Opinión

Nuestros instrumentos de conversación: el sentido de la presencia

18 de abril de 2024

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Rocío Márquez

Rocío Márquez*

A propósito de mi artículo anterior, en el cual diserté sobre el uso que les damos a nuestros grupos de WhatsApp, llegó a mí una serie de interrogantes realizadas por un profesor de mi querida Escuela de Comunicación Social. Además de interesantes, dichas preguntas nos dan la oportunidad de aplicar lo que predicamos; y precisamente lo que prediqué en ese texto es que debemos escucharnos, leernos y respondernos.

La reflexión del profesor gira en torno a estos aspectos: “La forma en que comunicamos mucho tiene que ver con las características de la sociedad en que vivimos. En realidad, ¿queremos comunicarnos con los demás? ¿Decir y que nos digan? ¿Oír y que nos oigan? ¿Entender y que nos entiendan? O, simplemente, ¿queremos estar ahí, figurar?”.

Podemos hilar una respuesta partiendo de algunos elementos que enumeraré a continuación. Unos tienen que ver con nuestros instrumentos de comunicación, y otros más con la forma en que hemos evolucionado o involucionado en la cultura democrática.

Con Internet, todos somos productores y consumidores

Gracias a Internet, todos somos potenciales productores, al mismo tiempo que consumidores. Además, quienes consumimos también tenemos la capacidad de compartir o de comentar; incluso de recrear, añadiendo algo más a lo que nos llega: video, imagen o texto.

De hecho, la capacidad de compartir contenidos es uno de los rasgos más importantes de nuestra sociedad hiperconectada, porque permite la viralización.

Por ende, ser productores y consumidores al mismo tiempo, genera información que engrosa aún más la gran cantidad de información a la que tenemos acceso. En algunas ocasiones, por supuesto, nos llega y se viraliza información relevante. Sin embargo, la mayoría de las veces la información que se comparte en mayor medida son los bulos e “información light”, relacionada con trivialidades.

Esa abundancia, más que sumar contenido para que estemos bien informados, genera desinformación.

Nos engolosinamos con la “cultura snack

Scolari explica que “la multiplicación de redes y plataformas del ecosistema mediático implicó también otro tipo de transformaciones, especialmente en los hábitos y forma de consumo (…). Si antes pasábamos mucho tiempo en pocos medios, ahora pasamos poco tiempo en muchos medios”. Nos acostumbramos a formatos breves, contenidos pequeños. Es decir, “lo bueno, si breve, mejor”. Memes, tweets, cápsulas informativas, videos cortos como los de TikTok.

Esta predilección por las calorías de la “cultura snack”, como la llama Scolari, por supuesto aumenta la capacidad de viralización de los contenidos, al riesgo de recortar el contexto, favoreciendo la fragmentación, la incomunicación y la desinformación.

Somos la civilización del espectáculo

Si, como propone Postman, miramos nuestros instrumentos de conversación —no solo la tecnología, sino también el discurso— podemos darnos cuenta de que dedicamos más tiempo a información que “no proporciona acción, ni solución de problemas, ni cambio”.

Ello nos convierte en una “civilización del espectáculo”, como afirma Mario Vargas Llosa. O lo que es lo mismo, en una cultura abrumada por la irrelevancia y el entretenimiento.

En este sentido, atendemos cada vez menos a los contenidos importantes para nuestra toma de decisiones, ya sean políticas, económicas, o de la vida cotidiana; y nos perdemos en el mar de la trivialidad.

El sesgo de confirmación

Otro de los factores que debemos mencionar es el sesgo de confirmación, que consiste en la tendencia a favorecer la información que confirma nuestras suposiciones o ideas. ¿Nos hemos acostumbrado a escuchar solo a aquellos cuyas ideas confirman las nuestras?

El sesgo de confirmación afecta la comunicación porque puede limitar nuestra capacidad de escuchar y adaptarnos a nuevas perspectivas. Ello hace que solo nos rodeemos de personas que estén de acuerdo con nuestras creencias.

¿Todo está relacionado con nuestros instrumentos de conversación?

Hasta aquí parece que todo está asociado a las tecnologías de conversación, pero es que, como afirma Scolari: tecnología, cultura y sociedad van de la mano.

La tecnología incluye todos los significados que ella misma permite circular en el sistema cultural, y de la cual nuestra subjetividad no sale ilesa. Pero, además, el uso de esas tecnologías de conversación es negociado por nosotros, en la medida en que las utilizamos. De esta forma, la manera como entendemos la relación con “el otro”, sobre todo con quien piensa distinto, también afecta nuestra comunicación y nuestra cultura. Por ello, hablaremos de un último aspecto: lo que está ocurriendo con la democracia.

El debilitamiento de la cultura democrática

Aun cuando los modelos comunicativos han cambiado gracias a los avances tecnológicos, y el modelo unidireccional de emisor-receptor ha perdido vigencia, es normal encontrar en la práctica países, organizaciones, empresas y personas que no conciben una comunicación donde todos sean escuchados, especialmente quienes piensan distinto. Ello aumenta la incomunicación, impide que todos expresen sus opiniones sin miedo, alimenta las relaciones despóticas y debilita la cultura democrática.

Tener sentido de la presencia

Finalmente, volviendo a las preguntas: ¿Queremos comunicarnos con los demás? ¿Decir y que nos digan? ¿Oír y que nos oigan? ¿Entender y que nos entiendan? O, simplemente, ¿queremos estar ahí, figurar?

Al parecer, nos hemos perdido en la infoxicación, el entretenimiento, la cultura snack, el sesgo de confirmación y las relaciones despóticas. Así que, para encontrarnos, debemos comprender que tener sentido de la presencia en los medios de comunicación, en las redes sociales, en los grupos de mensajería instantánea, etc., se refiere a fomentar la verdadera comunicación: la que sirve para construir vínculos.

*Doctora en Ciencias Humanas. Directora de la Escuela de Comunicación Social, ULA Táchira.

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