Opinión

Repelencias 302

30 de mayo de 2020

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Carlos Orozco Carrero

Depresión y angustia nos provee esta cuarentena y su oscurana obligatoria. Es lo que sucede cuando combinamos pasado y futuro en nuestras mentes, caballeros. Nos podemos quedar guardaditos y seguir instrucciones oficiales para evitar posibles contagios. Lo malo es el tiempo largo, encerrados, mirando sombras difuminadas en solidaridad con nuestras familias, esperando el fogonazo de los pocos bombillos que aún nos pueden mirar entre fluctuaciones de energía irregular. Ya Cosme está diligenciando para que cambien ese horario tan duro de racionamiento eléctrico. -Y si los niveles del agua en las represas suben y la cosa se compone, carretico? –Soy capaz de regalarte unos cambures, Homero Ulises. –Dios te oiga…

El Centenario de Aquiles Nazoa no puede pasar desapercibido. Nacido en mayo, como los grandes, se erigió como nuestro poeta inmenso. Escritor, cineasta, guionista y hacedor del reconocimiento a las cosas más sencillas, Aquiles cantó a lo simple y valioso de la vida. Fíjense: “…Y no espero del destino/sino la modesta gloria/de haber pasado a la historia/como el cantor del cochino…”

Se escuchan voces altisonantes en casa de mis tíos. Uno llega contento y con ganas de una conversa sabrosita para pasar el tiempo tan lento que experimentamos en cuarentena y se encuentra con esta discutidera banal. –Ahora, cuál es el motivo de esa gritadera, tía? –Este hombre desagradecido, carretico. –A quién te refieres? –El flaco Elpidio. -Tenía tiempo sin venir de visita. -Ni recuerdo por qué no había vuelto a esta casa. –Yo no veo a nadie aquí, trate de calmarla. –Le sirvo un cafecito con un toletico de pan tostao y quesito ahumado que trajo Melquiades de Pregonero y me sale con esa risita burlona al verme las manos. -Ajá, Pulqueria, me dijo. -Ya te están bajando las pecas a las manos y eso significa que estás vieja. – Le solté una cantaleta para matar marranos, sobrino. -Creo que Elpidio no vuelve a pisar esta casa en meses.

Lo que son las cosas del destino, amigos. El Doctor y Santo José Gregorio Hernández se encontró en Caracas con el eximio maestro compositor y guitarrista de clase universal, Antonio Lauro. A la muerte de su padre, el músico nacido en Ciudad Bolívar, partió junto a su madre, a la capital del país,  en búsqueda de familiares italianos que se habían asentado frente al Ávila. Antonio tenía nueve primaveras y enfermó de gastroenteritis durante el viaje. Al llegar a Caracas buscaron al Santo sabio y éste le curó tan grave dolencia. Dos genios venezolanos en cruce de destino para gloria de nuestra nación.

Las aguas mansas de los valses y bambucos tradicionales, arreglados para instrumentos de sonido exquisito, se encuentran y abrazan con las crecientes pinceladas musicales, ejercidas por los protagonistas responsables de dar color caliente a golpes, picardías y merengues en perfecta invitación a buscar pareja y acople para dar vuelo a la expresión corporal de todos.  Son danzas chispeantes, en ritmos propios de la nueva música campesina, las que ofrecen imágenes reflectoras del por qué somos como somos.  Es  la fusión ideal que nos identifica por senderos que marcan nuestras serranías tan bonitas. ¿Bailamos, hermosa dama?

 

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