Gustavo Villamizar D.
La vida, que nos depara, no pocas veces, circunstancias sorprendentes y dolorosas, nos trajo este jueves 19 el anuncio, por demás lamentable, del fallecimiento de María Rivas, una exquisita voz de nuestro copioso acervo musical. María Asunción Rivas Castro, nació en la Caracas de comienzos de los 60 del siglo anterior y desde muy niña mostró su afición por la música y el canto. Siendo apenas una adolescente y habiendo desarrollado destrezas muy especiales para el dibujo y el color, trabajó varios años como dibujante y creativa publicitaria, así como ilustradora de publicaciones.
Sus inquietudes de juventud la llevaron a encontrarse con la sabiduría musical de Aldemaro Romero, su segundo padre, como lo llama, quien se encantó con su voz y de su mano se presentó, con apenas 17 años, en el Primer Festival del Canto y de la Interpretación de Caracas, obteniendo el segundo lugar. Este importante logro y el estímulo permanente de Aldemaro y después del maestro Gerry Weill, la llevaron a dar una vuelta definitiva a su vida enfilando al maravilloso cultivo del canto. Ejecuta el cuatro y la percusión como autodidacta. En 1983 se une al Grupo Diva y por fin, en 1987 decide iniciar su carrera como solista, con diversas presentaciones en Caracas y algunas giras por el país. En 1988 participó en el Jazz Caracas Festival, evento en el que impactó con su singular manera de interpretar el género jazzístico, bien cultivado e incluido en su repertorio por siempre. En 1990 hace público su primer trabajo discográfico titulado Primogénito, el cual logró buena acogida tanto en Venezuela como en varios países que reclaman su presencia, iniciando importantes periplos en Aruba, Panamá, Colombia, Puerto Rico, República Dominicana, Bolivia, Alemania, Austria entre otras, y en Brasil, tiene la oportunidad de compartir con importantes exponentes de la música en momentos de búsqueda de asentamiento en los aires musicales y el encanto de su trabajo vocal.
María Rivas se convirtió en una de las voces más destacadas de Venezuela con amplia resonancia en el exterior. El éxito de su segundo disco titulado Manduco en 1992, en el que aparecía la canción del mismo nombre, se constituyó en la vitrina que la proyectó al afecto popular de un país que tarareaba con gracia “El manduco pa’ la ropa, el manduco pa’ lavá”. Poco después vendría el tema “El motorizado” que resultó un gran éxito en el mundo del disco nacional e internacional. Con los años, María fue mostrando una faceta conocida solo por algunos amigos cercanos y claro está, por Miguel Chacón, su esposo, excelente músico tachirense, arreglista y productor musical: su extraordinaria condición de letrista y compositora de hermosísimas canciones. El Táchira y su acervo musical, le deben el agradecimiento eterno por la creación de la preciosa canción dedicada a nuestro imponente Páramo del Zumbador, titulada “Estampa paramera”, la cual grabó acompañada por el Grupo Cuerdas Andinas.
La trayectoria musical de María Rivas fue tan dilatada como exitosa y bien tejida. Compartió escenarios con grandes figuras y agrupaciones internacionales como Paquito D’Rivera, el Zimbo Trío y Pablo Milanés, entre unos cuantos más. Pero además, fue celosa guardiana de su trabajo y nunca aceptó incorporar “detallitos para popularizar”, a través de los cuales se desvirtúan y homogenizan las producciones musicales, afectando severamente su calidad. Con la partida de María Rivas nos deja una hermosísima voz, sonora, bien cultivada, con elegantes matices y un estilo de interpretar definitivamente encantador. Nos queda su incomparable presencia en escena, su sencillez de gente, la maravilla de su voz y la hermosura de su música plasmada en sus productos discográfico