Carlos Orozco Carrero
Se han dado cuenta ustedes, apreciados lectores, de que cuando nos vamos a comer unas arepas, siempre tenemos un par de ellas en el plato… Es costumbre que nos inculcaron desde niños para completar el “amarre” y no quedar fallos a la hora de salir por los senderos de la vida a buscar lo de los otros dos “golpes” y ajustar la papa del día. A cualquier hora se piden dos arepas y, si es tarde de la noche, hasta tres pueden acompañarnos a la cama después de una pernicia sabrosona.
Mi tía Pulqueria hace un comentario sobre las supuestas apariciones de extrañas naves que nos visitan desde hace tiempo al planeta Tierra. -Ya agarraron el metedero en la bodega de la señora Cleofe, dice, molesta. -Qué muestre fotos verdaderas o testimonios de gente seria para creerle. -Eso de a mí me dijeron, lo contó un viejito que vive cerca, por televisión mostraron…¿Tendrá razón mi tía respecto a esos relatos que han agarrado fuerza en los últimos tiempos por estas tierras encantadoras? Lo cierto es que la gente llega muy tensa a esa bodega. A veces se les nota en su rostro la angustia por la que atraviesan. También es cierto que salen con algún producto y con la tranquilidad de haber pasado unos minutos envueltos en risa y mamadera de gallo. Son sitios de conversa, camaradería y paz, cariños.
-El día que Los Tiburones de La Guaira ganen un campeonato, me retiro de su afición y no los vuelvo a apoyar jamás. Son comentarios de Rubén Padilla, seguidor del equipo escualo, quien jura que se siente bonito estar a la expectativa cada año y nunca celebrar el soñado campeonato. Son aficiones de un pelotero que todavía juega duro y muestra sus condiciones en el club Latino y el Demócrata. El viejo Melquiades comenta que este tipo está algo trastornado de la porra y fuera de foco al apoyar a los Tiburones desde niño y ligar para que no ganen.
Eso pasa por la maldita costumbre de estar contando todo lo que a uno le ocurre. Sea bueno o malo, en preciso pasar agachado para que la gente no se entere de nuestras alegrías y vicisitudes. Cabe señalar la respuesta que recibíamos al saludar a don Pablo, pesero del pueblo. -Buenas tardes, don Pablo, ¿Cómo está? -Mal pa´que te alegrés. -Porque si te digo que bien, te ponés bravo. Qué genio, señores. Le pasó al gordo Sósimo en días pasados. Llegó a casa de mi tía Pulqueria con unos zapatos nuevos, ajustaditos para sus pies anchos y largos. -Creo que me metieron estos zapatos un número más pequeño que los que pedí en el almacén. -Casi no los aguanto, nos dijo. -Quién te los trajo, preguntó la tía, socarrona. -Yo mismo fui y me los medí antes de pagarlos. -Allá me quedaron bien, se quejaba, desconsolado y con los dedos apuñuñados, debajo de la capellada. -La próxima vez que vayas a comprar zapatos, lleva los pies, remató Pulqueria. Por esas respuestas lapidarias de la vieja es que la gente la aborrece.
Se adelantó al viaje eterno nuestro amigo Emilio Pineda Gómez. Estamos tristes por esta realidad tan dolorosa para todos. Conversador y testigo de tantos cuentos en la plaza Sucre de La Grita y sus alrededores. Gran amigo.