Los conflictos atraen la atención de multitudes y es común que el pulso se acelere cuando los escenarios de un día decisivo se sienten próximos. Todavía más si se dibuja una guerra, con toda la fascinación y los grandes temores que provoca. Hollywood ha moldeado al público con la simpleza de los buenos y los malos, escenas de coraje y destrucción, las batallas decisivas y los días “D”. Se pensaba que el 23 de febrero sería uno de ellos.
La tensión aumentaba porque se presentía que una operación política, la de la ayuda humanitaria, propia de las pautas de los manuales de propaganda, se podía convertir en la formulación enunciada por Klark von Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios”.
INTERVENCIÓN
En realidad, no es extraño que se esté pensando en combates armados o en una guerra de verdad. Desde agosto de 2017 el mandatario estadounidense ha venido insistiendo en que no está descartada la opción militar. El Washington Examiner ha informado del despliegue de fuerzas militares estadounidenses hacia Colombia.
En el mismo sentido, la Casa Blanca ha mostrado su determinación de cambiar el gobierno venezolano por cualquier medio. Y en días recientes, John Bolton, afirmó que sí podría haber una acción de los militares estadounidenses en la frontera venezolana, en el caso en que unidades militares bloquearan la entrega.
GOLPE PALACIEGO
Sin embargo, no es la intervención de fuerzas militares extranjeras en Venezuela la primera opción considerada por el Consejo Nacional de Seguridad de Estados Unidos. Antes de una intervención, se trabaja en función de que los propios militares venezolanos, sin bajas de soldados extranjeros que pudieran invadir el territorio venezolano, sean quienes procedan a cambiar al Presidente y al Gobierno, bien sea por medio de un golpe palaciego, una rebelión o una sublevación.
El evento político organizado en Cúcuta tenía ese propósito de presionar a los oficiales de la fuerza armada. Luego de lo ocurrido, posiblemente se encuentren otras modalidades para tal fin.
EL DIKTAT
Había quienes estimaban que la presión sobre los militares daría resultados de inmediato. Una suerte de deserción en estampida. Pero no ha sido así. Quizás porque detrás de la pesada capa de ligerezas y consumismo, yace todavía una vena de dignidad.
De ser así, el conflicto pudiera ser abordado como un asunto interno, resuelto entre venezolanos, y no como resultado de una presión política y militar extranjera ante la que rendirían sus armas los soldados venezolanos al aceptar un mandato, un diktat. Aunque luzca paradójico, sólo así, con reciedumbre disuasiva, se abriría el camino para la política, para los acuerdos.
Leopoldo Puchi