Opinión

Repelencias 349

15 de mayo de 2021

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Carlos Orozco Carrero

Cuentan que el hombre había escuchado algo referente a los pactos con seres malignos para lograr objetivos en la vida. Que tenía que llegar a golpe de 12 de la noche a una bifurcación de caminos, mejor dicho, a una pata de gallina entre senderos, para encontrase con el diablo. Virgen del Carmen bendita, señores. Se animó y, a pesar de que había que entregarle el alma al hijo de las tinieblas por sus favores, llegó al sitio denominado El Delgadito, un cruce de carreteras que van a Bailadores, La Grita y Pregonero. Ya eran las 12 de la noche pasaditas, y el frío y la soledad arropaban el ambiente lúgubre del lugar. Un fétido olor inundó la zona y una sombra fantasmagórica apareció frente a nuestro asustado personaje. Después les cuento sobre el pacto entre Edelmiro y el diablo en el cruce de caminos del páramo de La Negra, caballeros.

Desde que Martín Emilio “Cochise” Rodríguez llegó a Pregonero, en la primera Vuelta al Táchira en Bicicleta, nos hemos amarrado a todos los eventos del mejor deporte del mundo. Ahora es el Giro de Italia el que nos tiene atrapados frente a las pantallas de los televisores en nuestra región. Así se lo hice saber en una oportunidad maravillosa, cuando Frank Mota me lo presentó en su programa de radio. Me comentó que no olvidaba aquella infernal etapa en que llegó a sacarle casi 20 minutos a Álvaro Pachón, Segundo en la plaza Bolívar del pueblito más aficionado del mundo.

Descubrí que en la sala de mi casa, las tutecas viven en un cuadro que hay de una calle de Seboruco. Salen y regresan de la pintura con agilidad espantosa. Sospechando algo sobrenatural, revisé el cuadro y las vi en plena acción. Allí se pasean por toda la calle del cuadro y viven tranquilas en sus casitas, y hasta se pasean y dan una vuelta por una placita que está dibujada también en la obra.

Cuando Tulio vio que vendían la bodega Las Quince Letras a precio razonable, decidió hacer vida detrás de un mostrador en el pueblo. Los muchachos se dieron cuenta de que el bodeguero era nuevo y no conocía a su futura clientela. Pobre hombre, señores. Estos zagaletones empezaron a llegar a la tienda a preguntar: -¿Señor, tiene atún? Todos y cada uno de ellos preguntaban lo mismo. Graneaítos llegaban con la misma intención. Esa noche, Tulio entendió que ese producto se vendía mucho en el pueblo. A la semana, bajaba el camión de los víveres y en la bodega dejaron unas 30 cajas del producto marino. –Muchachos, llegó el atún, les gritaba. Nunca volvieron a preguntar los malvados callejeros.

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