Fredy Contreras Rodríguez*
En la sociedad, los cambios en las costumbres, usos y prácticas, tienen sus tiempos. Algunos se ven de inmediato; son rápidos, vertiginosos; otros, tardan mucho más en ser percibidos y desaparecen según la dinámica que los impulse.
La sociedad del presente vive una compleja época de cambios cuyo centro medular y paradigmático es una humanidad libre de violencia. Un nuevo ánimo, un nuevo aliento humanista, una nueva visión del mundo que nos rodea embarga a los seres humanos nacidos en los últimos 30 años, empeñados en una mejor relación con la madre Tierra. Se sienten parte de ella y no sus propietarios y comprenden -mejor que nosotros- que su relación con todas las expresiones de vida existentes debe ser armónica y establecen una convivencia solidaria con la naturaleza; saben -mejor que nosotros- que la vida en todas sus manifestaciones vistas en el universo mundo, tienen su razón de ser y el derecho a coexistir con la especie humana.
En esa nueva percepción del mundo y de la sociedad se enmarcan diversos movimientos ciudadanos mundiales, regionales y locales, empeñados en protagonizar y ser parte activa del proceso de transición histórica hacia una sociedad libre de violencia, sabiendo que otro mundo es posible y que la sociedad es un todo vivo que evoluciona y se transforma; convencidos de la importancia de extinguir costumbres y comportamientos sociales violentos per se y contranatura; y en el caso de las corridas de toros, convencidos de estar frente a un “festejo” que debe ser superado por el desarrollo cultural, civilizatorio, porque es un acto violento, salvaje, morboso, criminal, oscurantista, medieval, atrasado, negador del amor a la vida animal y rémora de nuestro pasado colonial.
De las corridas de toros todo se sabe y está dicho: acto de crueldad y burla infinita hacia un ser vivo que da alimento y abrigo; acto de violencia superlativa; “festejo” donde se glorifica el maltrato, la tortura, el dolor, el morbo por la violencia y la supremacía del engaño del hombre; costumbre festiva para expresas las manifestaciones más instintivas y básicas del ser humano, asociadas al sadismo; acto colectivo de morbo por la sangre y el crimen; “fiesta” cuya legitimidad está cuestionada y en decadencia, como lo prueba su prohibición en varias comunidades de España, como la Generalitat de Cataluña, cuya capital, Barcelona, es el epicentro del más importante movimiento antitaurino mundial; “evento” que está regulado como maltrato animal en diferentes legislaciones, incluida la nuestra; acto bárbaro ilegítimo para la inmensa mayoría de la población que no asiste al festín de sangre; en fin, que es una herencia del colonialismo cultural, fundada en la violencia y el oscurantismo, que debemos superar.
En la Venezuela del presente es una contradicción ideológica, civilizatoria y constitucional afirmar que las corridas de toros son una costumbre que debe ser practicada y respetada. La Constitución Bolivariana señala como fin esencial del Estado la construcción de una sociedad justa y amante de la paz -todo acto violento NO es pacífico- y establece como “obligación fundamental del Estado, con la activa participación de la sociedad, garantizar que la población se desenvuelva en un ambiente libre de contaminación en donde el aire, el agua los suelo las costas, el clima, la capa d ozono, las especies vivas sean especialmente protegidas” (subrayado nuestro).
Predicamos los preceptos del nuevo Estado venezolano de la Constitución, los paradigmas del ecosocialismo, del nuevo humanismo y predicamos los contenidos del 5° objetivo histórico del Plan de la Patria; sin embargo, en buena parte del liderazgo que toma decisiones no hemos comprendido el proceso evolutivo histórico y social que ocurre frente a los ojos de todos y que nos va a conducir a una sociedad -que queremos- libre de violencia. Nos siguen habitando usos, costumbres y “tradiciones” contrarias a nuestras prédicas, en clara advertencia de que somos remisos al cambio y a la transformación; que no hemos aprendido a desaprender para reaprender y que estamos siendo rebasados por una dinámica social que cuestiona usos, actos y festejos atrasados y antihistóricos, contrarios a los paradigmas que voceamos y que tiene en la No Violencia, su principal estandarte.
Me atrevo a afirmar con absoluta certeza que casi el 100 % de las nuevas generaciones de venezolanos menores de 30 años, no tiene vínculo afectivo alguno relacionado con la barbarie de la matanza de toros y expresa un sentimiento de rechazo visible hacia este deprimente “espectáculo”. Tal hecho se observa en las vacías y decrépitas plazas de toros, que más temprano que tarde deberán ser destinadas a eventos trascendentes, ligados con el arte, la cultura, la música, la poesía, el teatro, el folclore y a eventos deportivos que estimulen la recreación, la vida, la solidaridad, el amor, la hermandad, la convivencia pacífica.
*Ingeniero industrial. Agricultor urbano.