Al circuito ciclístico que se realiza en las avenidas España y 19 de Abril tiene especial significación para los hijos de Pregonero. Durante muchos años, durante la víspera del evento deportivo, con la asistencia más numerosa del deporte venezolano, sacábamos nuestros ahorros para contratar el vehículo que nos trajera a disfrutar de esta hermosa carrera. Hace unos cuatro años, mientras se realizaba una vendimia profondos para el grado de bachiller de la ahora doctora Valentina Chacón Pérez, nos encontramos Ricardo Montoya, Ciro Chacón, Miguel “Burrito” Ángel Servitá y el que esto cuenta. Esa caravana multicolor, los amigos buscando kioscos para refrescar brasas del día anterior y los vendedores de cualquier cosa apretujaban la asomada para ver el pelotón y preguntar -¿Cuántas vueltas faltan, caballero? Ricardo nos señaló el estilo de un vendedor de sabrosos buñuelos, quien hurgaba insistentemente una fosa nasal, buscando lo que todos tenemos. Observamos al sujeto con su enorme bandeja, repleta del manjar deseado por las multitudes en eventos de este tipo. Nuestro amigo lo llamó insistentemente, hasta que lo tuvo a nuestro lado. –A la orden, señores, ofreció el vendedor al grupo. –Amigo, le dijo Ricardo. – Búsquelo en el otro hueco, porque ahí no lo tiene.
El Día del Maestro sigue hundiéndose en las profundidades del subsuelo gubernamental. Lo triste de esta situación de hambruna, que sufrimos en todos los niveles de la docencia, es que hay todavía colegas que se resisten a entender y a aceptar que esta situación fue planificada en la isla de la gozadera oficial. Ahí vamos, colegas. Llevando leña y esperando el cambio obligado que ha de venir.
Sugerimos a la Mesa del Combustible que deben estacionar al lado de las estaciones de servicio una enorme jaula de la Guardia Nacional para mostrar allí a los irresponsables que dejan a las mayorías sin gasolina. Sería bueno ver a algunos militares, bomberos y bachaqueros detenidos en esas patrullas para que les dé vergüenza y se acabe la tragedia que sufrimos todos.
El salario mínimo nos recuerda la sentencia del tirano cubano, cuando sentenció que las revoluciones no se hacen con gente feliz.
Esa serenata fue inolvidable para los muchachos de la época. Resulta que durante la retreta de la mejor banda musical del mundo, la Bolívar de Pregonero, se fue fraguando la continuación de nuestra costumbre de despertar a las muchachas más lindas con canciones propias de amor de estudiante. El negro Rafael, enfermero de alta calidad, recién llegado de la marina militar y empleado del hospital San Roque y amigo de todos en el pueblo, preguntó sobre el plan musical de la noche. –Yo quiero ir, Carreto. –Nunca he visto una serenata y llevo un kerosene para todos. Llegamos a la ventana de alguna de ellas y nos dispusimos a cantar “Despierta, dulce amor de mi vida”. A punto de terminar la segunda canción de la serenata, un líquido amarillento se dejó alumbrar por la luna uribantina de esa noche y fue a caer sobre la cara del negro enfermero. –Rafael sacó a relucir sus conocimientos de Medicina y sentenció: -En esta casa están tomando antibióticos, muchachos.
Carlos Orozco Carrero