Opinión

Repelencias 235

12 de enero de 2019

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Doña Elba de Mercado,la eterna maestra en la vida de tantos chácaros, nos advirtió aquel día. -Mucho cuidado, muchachos. No se metan entre los carros y esos muchachos que vienen en las bicicletas. Sabía la profesora que llegaban a Pregonero los pedalistas que abrirían la historia de La Vuelta al Táchira en su primera edición. No hizo falta tal consejo. El ulular prolongado de las sirenas y el envoltorio de tierra, barro y agua que traían los locutores en esas endiabladas unidades móviles, marcó la expectativa a los emocionados alumnos del Grupo Escolar Sánchez Carrero. Yo me agarré de un alambre que rodeaba la capillita de La Cruz de la Misión, en la curva a la entrada del pueblo. Y ocurrió lo más impactante en la vida de todos. Apareció el gran Martín Emilio “Cochise” Rodríguez, tomando la curva cerrada, acostadito sobre su cicla, dispuesto a enfrentar la última recta en la calle Real del poblado. Todos fuimos a verlo de cerca en la raya de sentencia. Casi 20 minutos después, llegó Álvaro Pachón, en embalaje endemoniado con Penagos. Un día Frank Motta me regaló la dicha de presentarme al mejor pedalista del continente. Le conté esta historia sobre su triunfo en el pueblito más aficionado al ciclismo del mundo. Me abrazó y dijo: -Nunca podré olvidar esa etapa tan grandiosa.     

No cae mal recordar que los venezolanos nunca hemos disfrutado de la violencia que caracteriza a otros pueblos. Siempre los abrazos son los que se imponen a la hora de cualquier eventualidad. No olvidemos que mientras nos insultamos sin saber la razón, los que aúpan esos signos que estallan en la cara de familiares, amigos y vecinos, tienen a su gente muy lejos, disfrutando de dineros de sospechosa procedencia y a salvo de cualquier chispita que los pueda salpicar. Somos hermanos.

Entramos al botiquín con la intención de escucharla vieja rock-ola del local. Siempre de luto cuando llora tangos, boleros y rancheras. Mario José no pierde la costumbre de meterle lochas chimbas y arandelas pulidas para engañar a la máquina que canta. Creo que perdió todo ese metal, debido a que la rock-ola funciona con la cuenta del consumo de kerosene.

Se nutre uno de energía positiva cuando pasea por las calles de La Grita. No falta el que suelte un madrazo de contertulio desocupado. Tres veces recorrí esos senderos en mañanas frescas de cafecito y quesadillas. Abraham salta y saluda en pos de un tolete de pan recién sacado del horno. Lo devoramos en franca rochela filosófica.

No faltan losopinadores de las cosas feas. No tardaremos en escucharlos echandopestes contra los eventos feriales. –Eso no es ni un centavo de las ferias de “mi época”, caballero. No aceptan la hinchazón de rodillas y tobillos. El apuradito para orinar y las ganas enormes de encontrar siquiera una piedra sin punta para echarse a resollar sus caminaditas en el circuito.

Tres zapatos recogió el camarada en el taller -Qué pasó con el otro carramplón, Reinaldo? – No me alcanzó para el remonte del par completo, carretico. Tengo que voltear los cuellos de unas camisitas donde Doña Bertha. La franelita de rayas rojas va perdiendo el color original. Se corrió la pintura y ahora parece rosada difuminada. – Ahí vamos, camarada.     

Carlos Orozco Carrero

   

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