Información emanada por parte de una fuente fidedigna como las Naciones Unidas (ONU), dada la rigurosidad de las metodología científica empleada en este caso que inicialmente nos ocupa, indica que de la población mundial, que asciende en la actualidad a la cifra aproximada de 7.500 millones de personas, el 80 % de ellas (catalogadas como pobres, menos favorecidas o más vulnerables) tienen apenas acceso al 6 % de riqueza total generada en el mundo: cuantificada en una cifra que ronda los 223 mil millones de dólares (223 billones). Lo que indica también, por complemento, que el restante de la población, que representa el 20 % (ricos), acapara el 94 % del patrimonio que se produce en la globalidad terráquea. Es otras palabras: una injusta, inequitativa y perturbadora distribución de la riqueza, en contra del equilibrio armónico de la dimensión humana, en sus dimensiones económicas, psicosociales y espirituales.
No obstante la realización de cumbres mundiales como las del G20 (Osaka-2019) y la realización de acuerdos bilaterales como el de Mercosur-Unión Europea (junio 2019), los efectos a favor de revertir este desbalance son infructuosos, debido a que en términos generales el orden hegemónico mundial establecido e impuesto no lo permite, lo que se traduce en términos específicos a una persistencia de las relaciones desiguales de intercambio que solo favorecen a una porción minúscula de los agentes económicos del sistema (productores y consumidores): más de 900 mil millones de dólares al año es el flujo de recursos de las naciones pobres hacia las ricas, producto del abuso del poder.
Además, esto se agrava con el ritmo creciente y sostenido de la deuda pública (sean necesarias para reactivar la economía real o para mantener modelos de economía política inviables) que estos países adquieren y siguen adquiriendo con las acaudaladas instituciones financieras internacionales y su matriz, la Reserva Federal de los Estados Unidos: se estima un monto superior a los 600 mil millones de dólares lo que se paga anualmente por esos préstamos (todo en función del principio de la reserva fraccionada).
Para completar el circuito precedente se hace referencia a información originada en parte por el Banco Central de Venezuela (2019) y otras derivadas de investigaciones propias:
i) Durante el periodo 1998-2017, caracterizado por el mayor volumen de dólares ingresados al país por concepto de venta de petróleo (1,1 billones), la deuda alcanza el monto aproximado de 100 mil millones de dólares;
ii) Actualmente el salario mínimo de los trabajadores en general, y el salario básico del obrero, administrativo y docente universitario, se ubican, respectivamente, en los Bs. 40.000,00, Bs. 53.200,00, Bs. 73.484,07 y Bs. 104.237,89. Estos valores, cuando se convierten o deflactan a diciembre de 2007 (año base según las cuentas nacionales del país), resultan todos por debajo del que se devengaba para ese momento: Bs. 614,79, Bs. 1.036,14, Bs. 2.883,00 y Bs. 3.973, 36.
iii) No se exagera, además de ser un hecho consumado, público y notorio, el aseverar que más del 90 % de los venezolanos utilizan también un monto superior al 90 % de sus ingresos o renta fija mensual para adquirir o tratar de encontrar y consumir alimentos: que incluso no cubren el nivel mínimo de nutrientes para vivir saludablemente.
iv) El Producto Interno Bruto (PIB) es una de las principales variables macroeconómicas, que refleja en términos monetarios, el nivel de bienes y servicios generados en un país durante un año, como resultado final del proceso productivo nacional: el cual supone una inversión creciente, efectiva y continua en todos los recursos existentes (trabajo por ejemplo), y así ser considerado como un indicador confiable de la calidad de vida de la población. Para nuestro caso, en los últimos años la producción conjunta de todos los venezolanos ha experimentado una caída significativa, lo que se traduce en un empeoramiento de los niveles de pobreza: los tradicionales estratos A, B, C, D, E, se reducen en la actualidad a dos categorías, donde los “ricos” constituyen un grupo menor al 9 %.
Se logra dilucidar que el “padecimiento complejo humanitario” que encarna con mayor crudeza la desigual distribución de la riqueza, centra su radio de influencia en las crónicas distorsiones y desviaciones económicas, las cuales impactan negativamente en las dimensiones sociales, psíquicas y espirituales del venezolano. Es un tanto pirrónico o escéptico en la misión irrenunciable de erradicar las raíces del problema, que se presente un informe (con énfasis en lo político) por parte de un organismo multilateral, sin la rigurosidad científica que amerita, centrado en mostrar exclusivamente las consecuencias y dejar al margen o ignore las dañinas causas de orden estructural, histórico y cultural (desconsiderando, por ejemplo, la educación como factor fundamental para el progreso). Y en conjunto facultando la posibilidad de emplear la fuerza para potenciar lo indeterminado…
Fuente: “Perspectiva Económica y Académica Contemporánea”. UNET. Años: 2018-2019. (Pedro Morales). Docente Universitario. [email protected]; @tipsaldia|