Opinión
Los dones del Espíritu Santo
lunes 29 diciembre, 2025
Hogan Vega y Dorli Silva
En la tradición católica, los siete dones del Espíritu Santo son vistos como regalos o disposiciones que perfeccionan las virtudes de la persona que los recibe. De ahí que, estos dones sean como velas en un barco: No es el navegante quien rema, sino el viento del Espíritu el que impulsa la embarcación con una facilidad sobrenatural. A diferencia, los siete dones metafísicos que definen la naturaleza de lo divino de una manera estructurada.
Sin embargo, los siete dones del Espíritu Santo son: Sabiduría, es el don más alto, no es solo saber cosas, sino gustar de Dios. Permite ver todas las cosas, incluso el sufrimiento, desde la perspectiva eterna; entendimiento (inteligencia), nos permite penetrar en las verdades profundas. Es esa claridad mental que te hace comprender el porqué de las cosas espirituales más allá de la lógica simple; consejo, es la capacidad de juzgar rectamente, sobre todo en momentos de crisis. Te ayuda a elegir el camino que más te conviene para tu bien espiritual y el de los demás; fortaleza, es el coraje para resistir el mal y perseverar. Da la fuerza para cargar las cruces diarias sin desmoronarse; ciencia, nos ayuda a dar a las cosas creadas su valor justo. Nos permite ver la mano de Dios en la naturaleza y en la historia, sin apegarnos demasiado a lo material; piedad, sana el corazón de la dureza y lo abre a la ternura. Es lo que nos hace sentir hijos de Dios y hermanos de los demás, eliminando la frialdad; temor de Dios; no es miedo al castigo, sino un respeto profundo y el temor de herir el amor de Dios. Es la base de la humildad.
En otras palabras, en la vida diaria o cotidiana, los dones nos permiten ver la vida desde otra perspectiva, tal como analizar el resentimiento que “amarga la vida entera” e “influencia en mal toda manifestación.” Estás describiendo un estado donde el pensamiento se ha quedado estancado en un error del pasado, bloqueando la luz de la verdad, donde el antídoto contra el resentimiento es la dinámica que cambia, a través de los dones. Por ejemplo, con el don de sabiduría, nos permite ver que el daño que te hicieron es pequeño comparado con la inmensidad del plan divino para ti. Te ayuda a soltar porque tu felicidad ya no depende de esa ofensa; el don de piedad, es quizás el más directo contra el resentimiento. Al darte un corazón de carne, te permite mirar al ofensor no como un monstruo, sino como alguien también herido o necesitado de luz. La piedad reemplaza la amargura con compasión; el don de fortaleza te da el músculo espiritual para no dejar que los pensamientos recurrentes de odio te venzan. Perdonar es un acto de fuerza, no de debilidad.
Es decir, para entender mejor cómo se organizan o se agrupan los dones según su función en la mente o en la voluntad. Iniciando, para la inteligencia, los dones de sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia y, de modo similar para la voluntad/acción, los dones de fortaleza, piedad y temor de Dios. Por consiguiente, abordar el resentimiento desde el don de la sabiduría es pasar de una visión de hormiga (donde el obstáculo que tienes enfrente parece una montaña insuperable) a una visión de águila. En la tradición espiritual, la sabiduría no es acumular datos; es la capacidad de gustar la presencia de Dios en todas las cosas, incluso en aquellas que nos causaron dolor. Es el don que nos permite ver la vida con los ojos de la eternidad.
En consecuencia, la sabiduría puede transformar esa amargura en algo distinto, es el cambio de perspectiva: “De la herida a la enseñanza.” El resentimiento nos mantiene mirando la cicatriz, recordando el momento en que nos hirieron. La sabiduría, en cambio, nos eleva y nos hace preguntar: ¿Qué es esto que me sucedió frente a la inmensidad de mi destino espiritual? Sin sabiduría: Vemos la ofensa como algo que define nuestro presente. “Soy una persona engañada”, “Soy una persona maltratada”. Por otra parte, con sabiduría: Entiendes que esa ofensa es un episodio transitorio. La sabiduría te dice: “Tú eres mucho más grande que el daño que te hicieron”. Al ver la pequeñez del ofensor frente a la grandeza de la vida, la amargura pierde su peso.
Con la intención de reconocer la ignorancia del otro, la sabiduría nos da una comprensión profunda de la condición humana. Nos permite aplicar las palabras: “Perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Cuando alguien actúa con maldad o egoísmo, la sabiduría nos muestra que esa persona está ciega o enferma espiritualmente. Es el resultado: “No dejas de ver la injusticia, pero dejas de tomarla como algo personal”. Sientes una especie de lástima sabia en lugar de odio. El resentimiento necesita que consideres al otro como un enemigo poderoso; la sabiduría te muestra que el otro es solo un ser humano limitado. Del mismo modo, el desapego de los resultados nos lleva a la amargura y a sentir que “las cosas no deberían haber sido así.” Es un conflicto entre nuestra voluntad y la realidad. Por tal motivo, la sabiduría nos enseña que nada sucede fuera del permiso divino para nuestro crecimiento. Este don te permite decir: “Esto dolió, pero no permitiré que detenga mi evolución.” La sabiduría te devuelve el control de tu vida, porque dejas de esperar que el pasado cambie para poder ser feliz en el presente.
Ahora bien, para combatir esa amargura desde la sabiduría, puedes intentar este ejercicio mental: Primero, observa la situación desde lejos: Imagina que han pasado 50 años. ¿Esa ofensa sigue teniendo el mismo poder sobre ti? La sabiduría vive en ese futuro donde ya todo ha sido sanado. En segundo lugar, busca el bien mayor. Pregúntate: ¿Qué fortaleza ha nacido en mí a raíz de esto? A veces, la sabiduría utiliza el dolor como un cincel para esculpir un carácter más fuerte o más compasivo. Sin duda, el resentimiento es como beber veneno esperando que el otro muera. La sabiduría es entender que soltar el vaso es el mayor acto de inteligencia y amor propio que puedes realizar.
No obstante, si lo vemos desde el don del entendimiento, la sabiduría es la visión de águila que te permite ver el panorama completo desde las alturas, el entendimiento (o inteligencia) es la luz de rayos X que te permite atravesar la superficie de los hechos para llegar a la raíz.
El resentimiento sobrevive gracias a las apariencias. Nos dice: “Esa persona te odia”. “Ese evento arruinó tu futuro”. “Eres una víctima”. El entendimiento despoja a la amargura de esas etiquetas y te muestra la verdad desnuda y se complementa con la sabiduría para sanar tu corazón. Con el entendimiento se atraviesa la máscara del ofensor y se observa cómo el resentimiento se alimenta de ver al otro como un villano todopoderoso que actuó con plena libertad y maldad. Por otro lado, el entendimiento te permite ver más allá. Te ayuda a comprender que quien hiere, normalmente está proyectando su propio dolor, sus traumas o su propia ignorancia. Mientras la sabiduría te dice que sueltes el pasado, el entendimiento te explica por qué sucedió. Al entender las carencias del otro, dejas de ver la ofensa como un ataque personal y empiezas a verla como el síntoma de una persona enferma de espíritu.
Mientras tanto, desmonta la mentira de la pérdida, donde el resentimiento surge porque sentimos que nos han quitado algo (respeto, tiempo, amor, justicia). El entendimiento actúa sobre nuestra mente para revelarnos una verdad espiritual: Lo que es real y divino en ti, nadie te lo puede quitar. Además, si alguien te insulta, el entendimiento te muestra que tu dignidad no reside en las palabras de esa persona, sino en tu origen espiritual, y la clave se observa en el resentimiento, se queda en la superficie del golpe; el entendimiento profundiza hasta encontrar que tu núcleo sigue intacto.
Por ello se hace necesario revelar el propósito oculto, donde la amargura nos ciega y no vemos que una situación difícil fue el catalizador de un cambio necesario, y el entendimiento te ayuda a descifrar el código detrás del evento. Quizás esa decepción te obligó a poner límites, a buscar nuevos caminos o a descubrir una fortaleza que no sabías que tenías, con el resultado que la amargura se disuelve cuando dejas de preguntarte ¿por qué me pasó esto? (queja) y empiezas a comprender: ¿Para qué me sirvió esto? (aprendizaje). Otra forma de contribuir, cuando ese pensamiento amargo vuelva a tu mente, intenta no luchar contra él, sino analizarlo con este don, pregúntate: “¿Qué verdad sobre mí mismo estoy olvidando al creer que esta persona tiene el poder de hacerme infeliz?” El entendimiento te recordará que tu paz es una propiedad interna, no un regalo de los demás.
Al comparar, con los siete dones de la divinidad: Amor (deseo/afecto), no es solo una emoción, sino la esencia misma de la creación. Se interpreta como la fuerza que abraza, protege y satisface toda necesidad humana; verdad, es el estándar inmutable. Representa la realidad espiritual que desmiente el error o la ilusión. Conocer la verdad es lo que hace libre al individuo; vida, entendida como eterna y sin interrupciones. No depende de la materia, es energía constante, vigor y ser; inteligencia (mente), la fuente de toda idea verdadera. Sugiere que no tenemos mentes separadas, sino que reflejamos la única inteligencia infinita; alma, a menudo vinculada con el sentido espiritual y la belleza. Es lo que nos da identidad real y nos permite experimentar el gozo sin depender de los sentidos físicos; espíritu, representa la sustancia real. Nos enseña que lo que vemos con los ojos físicos es temporal, mientras que lo espiritual es lo único sustancial y permanente; principio, quizás el más técnico. Se refiere a la Ley divina que gobierna el universo con orden, armonía y precisión matemática.
Igualmente, son solo conceptos abstractos; se pueden usar como herramientas de introspección: Ante el caos, se recurre al principio (el orden existe); ante la enfermedad, se medita en la vida (la vitalidad es espiritual); ante la confusión, se busca la inteligencia (la claridad mental). Sobre el asunto, del resentimiento, el amor actúa como el antídoto específico para esta condición: El amor como sustancia, no como emoción; en metafísica, el amor no es algo que tú debas fabricar por alguien que te hirió (eso sería casi imposible humanamente). El amor es la sustancia del ser y la respuesta del amor, al reconocer que el amor es la única causa y el único poder, le quitas al ofensor la autoridad sobre tu felicidad. El amor te revela que tu bienestar depende de tu conexión con lo divino, no de las acciones de los demás.
Continuando, con la decepción como falta de inteligencia, donde se dice que el resentimiento es la causa de todas las decepciones. Esto ocurre porque el resentimiento nos obliga a mirar a través de un lente empañado. Cuando estamos resentidos, esperamos que el mundo (la materia) nos pague o se comporte de cierta forma para sentirnos bien. Esa expectativa es la madre de la decepción. Al contrario, el amor nos enseña a dejar de buscar la plenitud en las personas y empezar a verlas como ideas de Dios que, a veces, están actuando bajo la ignorancia. Al dejar de exigirle a la persona lo que solo el espíritu puede darte, la decepción desaparece. Mientras, el amor que disuelve la amargura, imagina el resentimiento como un bloque de hielo sólido que detiene el flujo de la vida y la verdad en tu día a día. El amor es el calor que disuelve ese hielo. No lo hace mediante el esfuerzo de perdonar por obligación, sino mediante la comprensión de que el mal no tiene principio. Si el amor es todo, entonces aquello que te hirió no tiene una existencia real y eterna; fue una sombra, una ilusión de la mente mortal. Al entender esto, el resentimiento pierde su alimento. Pensadores metafísicos como Conny Méndez usaban la frase: “El hombre que ama bien es el hombre más poderoso del mundo”.
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