Opinión / César Pérez Vivas
La revolución “socialista y bolivariana” se posó sobre el Tepuy Kusari. El templo sagrado de los pemones ha sido ultrajado por esa legión de estridentes personajes, “hijos de Chávez”, que persuadidos de su dominio absoluto sobre nuestra nación, se sienten autorizados para hacer lo que se les ocurra por sentirse dueños y señores de este país.
La extravagancia, el obsceno derroche de las riquezas mal habidas, la permisividad para movilizar sus aviones y helicópteros hacia donde ellos decidan, los llevó a inventarse una fiesta en uno de los iconos de nuestra biodiversidad, como son los Tepuy del Parque Nacional Canaima.
La grotesca fiesta de esa legión de personajes del “enchufadismo” constituye la presencia de la revolución en la cima del Tepuy. En efecto eso es hoy día la revolución: destrucción, derroche, insensibilidad, exhibicionismo, nuevo riquísimo e impunidad.
La revolución que se ofreció como la alternativa para “salvar a Venezuela”, ha terminado en una triste y dramática historia de descomposición moral y destrucción material de nuestra nación. Lo del Tepuy es apenas una muestra de la demagogia de un discurso hipócrita, que aún en medio del desastre creado, pretende seguirse dando, como si los hechos no fuesen tan protuberantes como para que de una vez por todas tuviesen la vergüenza de callarse.
Una camarilla que alardea de humanismo y de eco socialismo, supuestos promotores de una “democracia participativa y protagónica”, autoproclamados como “anticapitalistas”, “defensores del medio ambiente”, han terminado instaurando el régimen más explotador y acumulador de capital financiero para sus cuentas personales, así como el más depredador y extraccionista de toda nuestra historia.
Lo que ha hecho la camarilla roja con la Amazonia venezolana, constituye un crimen de lesa humanidad, cuyas consecuencias cargarán por siglos las próximas generaciones. Una ambición desbordada por el dinero y el poder, a costa de la reserva de vida más importante del planeta, destruyendo bosques y suelos, liquidando la diversidad biológica de especies atesoradas por milenios, contaminado con químicos las antiguas prístinas aguas del escudo guayanés, es el saldo de la ya larga gestión chavista.
Para extraer el oro y el coltán, han hecho del Parque Nacional Canaima y de otras áreas en el llamado “arco minero”, un territorio de mafias y grupos armados donde la vida no tiene valor, y donde la ley del más sanguinario y abusador de los “camaradas” se impone, al mejor estilo somalí.
Los pasivos ambientales que dejará el madurismo al término de su gestión son inconmensurables en esta región de nuestro territorio. Tan graves como los pasivos éticos y sociales, dado los niveles de descomposición en los asentamientos mineros y su impacto sobre toda la sociedad venezolana.
La voracidad y el excentricismo del “hombre nuevo”, creado por la revolución bolivariana, es de la tal magnitud que han tomado posesión y han afectado otros iconos de la riqueza natural y biológica de la nación. Destacan la destrucción del Parque Nacional Morrocoy, donde los derrames petroleros, fruto del saqueo perpetrado en la industria petrolera, han afectado no solo los manglares y la fauna de los arrecifes de coral, sino que ha impactado negativamente el paisaje cristalino de unas paradisiacas playas, orgullo de nuestra Venezuela.
Igual daño hacen los nuevos ricos del chavismo que han tomado el Parque Nacional “Los Roques”, para exhibir sus fortunas y sobre cargar aquellos parajes maravillosos. El Parque Nacional “El Ávila”, reserva de vida de la ciudad de Caracas, no ha escapado al nuevo riquísimo “bolivariano”. Su frontera se ha reducido ante el avance de construcciones opulentas que “el socialismo bolivariano” permite a sus amigotes.
A esos daños producidos por la corrupción, la soberbia e impunidad del régimen, se suman los generados por el abandono de todas las políticas de saneamiento, protección y restauración, que en el pasado siglo habían hecho de Venezuela un país modelo en políticas públicas medio ambientales.
En efecto el chavo-madurismo acabó con todos los programas de saneamiento ambiental. Hoy los cuerpos de agua de nuestro país están más contaminados que hace 25 años. Hoy todas las aguas negras del país son vertidas, sin tratamiento, a ríos, lagos y al mar. El daño sobre la oferta de agua dulce es inconmensurable.
Nuestros asentamientos humanos mueren de sed porque cada día hay menos agua, y por supuesto, no hay servicios de acueductos porque la revolución jamás construyó uno, y los forjados en el pasado siglo sufren los rigores del abandono. A ello se debe agregar la destrucción de las cuencas hidrográficas, con la deforestación, produciendo una sensible reducción de la oferta de agua dulce para el consumo humano, para la agricultura y la industria.
Los suelos igualmente han sido impactados. Los derrames petroleros afectan a los cuerpos de agua y también a los suelos. A eso se suma la ausencia de una política de manejo de desechos. El país está lleno de basura, con centros de disposición a cielo abierto sin ningún tipo de tratamiento que agravan ese proceso contaminante.
En medio de ese desastre oímos al Sr. Maduro hablar de eco socialismo, buscando engañar a la ciudadanía, afirmando que su ideología del mal se ocupa de cuidar la ecología. Nada más alejado de la realidad. Los hechos aquí descritos lo demuestran. Una cosa es el discurso hipócrita de estos personajes de la revolución y otro es su comportamiento.
Con el arribo de la revolución a los Tepuy, salta de nuevo a la vista de los venezolanos la barbarie que ella representa. Esa es una razón más que suficiente, por si las tantas más existentes no lo fuesen, para continuar la lucha con el fin de rescatar nuestra patria.