Antonio Sánchez Alarcón
Reformar la Constitución de un Estado es un acto de gran trascendencia. Aunque las constituciones deben adaptarse a los cambios sociales y políticos, hacerlo con demasiada frecuencia genera inestabilidad y desconfianza. Cuando las reglas fundamentales del sistema político se modifican constantemente, el Estado pierde credibilidad y los ciudadanos ven sus derechos e instituciones en permanente incertidumbre.
Carlos Marx afirmaba que el derecho y las constituciones son productos de las condiciones materiales de una sociedad. Según él, las reformas legales deben reflejar cambios estructurales profundos, no simples intereses de las élites. Una reforma constante de la Constitución, en lugar de responder a necesidades reales de la sociedad, a menudo responde a intereses políticos coyunturales. Esto convierte la Constitución en un instrumento de manipulación, en lugar de una garantía de estabilidad y justicia.
Por otro lado, el pensador Edmund Burke, conocido por su defensa del conservadurismo, sostenía que las instituciones deben evolucionar gradualmente y con prudencia. Para Burke, los cambios abruptos o frecuentes en el marco legal desestabilizan la sociedad y destruyen la confianza en las tradiciones y en la continuidad del gobierno. En su visión, una Constitución debe ser sólida y resistente, un pilar en tiempos de crisis, no algo que cambie con cada gobierno.
Frecuentes reformas constitucionales pueden debilitar la confianza en el sistema político. Cada reforma crea incertidumbre sobre las reglas del juego, lo que afecta a las inversiones, la economía y la cohesión social. En muchos casos, las reformas son impulsadas por gobiernos que buscan extender su poder o limitar los derechos de la oposición, lo que fomenta el autoritarismo y la tiranía. Ejemplos de esto se ven en países donde las constituciones son modificadas para permitir reelecciones indefinidas, erosionando la democracia.
La Constitución de un Estado debe ser un marco estable que garantice derechos y principios fundamentales. Las reformas frecuentes, aunque puedan parecer necesarias, generan inestabilidad política y social. Como señalaron Marx y Burke desde perspectivas distintas, las constituciones deben responder a necesidades reales y respetar la estabilidad institucional, no a los caprichos de quienes detentan el poder en un momento dado. La prudencia y la estabilidad son esenciales para la confianza en el sistema político y su recurrencia en el futuro.