Carlos Orozco Carrero
Se dio un extraordinario convite entre los peloteros que hacen vida en el Centro Latino y sus familiares para acomodar el campo deportivo donde se desarrolla el mejor softball de la región andina. Carretillas, rastrillos, palas y lonas húmedas para dejar el terreno planito para que Tony no pueda explicar el salto de piedrita que siempre se le va entre las piernas. Una enorme olla aliñada con verduras y costilla gorda premió a los colaboradores de siempre. Labor que sirve de ejemplo para los enamorados del deporte en general. Así se trabaja, cariños.
Les ofrecí en días pasados la historia candorosa de Abundio con una mascota extraordinaria. Ocurrió en Acirema, donde lo inverosímil de hace rutina ante los ojos del que se atreva a mirar este territorio mágico, señores. El cuento es que nuestro amigo encontró un nido de zamuros en las orillas de la quebrada azul que recorre desde los picachos altos hasta las tierras planas, donde se desparrama para dar fuerza al riego natural que necesitan las plantas y los animales que alimentan a los afortunados habitantes de la región. Un huevito recién puesto se llevó Abundio y lo confundió con los de una vieja pata gruñona que dejaba sus últimos pujos en el rastrojal pegado al cerrito. El calor y los cuidos de su dueño hicieron posible el nacimiento de todos los pichones esperados. Apareció Concho y cuadró el negocio que había pactado con Abundio sobre comprarle todos los plumíferos de la camada. Se los llevó todos, menos el morenito que amenazaba con no seguir con vida. Nuestro amigo le fue dando comidita, abriguito y todo lo que sea chiquitico para una situación parecida de crianza sufrida. El animalito creció y se convirtió en una mascona extraordinaria para Abundio. Lo llevaba al pueblo a hacer diligencias de rigor. Entraba al banco a revisar saldo, panaderías y bodegas con Plumín, que así lo llamaba desde que nació. Todo marchaba al compás de la dicha y del amor, como dijo el tercio aquél, hasta que los genes del zamurito lo obligaron a picotear a un inocente puerquito que engordaba en el chiquero para diciembre. Ramona, la sufrida esposa de Abundio, lo obligó a deshacerse de Plumín lo más pronto posible. -Menos mal que el marrano era de la casa, caramba. Dicho y hecho, señores. Abundio llevó a su mascona encerrado en una caja huevera y la dejó en una cuneta cerquita de los que llaman Sepulturas, bajando para Boca de Monte. Antonio Mora le abrió el falso de la casa al afligido Abundio, triste todavía por haber traicionado a su moreno y noble amigo. Antonio le señalo la boca de la chimenea al jefe de la casa. Allí estaba Plumín, orondo y sonriendo, mientras levantaba un trozo de arrulí entre sus patas. –Qué cuento tan malo, carreto, gritan en el taller de José Mario.
Poco a poco se va acercando la fecha de celebración de los cincuenta años del equipo insignia del béisbol tachirense, Los Titanes de La Grita preparan toda una programación para que todos los aficionados a la pelota caliente se animen y celebren tan magna fecha. Luis sacristán y muchos amigos están de frente en la preparación de un libro testimonial, donde las fotografías más increíbles de tantos peloteros que han pasado por este glorioso equipo nos deleiten en un recorrido histórico del deporte de las mayorías. -¡Arrequinta esa bola, Diablito!