Antonio José Gómez Gáfaro
Transcurría el año 1945 -con la Segunda Guerra mundial por acabar y los países en ruina-, cuando el 24 de octubre entró en funciones la Organización de las Naciones Unidas, ONU: su fin fue evitar, a toda costa, otra guerra como la pasada. Es lógico que, para cumplir su cometido, tuvieran que reconocer la dignidad del hombre; así, el 10 de diciembre de 1948, en la Asamblea General de las Naciones Unidas en París, se proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. La preocupación de las Naciones Unidas por los derechos de todos parecía ser muy real teniendo como ejemplo que se fundó, 2 años antes, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, UNICEF, con el fin de garantizar el cumplimiento de los derechos de la infancia y la adolescencia.
Han pasado ya algunos años desde aquellos días de esperanza para la humanidad en los que la emoción, por tener reunidas a las grandes naciones en un solo recinto y comprometidas en la consecución de la paz y el bienestar, ha ido pasando. Poco a poco se desdibuja el fin de aquella organización que reunía los ideales nobles. Poco a poco pierde su rumbo y va a sotavento, a merced de las ideologías.
¿Qué derechos defienden de nuestros niños, de nuestra juventud? No hablemos, por ahora, de cómo defienden los derechos generales de los hombres. Hace poco, en abril del año en curso, UNICEF publicó un documento de discusión titulado Digital Age Assurance Tools and Children’s Rights online across the Globe (Herramientas de garantía de la era digital y derechos del niño en línea en todo el mundo). Me asombra que esto no ha tenido mayor realce y, más que asombrarme, me preocupa. A todos nos debería preocupar.
El informe aborda las maneras en que las políticas gubernamentales pueden ser empleadas para proteger a los niños de los contenidos nocivos, abusivos y violentos en internet. Los resultados que presentan están basados en un estudio realizado en 19 países de la Unión Europea en los que, en la mayoría de los países, los niños que consumían pornografía no se sentían “ni molestos ni felices”.
El estudio referido, EU Kids 2020, concluyó que algunos niños y jóvenes “buscan intencionadamente contenidos sexuales” por diversos motivos y que, ver imágenes sexuales, “también puede representar una oportunidad” para dar respuesta a preguntas sobre la pubertad y la educación sexual. El documento de discusión citado afirma que cualquier esfuerzo por bloquear el acceso de los niños a la pornografía en línea podría infligir sus derechos humanos, además de decir que pedir verificación de la edad para acceder a la pornografía en línea puede negar a los niños el acceso a lo que denomina “educación sexual vital”. El sitio web del instituto de investigación de C-Fam te puede completar mejor esta información.
Es indignante que puedan decir cosas como éstas. Estos señores pasan por alto la gran cantidad de estudios realizados por diversas instituciones que afirman el daño psicológico, social, emocional y biológico que entraña el consumo de la pornografía a cualquier edad. ¿No se habrán fijado en que, el solo hecho de consumir pornografía, es violar ya los derechos fundamentales de quienes son protagonistas en este material? Podrá decir alguno que no se violan los derechos de estas personas porque son libres y hacen lo que quieran, y otras cosas de este estilo… pero, ¿tomar lo que otra persona está dispuesta a dar sin que ella sepa lo que en verdad representa, está bien? ¿Está bien comprarle a una persona una antigüedad a precio de vaca flaca cuando, en realidad, vale mucho más que eso? Evidentemente no.
Las personas que están en el mundo de la pornografía no comprenden lo que hacen: están vendiendo su dignidad de hijos de Dios. Y hay mucho más, porque son innumerables los casos de violación y abuso en esos estudios de grabación, sin contar la tristeza, desilusión, pensamientos suicidas, y mil cosas más, que pasan por la cabeza de ellos. ¿Vamos a apoyar esto? ¿Vamos a permitir que nuestros niños tengan el “derecho” a ver pornografía? Sí, hay que darles una educación sexual sana, pero basada en principios, en moral, en temor de Dios, y no en libertinaje y desenfreno. Que sea en la familia donde se les eduque, y no que se deje esta responsabilidad en manos de malintencionados.
Los verdaderos derechos del hombre son los que tiene de cara a Dios. El verdadero valor del hombre es el que tiene de cara a Dios. No es el valor que las ideologías y los tiempos le quieren dar porque, como el cuento, siempre le darán menos al hombre… ¡nos colocarán precio de vaca flaca! Una vez más lo digo, con repetido martilleo: de que tú y yo nos portemos como Dios quiere dependen muchas cosas.
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