Carlos Orozco Carrero
La plaza Jáuregui era el sitio perfecto para descansar en horas de madrugada del recorrido serenatero que hacía el grupo de poetas y músicos a las muchachas más hermosas de la comarca. Corría la década de los 60 en la ciudad de La Grita. Yo nunca estuve en esas rondas de amor precioso, caramba. Hubiese regalado una estrella a alguna dama merecedora de un vals y un bolero en las voces y acordes musicales de Ramón Moncada, Ramón Avendano, Héctor Paredes Márquez, Miguel Ángel Méndez y otros enamorados de la vida romántica en la época. Qué envidia, por Dios Santo. Orgullo deben sentir las muchachas de entonces al despertar con aquellas melodías cargadas de promesas infinitas, dibujadas en un rayito de luna, perdón, y tú qué hiciste por mí, vida consentida, te seguiré y otras poesías llenas de suspiros combinados entre la luz que encendían y aseguraba la presencia y atención de la novia a las canciones dedicadas a ella bajo la mirada cómplice de los amigos que cargaban los envases y las copitas para dar completa imagen a las más bellas manifestaciones de amor comprometido ante el cielo pleno de luceros y Dios como testigo.
-Melqui, amor. Cuando mi tía Pulqueria le dice así a Melquiades es porque necesita algo con urgencia. –Dime, Pulque. –Ay, papi. Por favor, pide unos lunches gourmet por deliveri, que no quiero meterme a la cocina hoy. El viejo Cosme casi se revienta de la risa al escuchar el pedimento de mi tía. –Ahora le cambiaron el nombre a la sopa de arveja con chochecos y aguamiel tibio, dijo el mamador de gallo del grupo casero. Claro, le tocó que salir a reír a la calle con tapaboca y todo.
En los estadios de las ligas de fútbol europeas están poniendo figuras de anime, las cuales imitan a un público fantasma para dar la sensación de multitudes con gritos ensordecedores a través de enormes cornetas frente a las jugadas de los muchachos en cada equipo. Alguien explicará algún día este fenómeno tan disparatado para lograr el desarrollo de las actividades deportivas en tiempos de pandemia. Bueno, no está demás explicar que en Pregonero utilizábamos antorchas de trapo, impregnadas de kerosene, para dar rienda suelta al deporte de las patadas en horas nocturnas. Lo de las patadas es francamente literal, amigos. Cuando se terminaba el combustible, la oscurana invadía el campo deportivo y el reparto de pata desenfrenado hacia de las suyas. El balón en algún rincón del estadio y todos reventando espinillas a la sombra que osara moverse un centímetro siquiera. Todavía tenemos cicatrices en las piernas y tobillos los zagaletos de entonces, como muestra de nuestra aventura deportiva en Uribante.
El gordo Sósimo no aguantó la desesperación del encierro y salió esmachetao como ayudante en un camión de hortalizas hasta Maracay. Lo llevan y lo traen por toda esa vía. Le pagan comida y la quedada en un hotelito propio de estos trabajadores. –Llévate una muda de ropa, interiores y medias para que te sacudas el sudor con unos duchazos. -Ah, no olvides el tapaboca y una gorra. La vieja Pulqueria, a pesar que siempre lo anda corrigiendo por nada, lo aconseja con consideración. Así será la angustia que sufre Sósimo por el encierro que, a pesar de ser tan flojo para el trabajo físico, decidió sacrificarse cargando guacales en el centro del país. –Allá va el gordo, caballeros.