Opinión

“Mentira fresca”

9 de febrero de 2018

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En el argot del venezolano se ha hecho popular una expresión a través de la cual se resalta de forma peyorativa el comportamiento de una persona que muy pocas veces o nunca dice la verdad: se trata de la afirmación “mentira fresca”. Es decir, un pertinaz mentiroso, que busca quedar bien o engañar a su interlocutor. Es una salida elegante para solapar su incapacidad y negligencia, bien para poner de relieve un caso en particular o para referirse a un hecho que le conviene o le vincula para obtener provecho, y lo hace sin rubor en su cara o vergüenza. Es aquel sujeto vendehúmos, cuadro dentro del cual están  los integrantes del equipo de gobierno, que los acredita para un Nobel, un Grammy o una estatuilla del Óscar, pues por su forma son  verdaderos actores y actrices, en el sentido triste de la parodia, en el cual se halla a la cabeza el máximo jefe o comandante en jefe, como lo tratan los áulicos del sector militar.

Es constante a través de las fastidiosas y siempre repetitivas cadenas de radio y TV, así como de los noticieros oficiales, presentarnos al país como el vergel del mundo, pintura que solo ellos guardan en su mente.

Consecutivamente oímos “mentiras frescas y novedosas”, manía frecuente del equipo oficialista desde que asumió la administración del país, en cuyo lapso ha prometido paz, bienestar, progreso, trabajo, abundante alimentación. Es el rin tin tin en obligatorios mensajes publicitarios a través de las sopotocientas estaciones de radio, por donde drenan una buena porción del ingreso que percibe el Tesoro nacional, por concepto de contribución de los que trabajan en forma honesta y correcta, en este ahora empobrecido país rico, convertido en ripio.

Ese paraíso lo anula el grave desabastecimiento de alimentos, medicinas; crisis médico-asistencial; muerte de niños por desnutrición; adultos en similar circunstancia; emigración de jóvenes profesionales en busca de una mejor calidad de vida, desempleo; malos servicios públicos y la galopante hiperinflación que acosa a todos por  igual y ensombrece el día a día de la familia venezolana.

Junto a este desolador y lamentable ambiente, que nos retrotrae a episodios vividos luego de la lucha por ser un país libre y soberano, hay una sociedad dividida, diezmada por la incertidumbre y la separación de sus seres queridos.

Constituye un panorama económico-social que no pueden negar, objeto de censura de países que estuvieron a la cola del nuestro en calidad de vida, de crecimiento y desarrollo.

A pesar de este drama mienten y lo hacen con seriedad y la frescura que muestran sus rozagantes caras, como lo han hecho los cubanos en los más de 60 años de dominio hegemónico, sustentados en las armas, la mentira y la demagogia.

La prédica falsa, que muchas veces raya en la calumnia y la maldad, la apoyan con la supuesta implantación de un plan que dicen busca la felicidad del pueblo, promesa que llega a 19 años. Programa desfasado y sepultado por los hechos históricos en países donde lo iniciaron. Ya son manidas las palabras: reimpulso, aceleración y revolución, que solamente han servido para destruir a PDVSA y acrecentar la corrupción en la Administración pública, y la quiebra de empresas, así como masivas importaciones, lo que ha hecho ricos a unos pocos del entorno oficial.

Fingen grandes obras, que generalmente quedan inconclusas o sin iniciar, pero que pagan a contratistas de maletín, que ha dicho el Fiscal General son numerosos.

Despilfarran los recursos en “planes sociales” (llámese trampavotos), para engañar incautos, que todavía hay muchos en el país, con lo cual promueven el ocio y la holgazanería, mientras dejan de lado la corrupción.

Es un programa bien trazado, basado en la mentira y la incapacidad, que lo cubren con el culto al Libertador y la presunta defensa a la soberanía, mientras hipotecan nuestros preciados recursos a Cuba, China y Rusia. Todo dentro de una mentira y bien fresca y haciendo buen uso de sus devaluadas palabras.

Proverbio: el malvado está atento a labios que infaman; el mentiroso da oídos a la lengua maligna.

(Marcelino Valero R.)

  

   

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