héroe de la Independencia.

 Fue más allá del clamor y del dolor en la casa de los herederos de los comuneros, entre el sonar de las trompetas muy de memorias en un libro muy viejo y los retablos de los artesanos, mientras el florero guardó en un siglo los hábitos y de jazmines disecados y marchitos en el tiempo de los secretos perdidos de la otra ciudad vieja del Espíritu Santo. Habló la vida de aquella mujer devenida, sobrina nieta del padre Fernando entre los restos del arpa y las cartas ocultas en el baúl de Lucia para el romántico Luis. Desde la historia bendita y los credos aún del reverendo. Hubo salves y padrenuestros al crucifijo perdido del aposento; entre el sonar del invierno y los sables de los Libertadores envueltos en la bayeta robada al mayordomo José Palacios. Lloraron los instantes y los truenos vibraron entre el orín donde se petrificó en las lajas de piedra. Más adentro de la niebla y el deseo dibujado en la humedad de la única cortina con los olores amarillentos de las tapias.

El reloj nuevamente mostró el sonido y de la capilla de los frailes, para sentir el olor del pequeño cementerio durmiendo los huesos de los antepasados hacedores y testigos de aquella gloriosa morada de tablas, alcoba del glorioso manifiesto de 1813. Más de aquellos fieles verdaderos de la libertad. Ladraron los perros entre el callejón del alacrán y el camino de Aguadías, había un sonido del viento y la mujer con sus manos vendadas y su rostro envuelto de trapos miró por la claraboya que daba al patio en tiempos pasados, mientras la hoguera destilaba las sombras en el patio de caballos… Un día muy de varios años falleció en la dichosa alcoba Eva García, donde había pernotado el Guerrero durante cuatro veces. Casa de los herederos viejos de los García de Hevia guardaron las penas de aquella dama con el mal de Hansen. Quedando los hechos en el libro del otro padre Melecio y en las historias de Ramón Vitoriano Ramírez. Mientras los arrendajos volaron de las jaulas y en la carpintería se quedó una manta de la sublime señora.

. El tiempo se cobijó de las esencias y un día de 1947 se ofrendaron las plegarias, más la silla de la enferma permaneció en el balcón. Mucho tiempo después el maestro y mecánico José María Guerrero nos narró aquella triste historia, porque más allá de la guitarra del cantor Miguel Ángel estuvo el viejo retrato de la virgen mujer leprosa de la casa del balcón… Volví entre recuerdos y desde los olvidados en este misterio se convirtió en eternos silencios… Entonces pregunté desde mis sentimientos y me pareció volver al lugar de Bolívar para que algún día La Grita y su pueblo comprendan las eternidades que se quedaron en las presencias. Y desde esa noche de retreta de la Banda y el roncar de Crisanto soñando las lágrimas dentro de la ambulancia del cuarto hospital de las caridades. Como un sigilo de una mujer en las anotaciones de las animas.

 *Artista Nacional. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Cronista de La Grita.

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