Antonio José Gómez Gáfaro
Los días siguen transcurriendo en aparente monotonía: el bus no se detiene, no falta un día en que se monte la venta en el centro de la ciudad, las gentes desfilan en un constante vaivén y las calzadas no descansan de los pesos de los automóviles; los hogares, por su parte, están más solos, y aunque se añore regresar a casa después del trajín del día, la familia es lo menos importante. Este parece ser, bueno, no parece ser, lo es, el diagnóstico más deprimente: para todo hay tiempo menos para la familia. Mientras no nos preocupamos por nuestras familias, otros sí lo hacen.
Hace unos años se comenzó a ver, más palpablemente, la situación de pobreza extrema que azota a muchas familias, evidenciándose en personas que registraban las bolsas de pestilente basura con la esperanza de encontrar un poco de comida en no tan mala condición… era algo doloroso y que conmovía hasta el “más fuerte”, y tengo la necesidad de dejarlo escrito como un sentimiento del pasado, porque mientras más pasa el tiempo más se hace “costumbre”; pasó a ser algo de relativa importancia para una parte del pueblo venezolano. La pobreza pinta ser, ahora, una situación acogida libremente y que radica en las malas decisiones financieras del padre o madre de familia, según el pensar de esta parte de la sociedad venezolana, y que fisgonear entre la basura es una consecuencia buscada. Bajo este sentimiento satírico se parece justificar la triste vivencia del venezolano. En la gran mayoría de los casos, por no decir que la totalidad, son causas ajenas las que han llevado a tal grado de pobreza: no basta ser analista para decir que hay un problema económico sobre la República; pero éste no es el motivo de estas líneas.
Siguiendo las líneas anteriores, muchas cosas están pasando bajo velo a los ojos de los venezolanos, por una parte, debido al poco conocimiento de causa, y por otro, por la costumbre de ver actos repetitivos ¡y lo bueno y noble, por muy repetitivo que sea, parece cada vez más réprobo! Hay un grado de desensibilización, de “despersonificación”, del hombre -y por hombre me refiero a hombre y mujer-.
Los derechos humanos cada vez empiezan a rozar en una ciencia complicadísima, necesitada de pruebas y ensayos, tesis y teoremas, que se derrumban una y otra vez ante las nuevas generaciones que reclaman derechos en nombre de la libertad, justicia e igualdad. Los derechos, los verdaderos derechos humanos, no son los que tú, aquél, o aquellos se adjudican según las circunstancias, no, los verdaderos derechos -y deberes- emanan de nuestra condición de hijos de Dios. El valor que tenemos como personas no es el que “creemos” tener, sino el que tenemos de cara a Dios – descuida, para Dios valemos muchísimo más de lo que nuestras pobres inteligencias pueden comprender. –
Retomando la idea de “despersonificación”, de la mano de Benedicto XVI, somos más humanos, más personas, mientras más vivimos la vida de la Trinidad Beatísima, que es una entrega constante, así que, mientras más nos preocupamos por nuestros semejantes, somos más personas, y mientras menos nos preocupamos y menos nos damos a ellas, somos menos personas… ¿se entiende ya mi punto de lo grave que es acostumbrarnos a ver hermanos en miseria? No sólo podemos dar un plato de comida, sino un consejo, una sonrisa, una oración o un trabajo. No sólo es dar, sino darnos: compartir un trozo de pan, dejar de comer un poco para que otro coma más, visitar al que está solo, sacar una carcajada al que tiene tiempo sin reír…
La familia no sólo sufre de un puñal en el estómago, ni de soledad, cansancio, desánimo, división -que ya, de por sí, es mucho-, sufre también de la apatía y silencio de quienes ansían regresar al calor del hogar y reparar fuerzas después del fatigoso día. Ya empiezan a oscurecer el día reclamos ideológicos bajo la aparente tutela de la libertad e igualdad: el aborto es cada vez más sonado en Venezuela y la ideología del género está pasando a la vista de todos y con la resistencia de nadie.
¿Matar a un niño en el vientre materno es un derecho? Es una pregunta que va y viene, de una latitud a otra, con una ensordecedora respuesta de las sociedades: sí, es un derecho. No comprendo ninguno de los basamentos que mantienen esta triste mentira, y no porque carezca de capacidad intelectual, sino porque, sencillamente, no tienen pies ni cabeza. Es sencillo: una persona humana es persona desde el primer momento de la concepción… si el óvulo fecundado no fuera ya una persona, simplemente, nunca lo sería. El hecho de que sea tan sólo un ser humano de escasos segundos de existencia, no le da menos valor que un hombre de 25 años de edad, más aún, debería ser protegido con más vehemencia precisamente porque no tiene fuerzas para valerse de sí mismo. Así mismo, una persona en estado de inconsciencia no es menos importante que otra consciente porque, una vez más, la importancia de una persona no viene de sus cualidades, haber y poseer, sino de que es hijo de Dios.
¿Derecho a escoger “género”? Sólo hay dos sexos: masculino y femenino, y en cualquier libro de bilogía se puede encontrar. Cada quien es libre de escoger su inclinación sexual, pero en nombre de la libertad no se puede socavar la verdad biológica en la educación de los niños. No es contrario a la libertad, de mi parte, defender una postura, ni mucho menos atenta contra la igualdad denotar la desigualdad biológica evidente.
Si hay tiempo para todo, ¿cómo no hay tiempo para nuestro todo, que es la familia? No hay que ser meros espectadores de algo que podemos considerar sin importancia. Ya bastantes problemas tiene el país como para acumular saldos de muertes en los vientres maternos y difuminar la verdad, so capa de igualdad, en el corazón de la familia. Escucha con atención que tus hijos, sobrinos, y nietos claman junto al paralítico de la piscina probática “¡no tengo quien me ayude!” Jn 5.7.
Si deseas dar tu opinión, escribe a [email protected]
TW: @GomezGafaro