Opinión
Las sillas de los poetas
miércoles 3 septiembre, 2025
Néstor Melani Orozco
Había en Palmarito de Seboruco una silla donde un escultor labró hace dos mil años, figuras rupestres… Y de muchos viajes aprendimos las energías de los asientos de los maestros. Lo describió Piotr Illich Tchaikovski junto a su “Lago de los Cisnes” entre una melodía presenciando sentado frente al piano y más allá de un lienzo invocaba a Paul Keep para oír el aleteo de las azules mariposas. Desde “El Opus 5 para Violín”, junto a las sillas del teatro… La silla del capitán existió en el taller en Pietra Santa de Fernando Botero en aquella Italia del mar Adriático. Fue de un sueño en el castillo de Jesús Soto cerca de París, una silla diseñada por Andy Warhol y desde cada sentido la móvil silueta de Marcel Duchamp para describir a “La Modelo Bajando las Escaleras” y de Metzinger en una silla geométrica creando el Cubismo.
Del taburete de madera en el Castillete de Reveron. Lo dijo entre notoriedades Juan Calzadilla narrando el asiento con un tapiz árabe de Federico Brand entre aquellos balcones de la Caracas vieja y de todos los momentos los sillones de los pintores eternos con los claros de luna y de renacer en Barcelona en mi maestro Pere Cara en “La Porta d’ Ángelo”, donde buscábamos saber grabar entre aguafuertes y misterios. En sillas altas como prestadas al bar de “Los Cuatro Gatos.”
Fueron las sillas de los pintores un mundo mágico de energías divinas, de cada color o de cada dolor en el secreto de los hechos notables con los pinceles despertando al Muralismo en la pureza fresca de Oskar Casanova apuntando murales gigantes o del viento con el Negro Primero en el taller de César Rengifo más cerca de un cielo al color de las violetas y al amor de un lección de siglos. Entre la banqueta de Gabriel Bracho en los Puertos de Altagracia e irnos a Maracaibo para describir en una silla china, venida de Cantón al informalismo de Paco: El Chino Hums. Y del realismo, lo eterno en sus lenguajes vibrantes. Más entre Leonel Durán un vitral gigantesco para adivinar los relatos de Velia Vosch en los imaginarios y el poder de sus maestros desde Siqueiros hasta lo más humano de Guayasamin… Desde Botticelli en Firenze adorando a la hija de Amerigo Vespucio hasta Picasso sentado pintando a Gertrudis Einstein.
Y viajar en la silla de Manuel Osorio Velasco en su balcón desaparecido de Barrio Obrero entre las ultimas estrofas de la canción andina y de los parámetros vestidos de la montaña. En San Cristóbal. Y de irnos hasta la silla de Pepe Melani donde hablaba con el diablo y sabia el secreto del Cristo amarillento con el tenue aroma de las luces del Barroco. Con el dolor de su fresco de la cúpula geodésica sefardita, sudando las eternidades.
Volvieron los años y las sillas de los maestros se quedaron frente a los caballetes como si del mundo no estuvieran los encantos de los pueblos. Lo leí de Gabriel García Márquez como de idealista contó de la silla de Alejandro Obregón en Cartagena y más allá de cada sentido Carlos Cruz Aceros me dijo de las formas modernas de Augusto Ramírez Villamizar en Bogotá de los ladrillos rojos.
Viéndome sentado en la silla griega de Hugo Baptista el de la Bienal de Venecia para escuchar las presentaciones de Adriano González León, para mi “Militante Rojo” en la otra Maripérez de la ciudad de los duendes. De memorizar la silla mexicana de José Clemente Orozco junto a Alfonso Reyes detrás del candelabro de Oaxaca en la silla de José María Velasco… Recordé la vieja silla italiana la Poetisa Isaura en el taller de Morelani y la silla transparente de los óvalos plásticos y cinéticos de Raúl Sánchez. Para encontrar la Silla móvil en su estudio de Los Palos Grandes de Fruto Vivas diseñando la Flor para la feria mundial de Hannover en Alemania. De decirlo en un circular escenario de la silla de Martin Morales entre Tovar y New York. Aparecer en las sillas de José Campos Biscardi en lo surrealista de la cima del Ávila. Y con las Sillas de Heddy Durán viajando experimentaciones por Chile.
Fue volver hasta el inmenso acto de aquella silueta del cuarto de Van Gogh junto la ventana de los trigales de Arles. Con la silla de Monmatre. Más donde lloró las angustias Amadeo Modigliani. Para verla en Roma en el salón de Giorgio Chirico y venir a la capital de nuestra patria en la elegancia de Centeno Vallenilla. Mientras debajo del puente de Petare en una piedra se sentó Bárbaro Rivas y contempló ver bajar las estrellas y a escasos metros los muebles argelinos del taller de Tito Salas pintando “La Imigracion a Oriente”. En su mansión republicana. Cuanto, de amor, el silencio de irnos a Figueras en Catalunya para saber de la cineasta Viky Peña y besar los almohadones de Pilar Miró en sus Ramblas de la Ciudad Condal. Para entender la Silla de Dalí como un escenario de un teatro lírico. Convertido en los dibujos del onirismo. Donde Gala flotando en una silla transparente se convirtió en “Leda Atómica”.
Las sillas eternas; las sillas de los genios. Las sillas propuestas del aura de los fantasmas detrás de los ecos. Con los verdaderos artistas. Como lo escribió Friedrich Nietzsche, haciendo de las sillas los testamentos de escritores, músicos, artistas y verdaderos filósofos. Las sillas de los carpinteros. Mas adentro de los prelados y del escultor jorobado de Víctor Hugo descubriendo al misterioso de Notre Dame en una silla forrada de piel de los camellos. De un por fin. Por todo: las sillas de los pintores… las sillas eternas de los creadores. La silla siempre de madera bautizada en los santuarios…
*Artista Nacional. *Maestro Honorario. *Doctor en Arte. *Premio Internacional de Dibujo Joan Miró 1986. Barcelona. España. *Cronista de La Grita.