Opinión

La nueva sombra

2 de febrero de 2022

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Antonio José Gómez Gáfaro
«La nueva sombra”, así se titula la que iba a ser la continuación de la trilogía del Señor de los Anillos, la obra de J. R. R. Tolkien. En lo que refiere a mí, esta es mi novela preferida, y me sentí ligeramente congojado al descubrir que “La nueva sombra” había quedado inconclusa, virgen, y escondida, en la mente brillante de Tolkien. Alcanzó a escribir solo nueve páginas y, aunque no la terminó, sí esbozó tiempo después la trama general y explicó el motivo de este repentino final. Tan solo describiré, grosso modo, la idea general de esta obra y la orientaré hacia el aquí y ahora.
La Tierra Media había quedado libre de la amenaza de Sauron, Sauron había sido reducido a un espíritu impotente y borracho de rencor, y el pueblo de Gondor vivía bajo un nuevo rey tiempos de bonanza y felicidad… No pasarían 100 años cuando el pueblo empezó a constituir sectas secretas que idolatraban orcos y los males del pasado. Poco a poco se iba satanizando. Básicamente, este es el meollo de la trama: un pueblo cansado de la felicidad que voluntariamente añoraba, de una manera u otra, los tiempos pasados.
Una frase resuena mucho: siempre se vuelve a donde se fue feliz… Parece que este no es el caso de Gondor, ni el de tantas sociedades. Hay que ver cuál es la concepción de “felicidad” que tú y yo tenemos. Una vida feliz no tiene sus raíces en el poseer material, ni en las distinciones honoríficas, ni en el título universitario, ni en la buena comida, ni en los viajes, ni… y aunque nada de esto es malo, y no está mal soñar con esto, si lo separamos de lo que en verdad importa, por muy bueno que pueda ser, se pervierte. Una vida feliz no es una vida cómoda, repleta de una felicidad natural al margen de Dios, en el caso de que fuera posible. Debemos comenzar por acá: ¿qué nos hace felices?
Con ocasión del nuevo año que comienza, cargado de propósitos, buenos deseos e ilusiones, vale la pena considerar, dentro del marco general que engloba estas líneas, lo que significa un “buen año”. Un buen año, para un cristiano, es aquel que se vivió en compañía de Dios. Puede ser un “buen año” aquel en el que apareció la penosa enfermedad, si ella nos sirvió para acercarnos más a Dios, o aquel año que supuso la ruina material de toda la familia, si ese año sirvió para acercarnos más a Dios. En ningún modo planteo “romantizar” la pobreza, el hambre, la muerte, el dolor, y justificar de algún modo los males de la humanidad, que sin duda son consecuencia del mal obrar del hombre, sino que, para los que aman a Dios, todo es para bien, y ocasión de acercarnos más a Él. La felicidad también se delinea en este camino para aquellos que no conocen a Dios.
Me da mucha gracia el razonamiento de muchos historiadores que argumentan que el tiempo es cíclico y que las naciones vuelven una y otra vez a los errores del pasado. Desde mi parecer, el tiempo no es cíclico, sino lineal, y tiende a un fin; lo que pasa es que el hombre se cansa de los tiempos malos, como es lógico, y también de los tiempos buenos. No considerar la bondad del día a día hace el efecto de que no se le dé el verdadero valor y se caiga en una monotonía que convierte la labor más noble en algo que no se diferencia de lo más simple. Después, cuando falta, se añora, y se hace duelo por lo que no se tiene.
El pueblo venezolano sigue sufriendo, la gente sigue pasando hambre, los migrantes continúan su procesión. Lo que más me preocupa es la normalidad con que empezamos a ver los males. Ya casi no duele ver personas revisando basura, ni las noticias tristes de los hospitales, y se ven, no con buena cara, los golpeteos a la puerta de personas que llaman pidiendo un trozo de pan. Me preocupa, porque a muchos nos desensibiliza esta situación, y con tal de ver una ligera mejoría económica, poco nos importa los males que afligen a nuestro hermano.
No es solo una crítica a la situación nacional, y a la manera como la afrontamos. Debemos reaccionar, frotar los ojos, y mirar de nuevo: volver a sentir misericordia y buscar una solución a la problemática. Hay que ver más allá de las apariencias y reconocer que nuestra dignidad no viene del poseer, sino del ser, de que todos somos hijos de Dios. Los tiempos “malos” cansan, y con razón, pero también nos desensibilizan y nos encierran en nosotros mismos. Me atrevo a escribir esta sentencia: si no volvemos la mirada al hermano que sufre, ahora, entonces cuando Venezuela cambie -por hacer uso de la expresión popular-, nos pasará como a la gente de Gondor: nos cansaremos del “bien”, porque seremos insensibles y encerrados en nosotros mismos.
Tolkien, en una de sus cartas, expresó que no terminó la obra porque no iba a añadir nada relevante a su historia, ya que la maldad sería obrada por el hombre y no por un señor oscuro como en las edades pasadas. El hombre era ahora el responsable de los males y, así mismo, el responsable de eliminarlos. La felicidad tiene puertas que se abren para afuera… intentarlas abrir para adentro es solo encerrarse en sí mismo.
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