Carlos Orozco Carrero
El Mes de la Mujer es todo el año, preciosas damas.
De malas los pedalistas latinoamericanos. Egan con su accidente y la presencia de los eslovenos para sacudir las esperanzas de triunfo de nuestros vecinos en Europa. Es cuestión de preparación y los atletas de alto rendimiento profesionales son responsables de su realidad frente a tantos compromisos en el mundo deportivo.
¿Será posible que los que saben de cuestiones bancarias y procesos de cambio de moneda se pongan de acuerdo para ofrecer unas taquillas en los bancos para hacer transacciones con Las tarjetas de débito y recibir moneda extranjera por nuestros bolivaritos? Son preguntas que hace el flaco Elpidio en la casa del Estanco. Mucha facilidad para contar con dinero en nuestros bolsillos a la hora de hacer un mercado en sitios más económicos para los asalariados y pensionados.
Ahora sí la compusimos, señores. Mi tío Melquiades y el gordo Sósimo encontraron un entretenimiento que los ha llevado a vivir de las apuestas todos los días últimamente. Se suben a un balcón por la vía donde vive mi tío y esperan a que suene el motor de un carro al acercarse. Cada uno escoge un color de inmediato y así se gana o se pierde en un momentico. Pulqueria, al principio, les llevaba cafecito y pan. Ahora los viejos le pasaron un cerrojo a la puerta que lleva al balcón y no le abren a nadie. Apenas se escuchan los gritos de estos amigos desocupados.
En el viaje que hicieron don Ricardo Montoya y Miguel Ángel Servitá a Europa tuvieron la oportunidad de viajar en tren, disque para conocer más. Desde la madre patria, hasta los confines del Viejo Continente, planearon el recorrido. Miguelito se pegó a la ventana amplia del ferrocarril moderno y observó cada movimiento y paisaje que se apareciera a la vista. Emociones y la promesa de llegar a Venezuela a contarnos a todos de esta experiencia maravillosa. Cuenta Don Ricardo que en tierras italianas Miguelito le comentó sobre la posibilidad de un regreso a España más cómodo. – ¿Estás loco, compadre? -Eso no se puede. -Vamos a hacer la diligencia, compadrito, le rogaba el compañero de viaje. -Nada se pierde con preguntar. -Vaya usted y pregunta. A mÍ me da pena que nos vean cara de tontos y sudacas, se sacudió Ricardo. Y, ¿qué era lo que quería Miguelito? – Al fin apareció en el centro de la estación de ferrocarriles, con el caminado y su risita imbomba, dice el profe. – No es posible, compadre. Vamos de regreso en el mismo tren. -Te dije que no aceptaban que viajáramos en poste, así corrieran más rápido. Buej…