Esta semana continúa la farsa de las negociaciones entre el régimen y la MUD. Estas se desarrollan en el marco de la peor crisis económica y social en Venezuela. El colapso de la salud pública y la imposibilidad de acceso a los alimentos afectan ya a millones de venezolanos. La gente se está muriendo de infecciones e inanición. Sin embargo, tanto el régimen como la MUD siguen jugando en el mismo tablero, mientras los venezolanos son tratados como fichas de negociación.
El Gobierno tiene muy claro su objetivo en esas negociaciones: Ganar tiempo. Esto es vital para avanzar con su Constituyente hacia una situación que, según su seudolegalidad, parezca irreversible. Todo acuerdo que el régimen suscriba y toda promesa que haga siempre estarán sujetos a lo que resuelva la Constituyente, la cual actúa como válvula de seguridad. Por eso, cualquier negociación que comience antes de la total disolución de esa Constituyente estará condenada al fracaso.
La MUD, por su parte, enfrenta una grave crisis de legitimidad. La alianza de oposición electoral ha sido repudiada y rechazada por amplios sectores de la sociedad, debido a que se evidencia una política colaboracionista con el régimen. Este rechazo obligó a la MUD a no postular directamente candidatos en las elecciones de alcaldes, aunque finalmente lo hicieron a escondidas. De igual forma, la aparición de la alianza “Soy Venezuela” y el surgimiento de un movimiento amplio de “abstencionarios”, confirman que el sector opositor está dividido y que muchos venezolanos no se sienten representados por la MUD.
A la crisis de legitimidad que enfrenta la MUD se suma la falta de credibilidad derivada de un discurso falso e incoherente que ha quedado en evidencia muchas veces. En un último intento por superar sus propias fallas de diseño, la MUD asiste esta semana a República Dominicana con tres peticiones para el Gobierno: 1) Apertura de canal humanitario; 2) Liberación de los presos políticos; y 3) Garantías para elecciones libres.
Independientemente de las parciales y microscópicas concesiones que el régimen pueda hacer en cada una de esas tres peticiones, lo relevante es que la estructura de poder cívico militar sobre la que opera el Estado chavista seguirá intacta. En lugar de articular una estrategia nacional e internacional para derrocar a la dictadura, la MUD prefiere negociar con el régimen “paños de agua tibia” para tapar los graves y agudos problemas que requieren remedios mayores.
El domingo pasado, el propio Julio Borges admitió sin rubor las profundas debilidades de la táctica de la MUD: “Tenemos ya dos años pidiéndole al Gobierno la apertura del canal humanitario, y lo seguiremos haciendo”.
Lo que no dice la MUD es qué está dispuesta a ofrecer al Gobierno a cambio de esas peticiones. Y esto es lo que desnuda su falsedad. ¿Vale la pena negociar soluciones aparentes y parciales, a cambio de hacer más fuerte al régimen? En otras palabras, ¿vale la pena que dejen entrar a Venezuela unos bultos de comida o de medicinas, que liberen selectivamente unos presos políticos y que le den otro rector a la MUD en el CNE, a cambio de someterse a la Constituyente fraudulenta? ¿A cambio de que la Asamblea Nacional le apruebe nuevas operaciones de endeudamiento al régimen? ¿O a cambio de luchar para siempre dentro de la Constitución chavista?
El peaje que la MUD estaría dispuesta a pagar resulta mucho más caro, en términos humanos y políticos, que las migajas que les han prometido. Un camino más costoso, porque deja el destino de la república en manos de una política de pedigüeños y de servidumbre voluntaria, con la cual podremos conseguir de vez en cuando una bolsa de comida, pero jamás la libertad.
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Humberto González Briceño