Carlos Orozco Carrero
Por estos días de agosto se pone de manifiesto que la fe católica en nuestro Táchira está más arraigada en nuestra población. A pesar de las limitaciones que tenemos con esto del virus chino, muchísima gente se acercó a los templos del Santo Cristo del Rostro Sereno y de la Santísima Virgen de la Consolación. Observamos que el agradecimiento a nuestros patronos, por tantos favores recibidos, se conjuga cada año con más fuerza. Es pertinente decir que nuestro Táchira es especial en cuanto a los santos milagrosos que cubren con su manto sagrado este terruño hermoso. En otras regiones tienen solamente una referencia sagrada.
—Yo soy un pescado para nadar—, aseguraba Gonzalo Guirigay a las orillas del majestuoso río Negro, en Pregonero. Todos subimos a la enorme roca que servía de trampolín hasta el pozo de las espumas. Había que hacer una pirueta extraordinaria para no dejar la porra desbaratada sobre la parte baja del río.
—Compadre, si usted es un pescado para nadar, venga y tírese desde aquí, le gritamos todos. Gonzalo calculó la altura y las maromas obligatorias para el chapuzón salvador y respondió a todo pulmón: ¡Quién ha visto pescados tirándose de piedras!
Productiva la visita a Mario Román en su casa de la Atenas del Táchira. Muchos cuentos e historias sobre nuestros amigos. Primero, hablamos de nuestros propios pellejos. Después, quién los manda a no ir al pueblo. El café y las quesadillas se quedaron en una súplica…
Más de 100 personas asistieron a la misa en honor al Santo Cristo en los predios de Asdrúbal Pérez García en este pueblo. Se supo en número exacto porque se agotaron las 80 paledonias que se repartieron con aguamiel y hubo que buscar otras 30 de emergencia. Son eventos de los hijos de La Grita para agradecer tantos favores recibidos. Hermoso gesto. Tengo una paledonia en fondo para la próxima.
El flaco Elpidio se entusiasmó tanto con la primera pelea de gallos que vio en su vida que compró su propio animalito fino y de espuela certera. Lo entrenó tipo Rocky y lo hacía correr todos los días por terrenos irregulares. Hasta le puso un nombre: Mi gallito volteador, le decía. Lo echaba a pelear a campo traviesa. Nada de galleras donde no pudiera desarrollar velocidad ni estrategia alguna. Fuimos a verlo en una promocionada pelea entre el gallito volteador y un giro que trajeron de Puerto Rico. El éxtasis de la gritería inundó todo el pueblo. Hasta las amas de casa dejaron sus oficios para acercarse al lugar. Les dejaron todo el campo deportivo a los animalitos. Apenas los galleros en el centro del lugar. -Sueeeeelten los gaaaallos, gritó Leopoldo “Braguetas”, el anunciante. El gallito volteador salió esmachetao, como alma que lleva el diablo. El giro boricua lo persiguió intentando picotearle las plumas de la cola. El gallito de Elpidio corrió despavorido casi hasta la pared del jardín central. Todos gritaban, decepcionados. Mucho dinero en las apuestas. De repente, el gallo giro empezó a quedarse en su carrera de persecución. Jadeaba y casi se le salían los ojitos. Le faltaba oxígeno y amenazaba con caer en busca de un descansito. Un silencio que se escuchó en Tovar arropó el campo deportivo. El gallito volteador se paró en seco y volteó la mirada hacia su contrincante que yacía en el suelo. Para eso lo había entrenado el flaco Elpidio. Regresó con mucha calma y, mientras el bullicio ensordecedor animaba a la multitud, le entró con pico y espuelas especiales que le había preparado José “Faro de agua”. Dicen que los dueños del giro no quisieron ni mirar lo que había quedado de su animalito. Parece que tenían un hidroavión en la represa…