Opinión

Política, ética y destrucción

29 de enero de 2019

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El término política comenzó a popularizarse a partir el siglo V a.c. con la aparición del libro La Política de Aristóteles. Desde entonces ha sido objeto de estudio y debate de los grandes pensadores de la historia, pero es obvio que el objeto al cual refiere está presente desde la comunidad primitiva en la que el hombre tuvo necesidad de  enfrentar y solventar  circunstancias relativas a lo público,  a la organización social. De manera que es posible afirmar que la política ha estado ligada al devenir de la humanidad, sus circunstancias, vicisitudes, enfrentamientos, avances y desgracias. A partir de tan disímiles contextos en la lucha por el poder, la política ha construido y desechado principios y fundamentos, algunos de los cuales  son pilares de importantes teorías y otros, muchos quizás,  han sido apartados y explican los procederes políticos signados por el “todo vale”.

La llamada “guerra fría” surgida después de la II guerra mundial con el enfrentamiento de los dos grandes bloques de poder surgidos de esa conflagración, sirvió de excusa para intensificar  estrategias, trocadas en políticas destinadas a debilitar al contrario, expresadas en las más disímiles formas de espionaje, sabotajes, acusaciones, negaciones y un largo etcétera. Surgieron como armas políticas  elementos probados por aparte en su efectividad informativa y en la siembra de líneas de opinión pública, en lo que el aporte de Hollywood resultó trascendente: la comunicación de masas y la mentira. Se produjo una desbordante expansión de los medios de comunicación y la constitución de grandes conglomerados transnacionales de la comunicación a través de capitales provenientes de otros sectores, con el propósito fundamental de propiciar desde la información, la opinión, la cultura  y el entretenimiento,  la caída de la URSS, lo cual ocurrió en 1989.

Surgió la necesidad de asegurar el dominio planetario y expandir el  capitalismo como su garantía  propagando las tesis neoliberales  y el llamado “Fin de la Historia”,  aprovechando una globalización que intentaba acabar con el estado-nación y la soberanía, para asegurar el poderío del capital, al tiempo que imponía en lo cultural el modo de vida occidental, lo “universal” y el desarraigo,   instalando  la idea de que el capitalismo es la única forma de organización social posible y no hay modelos capaces de sustituirlo. Al tiempo se fue produciendo un vaciamiento del discurso político, no solo de fundamentos  y modelos, sino de todo componente ético y de principios. La política se volvió cuestión de imagen y de poses, con la mayor aridez en propuestas y programas, abonando la aparición de dos fenómenos terribles para el desempeño de la política y la ética en su práctica: la “anti-política” y la “videopolítica”. La primera, por ser un planteamiento definitivamente político a través del cual se juega engañosamente denigrando de la política, al tiempo que esta se convierte en una trivialidad, con la avaricia y el lucro como valores supremos; la segunda, porque le entrega a los grandes conglomerados de la comunicación, los filtros para escoger los actores que se someterán a sus mandatos si desean tener éxito.  Esta descomposición de la política contaminó a las nuevas generaciones de la acción pública del establishment, pero igualmente, el desaliento que generó, abrió las puertas a las tesis revolucionarias de transformación las cuales se constituyeron como alternativas y conformaron en el continente las llamadas democracias posneoliberales, algunas de las cuales perviven y otras fueron traicionadas.

Sin duda, esos polvos trajeron los lodos que amenazan hoy a Venezuela: sectores de la oposición a la orden del hegemón del norte, intentan con descaro y sin escrúpulos dar al traste con la paz y la democracia construidas por el pueblo. Presenciamos el vil espectáculo del intento de destrucción de las instituciones mediante el desconocimiento de la constitución y las leyes, la violación de las reglas del juego democrático, convirtiendo sus formalidades en una pantomima en la que un títere de escaso calibre se autoproclama presidente al aliento de una concentración histérica enardecida. Está claro que se trata de puro circo, el pan, la paz y la pervivencia de Venezuela y sus hijos no cuentan. Total lo que cuenta de verdad es la entrega de nuestras riquezas para pagar el favor.

Gustavo Villamizar D.

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