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Inicio/Opinión/La universidad del magisterio (II)

Opinión
La universidad del magisterio (II)

domingo 7 octubre, 2018

Gustavo Villamizar D.


En la entrega anterior nos referimos al anuncio presidencial de la creación de la Universidad Nacional Experimental del Magisterio, manifestamos nuestra complacencia con la decisión y, entre otras cosas, expresamos nuestra advertencia en torno al riesgo de que la nueva institución fuera copada en su orientación y desempeño, por los modelos educativos que impulsan en todo el planeta organismos multilaterales como la OCDE, el FMI, el Banco Mundial y la UNESCO. En torno a este último aspecto, algunos amables lectores me plantearon varias interrogantes que pueden resumirse en: ¿por qué excluir de plano modelos educativos activados en los países desarrollados como EEUU y la Comunidad Europea? Creo que les debo una respuesta.

En primer lugar, porque pienso que basta de seguir trasplantando modelos y experiencias forjadas en realidades muy diferentes a las nuestras, traslados que siempre han resultado fallidos. Luego, los modelos propuestos –e impuestos- por esos organismos no son realmente innovadores y menos transformadores de la educación, sino versiones barnizadas del fracasado modelo curricular. De la misma manera, las nociones de aprendizaje y enseñanza – cimientos de todo modelo educativo- sobre las que se basan esos sistemas, no difieren de las que han mostrado sus carencias y desatinos en la vigente escuela transmisiva. Igualmente, el modelo curricular y aun estos supuestamente modernos, han convertido la práctica pedagógica en una mera administración de saberes mediante la aplicación de técnicas y procedimientos, obviando su condición fundamentalmente intelectual. A la par, los contenidos prioritarios de esos modelos son los referentes a las ciencias básicas, la computación y el bilingüismo, omitiendo las áreas de formación integral y los saberes ligados a la nacionalidad. En relación a la ciencia, su estudio está centrado en el conocimiento tecnológico y los procesos de la tecnología producida en los países desarrollados, cercenando la investigación, la producción de conocimiento y la innovación, que tanto pudieran aportar al desarrollo científico y tecnológico soberanos de nuestras naciones. Esta última circunstancia condena a los países de economías medias o pequeñas a depender, por siempre, de la adquisición de tecnologías que no se transfieren o de lo contrario, permanecer como exportadores de materia prima barata. Igualmente, la aceptación de tales modelos significa atarse a criterios de calidad impuestos por los grandes conglomerados empresariales, expresados en pruebas como las llamadas PISA, de las cuales están borrados los aspectos concernientes a la formación integral, humanística y la equidad social.

A partir de estas consideraciones, se impone una profunda reflexión sobre el modelo educativo y de formación docente que requerimos en nuestros países, de cara a procurar una educación de calidad, sólida, incitadora al saber, liberadora del pensamiento y forjadora de nuevas ciudadanías. Para ello se debe comenzar por reconocer y asumir nuestra diversidad de pueblo, el variadísimo abanico de nuestras culturas, la diferencia con los ciudadanos de otras latitudes, recordar con El Libertador en su Carta de Jamaica: “Nosotros somos un pequeño género humano, poseemos un mundo aparte”. Solo partiendo de estas condiciones básicas será posible producir, crear, inventar los planes y proyectos que harán de nuestras naciones ámbitos de pujanza y felicidad. Es bueno también, recordar la reiterada prédica de Don Simón Rodríguez: “La sabiduría de la Europa y la prosperidad de los Estados Unidos son dos enemigos de la libertad de pensar… en América”.

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