Carlos Orozco
Una medalla de oro olímpica nos eleva a niveles superiores dentro del deporte internacional. -¿Una sola?, pregunta Cosme. -Claro, compadre. Es un valor máximo y pone nuestro nombre a codearse con los mejores en el medallero y clasificación a la hora de sacar cuentas en el universo olímpico dorado. Claro, no debemos olvidar las medallitas plateadas con nuestros atletas de alta competencia logradas en Tokio. Estamos muy orgullosos de ellos.
Los feligreses de siempre y el peregrinaje constante en honor y agradecimiento al Cristo del Rostro Sereno. Es fuerza de vida lo que se respira ante la imagen bendita del milagroso Santo Cristo de La Grita. Muchos fieles han hecho esfuerzos inmensos para llegar a la veneración anual de nuestro patrono del Táchira. Será así por siempre, paisanos.
Siguen las lluvias revolcando agua y barro por todas nuestras carreteras. Es difícil mantener en buen estado las vías de comunicación si no se hace un mantenimiento permanente. Todos lo saben y pocos hacen algo al respecto.
Miguel Cabrera se acerca poco a poco a los 500 cuadrangulares y los 3.000 hits en su carrera deportiva en la Gran Carpa. Son números que cada día se van inflando para despejar el camino triunfal al Salón de los inmortales en las Grandes Ligas. Recordamos que Andrés Galarraga no llegó a los 400 jonrones por la mezquindad de un mánager dominicano. Rojas Alou lo dejó durante muchos juegos en la banca de los Gigantes de San Francisco para darle oportunidad a un zurdito que no bateaba mejor que nuestro Gato y era inferior con el guante. Bueno, hay que celebrar esos hitos deportivos de nuestros peloteros, cariños.
Se hacen las Olimpiadas cada 4 años. También las Olimpiadas que llaman Paraolímpicas. Todos participan y los frutos se cosechan por los que mejor se preparan en cada evento. Bueno, en la selva los animales no se quedaron atrás y programaron una carrera para saber quién era el animal más veloz de la comarca. Se inscribieron los rapiditos. El venado, el caballo o purasangre, el leopardo, el conejo, la gacela y hasta el paciente burro pidió que lo anotaran para competir. El rey león intentó convencer al jumento para que no hiciera el ridículo ante tanta velocidad amontonada. Los reglamentos no impedían la participación del sonriente burro y, así, se dio la largada. Una vuelta por el bosque con jurados por todo el recorrido. Después de un rato, a lo lejos, se veía una polvareda. Todos intentaban divisar el remate final. -¡El burrooooo! ¡El burroooo! La multitud gritaba sorprendida. Ganó el burrito. Al momento de entregar la copa de oro al ganador, llegó el caballo con una protesta contra el triunfador. -Qué es lo que alegan ustedes para anular ese éxito tan contundente, preguntaron los del jurado. -El burro corrió con garrocha, señores.
Carlos Orozco Carrero