Hogan Vega y Dorli Silva
En un mundo globalizado, los países que tomen a la educación como el camino hacia la excelencia no deben considerarse como una utopía; para Eduardo Galeano, la utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, y ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Por tal motivo, con la educación fundada en sus cuatro pilares se logran alcanzar los pilares de las competencias, y la utopía de la excelencia; ello impulsa a encarar al presente con los compromisos pedagógico, ético y social, para ir al encuentro del mañana desde el presente. Por tal razón, se debe mirar el artículo 32 de la Ley Orgánica de Educación, de 2009; un extracto de dicho artículo indica que la educación universitaria tiene por finalidad “formar profesionales e investigadores… de la más alta calidad y auspiciar su permanente actualización y mejoramiento, con el propósito de establecer sólidos fundamentos que, en lo humanístico, científico y tecnológico, sean soporte para el progreso autónomo, independiente y soberano del país en todas las áreas”.
La educación universitaria se fundamenta en cuatro pilares: Primero, las actividades de docencia deben atender a la formación; segundo, la investigación orientada hacia el descubrimiento; tercero, las actividades de extensión que deben generar un vínculo entre la universidad y la comunidad, de modo que fusionen la esencia de la generación del conocimiento; cuarto, la gestión que consigue que la universidad funcione (operatividad).
De esta manera, las funciones de docencia, investigación y extensión son propias de la labor de los profesores universitarios; todos, en mayor o menor medida, con responsabilidad y calidad deben asumirlas e internalizarlas, pues son constitutivas de su desempeño profesional. Unida a estas funciones se encuentra la gestión, la cual es indispensable para el buen funcionamiento de la universidad y el cumplimiento de su responsabilidad profesional.
Si en la docencia los planes de estudio no se enriquecen con los aportes del campo de investigación y la extensión, la actividad educativa continuaría con una formación tradicional, al producir egresados sin competencias en su área de estudio. En cambio, la universidad que se necesita es aquella que asume los cambios y retos en la formación de profesionales con los conocimientos que produzcan los cambios, en la manera en que se enseñan y usan herramientas tecnológicas. Ese profesional decidirá cuáles son los recursos apropiados y cuáles se aplicarán al tema en estudio, para conseguir las competencias que se desea desarrollar en los profesionales que egresarán.
Sin embargo, en la universidad, la innovación, la tecnología, la inteligencia artificial, así como cualquier entorno virtual puede sustituir la conceptualización, ni los procesos que conllevan a la formalidad de la matemática, la física, la química, entre otras. En otras palabras, solo sirven de soporte para lograr un mejor entendimiento de las definiciones, conceptos, proposiciones, axiomas, teoremas, principios, y leyes que rigen las disciplinas de las ciencias exactas, entre muchas otras. (Vega y Silva, 2020)
Por consiguiente, la universidad es la responsable de hacer florecer los conocimientos que, por su naturaleza, deben generarse dentro de ella, gracias a los cuatro pilares en los que está sustentada. En consecuencia, la utopía de Galeano desaparece y florecen los pilares de las competencias, el saber, el saber hacer y el saber ser. Brousseau propuso, al plantear la teoría de las situaciones didácticas, que intervienen tres elementos, un saber, un docente que desea enseñar ese saber y un estudiante que desea aprender ese saber; por analogía, todo es considerado como un sistema, gracias a la teoría de sistemas de Bertalanffy. Ello permite unir y organizar los conocimientos, para alcanzar el primer pilar de las competencias, el saber.
Es decir, con el saber, se adquieren el saber hacer y el saber ser, relacionados con las habilidades y actitudes fundamentales, de la excelencia de un profesional integral. Es necesario definir los términos habilidad y actitud. El Diccionario de la Lengua Española (2024), de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) en sus dos (2) primeras acepciones, define a la habilidad, en su primera acepción, como la: Capacidad y disposición para algo. La segunda acepción indica: Gracia y destreza en ejecutar algo que sirve de adorno a la persona, como bailar, montar a caballo, etc. Como sinónimos se encuentran capacidad, disposición, aptitud, competencia, experiencia, cualidad, destreza, pericia, soltura, facilidad, arte, gracia, maestría, práctica, maña, mano, industria. Sus antónimos: inhabilidad y torpeza.
De acuerdo con la RAE y otros autores, la habilidad y las destrezas que se desarrollan en el pilar del saber hacer, son conocidas como habilidades blandas esenciales. Dentro de ellas están: la comunicación, inteligencia emocional, adaptabilidad, habilidad para resolver conflictos, trabajo en equipo, liderazgo, gestión y organización del tiempo; para otros autores son las cognitivas, socioeconómicas o blandas y las técnicas, todas fundamentales en las interacciones sociales, el trabajo y los problemas que afectan al planeta.
Respecto al tercer pilar de las competencias, saber ser, es necesario definir a la actitud. El ya referido diccionario indica, en su primera acepción: Postura del cuerpo, especialmente cuando expresa un estado de ánimo. Su segunda acepción señala: Disposición de ánimo manifestada de algún modo. Como sinónimos aparecen: talante, disposición, postura, posición, porte, apariencia, aspecto, aire, gesto, ademán, conducta. En efecto, es la forma de realizar o ejecutar esa cualidad característica de un ser, con altas competencias en su área de acción, necesaria para la gestión dentro de la universidad, o en una empresa. La efectúa un político, un ambientalista, un líder comunal, un alcalde, un gobernador, entre otros.
La formación de un profesional integral debe tomar en cuenta los cambios y trasformaciones que requiere la sociedad, dentro de su contexto, en campos diversos. Entre otros, ellos son: inteligencia artificial, robótica, redes ópticas flexibles, ciberseguridad, redes sociales; todo ello pone en riesgo el futuro tanto del planeta, como de la humanidad; las universidades están llamadas hacia la excelencia académica. El profesor tiene que ser culto, tener hábitos de lectura, dominio de la innovación y las tecnologías; no puede ser estático, debe tener todos sus sentidos a disposición de los cambios. Asimismo, adaptarse a los cambios tecnológicos, a los conocimientos nuevos, pero con pedagogía, ética y gran sentido de responsabilidad, seriedad y rigor. El Libertador Simón Bolívar le dijo a Francisco de Paula Santander: “¡Usted es el hombre de las leyes; Sucre, el hombre de la guerra; yo soy el hombre de las dificultades!”