Opinión

PASIÓN POR EL TÁCHIRA…ciudad y pandemia

6 de abril de 2020

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Julieta Cantos

 

Este pasado 31 de marzo, se cumplieron 459 años de la fundación de nuestra ciudad de San Cristóbal.  No se pudieron dar discursos floridos, ni realizar actividades para celebrar un año más de vida urbana. La pandemia no lo permitió. Pero paradójicamente, y gracias a un querido amigo también arquitecto, quién me envió un texto publicado por La Vanguardia, el 29 de marzo, sobre «Urbanismo contra las pandemias», pude revisar nuevamente el proyecto que Ildefons Cerdá planteó en 1860, para el reordenamiento urbano de Barcelona-España, con la finalidad de acabar con la insalubridad en esa ciudad. A Cerdá, quién era ingeniero, así como a much@s otr@s arquitect@s y urbanistas, lo estudié en la universidad, y más a fondo como recién graduada…para retomarlo hoy.

Lo más significativo del artículo es su introducción, con una cita de Richard Sennet, en «Construir y habitar», la cual copio textualmente.

«Los problemas de salud pública fueron los que hicieron repensar la ciudad, porque las enfermedades afligian tanto a los ricos como a los pobres».

Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que esa cita, no es solo una cita, es una realidad. Una realidad que hemos vivido en estos últimos meses, a nivel globalizado. Y para mí, en lo personal, ha significado la concreción, de lo que vengo escribiendo en muchos de mis artículos, sobre la necesidad de repensar nuestra ciudad, para convertirla en un espacio de todos, cuyo ordenamiento,  sirva para vivir bien, en el sentido más amplio. Vivir dentro de un ámbito que nos permita abastecernos, para lo cual debemos producir, y tener espacios para el expendio de lo que producimos. Un espacio en donde podemos aprender, socializar, apoyarnos, defendernos, disfrutar, para lo cual requerimos industrias, comercios, mercados, Iglesias, parques, plazas, canchas, viviendas, instalaciones de salud…entre muchas otras. Eso se supone son las ciudades.

¿ Qué es entonces, lo que se propone diferente? Pues que haya calidad espacial, que sean funcionales y que exista «una condición de igualdad» para y entre tod@s los que la utilizan, o como otro amigo arquitecto lo denomina «la distribución de derechos», que no es otra cosa que la asuncion de derechos y deberes urbanos, para tod@s y por tod@s. Que viviendas, escuelas, fábricas, comercios, sean ventilad@s y tengan luz natural. Que estén interconectad@s por patios interiores. Que la movilidad, es decir, el desplazamiento sea fácil y cercano, ya sea peatonal, en bicicletas y/o en tranvías, minimizando la contaminación, implementando las eco-tecnologías, incorporándolas a nuestras vidas de manera gradual, natural y permanente, rompiendo la dependencia de combustibles fósiles (petróleo, gas, carbón) por energía solar. Que los nuevos proyectos y construcciones sean en base a las necesidades reales de los ciudadanos, combinando producción y consumo, deberes y derechos, de manera racional y eficiente. Fortalecer una ciudad salubre, a través del mejoramiento de los caudales de agua de sus fuentes naturales, la protección de sus quebradas, la reducción, reciclaje y reutilización de los desechos. La implementación de fuentes de agua potable para el consumo de sus habitantes, a lo largo y ancho de toda la ciudad. Que las calles y las aceras, sean más que eso. Que se conviertan en espacios no sólo de tránsito sino de socialización, como alguna vez lo fueron, y le fuimos quitando esa función, pero sin embargo, la inteligencia comunal la defiende y rescata. Ello implica unas texturas, dimensiones y materiales diferentes…pero al mismo tiempo normados. El arquitecto jefe del ayuntamiento de Barcelona, Xavier Mantilla, llegó a la conclusión de que «las viviendas deben dejar de verse desde una lógica económica para priorizar sobre todo su calidad». ¡Qué convirtamos la utopía en realidad!.

Esta pandemia debe significar un antes y un después para nuestra ciudad. Un rediseño de las edificaciones y los espacios comunes y la interconexión entre ambos. Carlos Raúl Villanueva, se planteó este ejercicio, con su proyecto de El Silencio. Estamos en la obligación de revisarlo y tomar lo mejor de él.

El Táchira es un estado productor, y si algo ha funcionado, en la situación actual, en que el aprovisionamiento es fundamental, ha sido la presencia de los vendedores  informales de verduras, hortalizas y frutas. Hay muchos, bien abastecidos y equidistantes. Con diferentes horarios, diferentes días de atención. Pero la atención es insalubre, inconsistente con la situación que vivimos. ¿Por qué no aprender de esto? ¿Cómo mejorarlo? ¿Cómo lograr colocar puntos de reciclaje en cada lugar de comercio, de industria. Puntos de agua, que funcionen como surtidores tipo fuentes. Lo mejor de La Alhambra,  de la cultura del agua, en nosotros. La rearborización de nuestras calles, avenidas, parques y plazas para contribuir con la disminución de los efectos del cambio climático, y con la transformación de nuestra forma de vida, que como bien demostró la pandemia…cuando el hombre desaparece la naturaleza reaparece. Un nuevo proyecto de ciudad, para un nuevo proyecto de vida.

San Cristóbal se caracteriza, y lo ha demostrado la pandemia, por los subsectores que la componen y que actúan de manera independiente pero interrelacionada. Es como la red de barrios, sin centro y sin periferia que explica Vicent Guallart, en relación al «modelo Barcelona». Y copio textual de nuevo, porque es de alguna manera lo que se evidencia como necesario y que a través de mis artículos anteriores he pretendido describir. «El confinamiento se produce a nivel de la vivienda y se convierte en el lugar en el que vivir, trabajar y descansar». El los llama microciudades, otros la ciudad comunal, otros de diferente manera. Como me escribió acertadamente mi amigo: hay principios que todos compartimos. Es desarrollar edificios ecológicos, que desde dentro puedan mirar hacia fuera, y en los que se incorpore vegetación, y se interrelacionen entre sí, incluidos los sitios de producción, enseñanza y recreación, a escalas humanas con sentido humano. Y en este punto quisiera vincular con las preguntas con las que cerré mi anterior artículo.

 

Creo que esta sería una manera de canalizar la disciplina demostrada por nuestros vecinos, hacia una política municipal y estadal exigida por la ciudadanía, participando, por ejemplo, en la revisión de nuestra actual ordenanza, con comisiones por sectores, convirtiéndola en acciones propositivas comunitarias a través de las organizaciones sociales existentes, tales como consejos comunales y otras, logrando la verdadera participación democrática de la que tanto hablamos. Y en relación a la más amplia, sobre cómo convertir la mesa de diálogo nacional, para diseñar políticas conjuntas de autoprotección nacional-regional de fronteras,  está debe  incluir abastecimiento, seguridad, mantenimiento. Podría derivarse, por qué no, de las dos anteriores.

 

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