Francisco Corsica
La mayoría del tiempo uno siempre tiene algo qué hacer. Sea en la casa o en la calle, uno tiende a estar ocupado en los quehaceres cotidianos. Así somos los humanos: creamos nuestras propias rutinas. Decía el padre del psicoanálisis que quien no trabaja, no se divierte y no maneja emociones tiende a volverse loco. Si lo miramos bien, sin las tres pareciera que el ser humano no tiene razón de ser.
Concentrémonos en la diversión. Después de los oficios particulares, uno tiene un tiempo libre que tratará de usar de la forma más entretenida posible, haciendo lo que a uno le gusta. Cada cual procura hacerlo a su manera. Particularmente disfruto de hacer varias cosas. Me gusta leer, ver películas y series, navegar en la red, entre otras tantas. En fin, cada quien tiene sus formas de divertirse.
La televisión es un instrumento que hemos disfrutado desde su misma invención. Revisando un poco su historia, en un principio se trató de un aparato que se tenía en la sala del hogar, se veía en familia y había que encenderlo sin control remoto. Aunque no había demasiado por ver, para la época era entretenimiento puro. Al día de hoy tenemos uno en la sala, sí, pero también hay en las habitaciones. Ya son a color y hay canales que vienen en alta definición de imagen. No son unas cajas grandes y pesadas como antes: ahora son planos y livianos. La tendencia es que sean televisores inteligentes, con posibilidad de conectarlos a internet y ver cualquier portal con contenido audiovisual.
Aunque no lo parezca, esto es una revolución. Tal vez no ahora, pero hace pocos años sí. Imagínate: es como si juntáramos una computadora y un televisor. Dos en uno. Todo artefacto tiene que ser inteligente ahora. Aprovechando las bondades de este ingenioso artilugio, muchas empresas han emprendido sus propios servicios de retransmisión en directo por suscripción, también denominados servicios de streaming. En términos sencillos, las empresas hicieron que cualquiera pueda meterse en una aplicación a través de su televisor y seleccionar el vídeo que quiera ver en el momento.
De hecho, hace poco llegó a Latinoamérica una nueva plataforma de streaming, propiedad de una de las compañías de entretenimiento más grandes del mundo. Esa compañía es fácil de distinguir: posee los parques temáticos más visitados del mundo y su fundador es la persona que más ha ganado premios Óscar. Su catálogo va desde sus filmes clásicos hasta las producciones de sus recientes adquisiciones.
Hay para todos los gustos y muchos de sus programas son adictivos. Por ejemplo, en una de ellas se mantiene entre los primeros lugares una telenovela colombiana de hace varios años, posiblemente una de las más icónicas del género. Pero en el mismo ranking aparecen también películas, series largas y miniseries. Aburrirse no parece una opción teniendo a la mano estas herramientas. Yo no me aburriría. Son muestra del diverso contenido que tienen y que podemos disfrutar en cualquier momento.
Para unos el problema está en no poder pagarlos. Otros, en cambio, no tienen el televisor adecuado para acceder a las plataformas. Tercero, hay quienes no gozan de conexión a internet. Las tres condiciones son necesarias para usarlas. Pero ellas están ahí, esperando que las usen y disfruten. Vienen como anillo al dedo en estos momentos: son muchas horas en casa sin saber qué hacer. Para eso está la televisión, el internet y un sinfín de cosas.
Todos estos avances tecnológicos tienen que redundar en mayor comodidad para la humanidad. Después de todo, la tecnología está allí para facilitar todos los procesos humanos. Tener un canal así entretiene muchísimo. Además del entretenimiento y la información que se recibe, empoderan al espectador: es uno mismo el que decide qué va a ver y cuándo lo va a ver. No hay una imposición de antemano.
Lo que veo puede ser pausado, puedo retrocederlo y adelantarlo, incluso podemos salirnos antes de que el programa se acabe. Literalmente uno tiene el control. En la televisión tradicional nada de esto sucede, y aún así, esta sigue allí para uno. Son dos caras de una misma moneda. En definitiva, la televisión inteligente vale la pena. Como muestra de ello, hace poco disfruté de una serie colombiana ya terminada sobre la biografía de nuestro Libertador, así como dos series españolas sin concluir: una sobre un atraco a una institución financiera y otra sobre un crimen cometido en una escuela privada. Realmente enganchan.