Una nación libre constituye una fuerza creadora de ilimitadas posibilidades. Buscará siempre elevar sus niveles de vida, trabajará permanentemente por su crecimiento material y espiritual. Una nación sometida, vejada, hambreada, enferma y humillada carece de fuerza suficiente para defenderse y de espíritu altivo para levantase y recuperar su libertad.
La libertad es clave en la participación de la persona humana en el seno de una determinada sociedad. En su ejercicio logra desarrollar potencialidades, y se dan las condiciones básicas para el pleno respeto a los derechos humanos.
Cuando en una sociedad comienza un proceso de reducción de la libertad, se abren las puertas a situaciones de crisis, tragedias y catástrofes humanitarias. De momento, los ciudadanos no perciben la magnitud del problema, ni la gravedad de los procesos que se van desarrollando en su interior.
Generalmente la clase política, académica o los medios de comunicación lo perciben, lo hacen público, pudiendo producirse un efecto positivo que detenga el camino iniciado.
También puede producirse un efecto contrario. Indiferencia, abulia y desinterés por el tema, y entonces las autocracias avanzan. Cuando las sociedades desean reaccionar, probablemente ya es tarde. Ya el autoritarismo, el militarismo ha sometido a la nación.
Es nuestro caso. La sociedad venezolana ha experimentado una destrucción de la libertad, generando una violación masiva de los derechos humanos.
Cuando este proceso se inició, la sociedad no percibió la gravedad de la amenaza. Las voces de quienes alertábamos el cambio de rumbo, no fueron atendidas suficientemente.
Hoy día la angustia crece en la población. A lo largo del proceso de destrucción de la libertad y confiscación de la democracia, los ciudadanos articulados en diversas organizaciones civiles y políticas, hemos venido expresando de manera abierta nuestra protesta por el creciente deterioro de nuestros derechos, de nuestras condiciones de vida, hasta el punto de haber llegado al nivel de tragedia nacional.
La situación ha evolucionado hasta evidenciarse un agotamiento de la fuerza organizada de la sociedad. La dictadura ha trabajado con alevosa perversión para reducir, cercar, dividir e intervenir a las organizaciones de la sociedad civil que por dos décadas, han sido el dique contenedor del avance de su voracidad de poder.
Partidos políticos, sindicatos, gremios, organizaciones ciudadanas de diversa naturaleza, han sido molidas por el impulso autoritario del socialismo del siglo XXI. A eso se suma el colosal éxodo de más de cuatro millones de compatriotas, la miseria generalizada de la población, todo lo cual nos lleva a un cuadro de postración, que limita severamente la capacidad de lucha de una sociedad que ha mostrado reservas políticas, éticas y sociales de alto valor, para resistir la inmoral y brutal embestida del militarismo marxista que ha postrado a nuestra nación.
Muchos se sorprenden de la pacifica conducta de nuestros ciudadanos, olvidando las extraordinarias jornadas cívicas cumplidas, para mostrar al mundo nuestro repudio por el autoritarismo.
No faltan los que aspiran a observar, una suerte de inmolación colectiva de la sociedad, para desalojar a la barbarie de los aposentos del poder. Olvidan que millones de compatriotas no están en capacidad de articularse y movilizarse porque han desaparecido los mecanismos de comunicación, organización y movilización que son normales en una sociedad democrática.
Olvidan la precariedad material en la que se encuentra nuestra sociedad. Millones de ciudadanos dedican buena parte de su tiempo para sobrevivir, para duplicar su esfuerzo buscando recursos con los cuales lograr una precaria alimentación, otros protestando focalmente para acceder a atención médica, gas, gasolina, agua potable o transporte.
Pero también prestan poca atención al efecto paralizante que la represión ha causado en densos sectores sociales. El miedo ha entrado con fuerza. Mucha gente se inhibe de participar, de colaborar, porque han conocido el talante vengador y represivo de la cúpula gobernante y sus agentes políticos y militares.
Estos procesos de sometimiento, temor y paralización se producen en las sociedades totalitarias. Vale la pena traer a colación lo ocurrido en los tiempos del nazismo, para observar el comportamiento humano, cuando un pueblo está sometido y humillado.
Hanna Arend, en su obra cumbre sobre “La Banalidad del Mal”, nos lo muestra de la siguiente forma: “El contraste entre el heroísmo de Israel y la abyecta obediencia con que los judíos iban a la muerte –llegaban puntualmente a los puntos de embarque, por su propio pie, iban a los lugares en que debían ser ejecutados, cavaban sus propias tumbas, se desnudaban y dejaban ordenadamente sus ropas, y se tendían en el suelo el uno del otro para ser fusilados- parecía un excelente argumento, y el fiscal le sacó todo el partido posible, uno tras otro, con preguntas como: “¿Por qué no protestó?”, “¿Por qué subió a aquel tren?”, “Allí había quince mil hombres, y solo unos centenares de guardianes, ¿Por qué no les arrollaron?”. Pero la triste verdad es que el argumento carecía de base, debido a que, en aquellas circunstancias, cualquier grupo de seres humanos, judíos o no, se hubiera comportado tal como estos se comportaron”. (Hanna Arendt. “Eichmamn en Jerusalén. Un estudio acerca de la banalidad del mal. Página 12. Editorial Lumen. Mayo 2003. Barcelona, España).
También, Primo Levi, en su obra “Si esto es un Hombre”, en su epilogo, (Pagina 109) nos coloca ante la misma situación, al responder la pregunta de porque no hubo una rebelión masiva en los campos de concentración. Él lo explicó así: “los prisioneros estaban debilitados, además de desmoralizados, por el hambre y los malos tratos,………..”
Tanto Hanna Arendt como Primo Levi, nos explican, en sus obras, la reacción del ser humano, ante la pérdida de la libertad, la vejación y el temor.
Este fenómeno, no tengo duda, está presente en nuestra ciudadanía. Un pueblo temeroso, hambriento, enfermo, humillado tiene grandes dificultades para recuperar la libertad. Tiene temores y limitaciones para sacudirse la opresión.
También hay circunstancias históricas que han mostrado, momentos de explosión social de múltiples e incontables consecuencias, pero nuestra realidad hoy es la de la postración.
La nación venezolana, nuestra ciudadanía, no cabe duda está postrada. La cúpula roja no está dispuesta a restituir la libertad a nuestra nación. Nos lo termina de recordar Maduro, en una alocución trasmitida en cadena nacional de radio y TV, el pasado martes 11 de junio al expresar: «Se los juro que no volverán ni por las buenas, ni por las malas. Aquí habrá revolución para largo».
Frente a ese cuadro es menester perseverar y resistir. Pero, no cabe duda. que necesitamos la solidaridad y respaldo de la comunidad internacional. Requerimos ayuda efectiva para lograrlo. Una nación sometida, merece la liberación. Venezuela la necesita con urgencia. (César Pérez Vivas)