Francisco Corsica
¡El tiempo vuela y ya estamos en diciembre! Como siempre, bienvenido sea con los brazos abiertos. Siempre que llega es como si el mundo entero estuviera a punto de cambiar de capítulo, listo para colgar un nuevo almanaque y sumergirse en la magia de esta temporada. Y, sin duda alguna, es la mejor época del año.
Aquí, en Venezuela, las festividades tienen un encanto único, impregnado con la maravillosa idiosincrasia criolla. Uno de los detalles que la tornan inigualable es la deliciosa gastronomía navideña. No hay nada que se le compare en otros países, y una de las joyas de la corona es, sin duda, la hallaca.
Podrían mencionarse otros exquisitos platillos, pero la mención honorífica es más que merecida. ¿Por qué? Porque hacerlas es todo un ritual, un proceso que comienza días antes con la búsqueda meticulosa de ingredientes. La preparación se lleva a cabo en un día: inicia temprano y concluye tarde, pero lo mejor es que requiere la unión de toda la familia alrededor de una mesa, compartiendo risas, historias y secretos culinarios. Sí, es un gran esfuerzo, pero el resultado final es pura satisfacción.
Conocida por algunos como «la multisápida», es como un pequeño mapa de sabores que revela la riqueza y diversidad de la cultura venezolana en cada bocado. Es un recordatorio de que nuestra identidad está tejida con hilos de sabores contrastantes, desde la dulzura de las pasas hasta el toque salado de las aceitunas.
Sin embargo, a pesar de su destacado papel en esta temporada, la sombra de la crisis socioeconómica se cierne sobre la posibilidad de que esta tradición perdure en todos los hogares venezolanos. En algunos, la hallaca brillará como siempre, llevando consigo el espíritu festivo y la tradición arraigada. Pero en otros, su ausencia será notoria, marcando una brecha en la celebración navideña.
Basta con caminar por las calles para escuchar los lamentos y las preocupaciones que flotan en el aire. «Este año, tendremos que conformarnos con una comida más sencilla», se escucha en conversaciones de ascensor y esquinas. «Hacer hallacas significa sacrificar los servicios básicos o los medicamentos», expresan con pesar quienes luchan por equilibrar las necesidades básicas con las costumbres decembrinas.
El testimonio de una sola persona refleja una realidad compartida por muchos más en nuestra sociedad. La hallaca, ese plato tradicional que encierra nuestra identidad, se ha convertido en un reflejo doloroso de la crisis que afecta a tantos hogares venezolanos. Su precio más accesible, unos 3 dólares, choca de frente con un salario mínimo que apenas alcanza esa misma cifra.
Los números lo dicen todo: según la empresa Ecoanalítica, la canasta navideña alcanza los 402 dólares, un 7% más que el año anterior. Aunque este incremento sea el más bajo en años, sigue representando una dificultad abrumadora para muchas familias. Es una realidad que se traduce en la reducción del consumo, es decir, pocos contarán con las hallacas, los bollitos aliñados, el pan de jamón, la ensalada de gallina, el ponche crema o el panetón en los próximos días.
Las conversaciones llenas de preocupación y resignación son desgarradoras. El hecho de que la alimentación, algo tan básico y esencial, se convierta en un desafío constante para tantas personas es alarmante. Debería ser un derecho garantizado, como resultado justo del esfuerzo y el trabajo de cada individuo en sociedad.
Cuando un trabajador dice que no puede permitirse preparar comida para tantos días, debe ser interpretado como un grito de alerta que resuena en toda la economía. Es un indicio claro de que algo está seriamente mal en el tejido económico y social. La imposibilidad de mantener las tradiciones culinarias navideñas es solo la punta del iceberg de una problemática mucho más profunda que afecta a millones de venezolanos.
Esta transformación es un eco de los cambios profundos que han sacudido nuestros hogares. Hace apenas unos años, estos deliciosos manjares no conocían ausencia en ningún rincón de Venezuela. El aroma característico a hallaca solía impregnar las calles, era parte del paisaje cotidiano para estas fechas. Eran más que un plato; eran un símbolo de generosidad y tradición, disponibles para todos, incluso para aquellos con menos recursos.
Seguramente el lector recuerde cuando las hallacas no solo se disfrutaban en la propia mesa, sino que también llegaban como regalos abundantes. No eran una o dos, ¡sino docenas! Los vecinos intercambiaban estos tesoros envueltos en cestas adornadas con lazos rojos, transmitiendo buenos deseos y fortuna para la temporada. Era una muestra tangible de la solidaridad y la conexión comunitaria, un gesto que abrazaba a todos sin distinción.
Pero en estos tiempos, todo ha cambiado drásticamente. La ausencia de las hallacas, antes tan arraigadas en nuestra cultura, es un recordatorio constante de cómo la realidad ha evolucionado. Es triste ver cómo algo que solía ser tan común y compartido se ha convertido en un lujo inalcanzable para muchos, marcando una dolorosa ruptura con un pasado cultural en común.
Es desolador observar cómo las dificultades económicas desdibujan la posibilidad de mantener viva una tradición tan hermosa. Sin embargo, frente a los desafíos impuestos por la realidad, el espíritu resiliente prevalece. En esta Nochebuena, en este momento de celebración y reflexión, recordemos que la verdadera magia de la Navidad radica en la unidad, el amor y la solidaridad. Aunque los tiempos sean difíciles, que la esencia de estas fiestas nos inspire a valorar lo que realmente importa: el cariño compartido, los momentos de cercanía y el espíritu de comunidad.
Que cada mesa sea un espacio donde la abundancia se mida en risas, abrazos y el cariño que nos une como pueblo. ¡Feliz Nochebuena y feliz Navidad a todos! ¡Que la luz de la esperanza brille en cada hogar venezolano, manteniendo viva la llama de la tradición y la unidad, para tomar fuerzas y superar cada obstáculo y cada infortunio con gracia y facilidad! Dios mediante, así será.