Carlos Orozco Carrero
Es cosa de escuchar a los que se atreven a leer estas repelencias cuando dicen que lo que aquí se escribe son puras mentiras. Puede que tengan razón, caballeros. Lo que pasa es que la mayoría de los amigos están metidos hasta los tuétanos en el celular y no observan que muy cerca de sus entornos ocurren situaciones tan interesantes para el ojo del que está pendiente de la realidad que estos internautas pasan por los lados de esos escenarios extraordinarios y ni pío. Miren bien y pongan atención a lo más simple y sencillo que nos arropa en cualquier momentico. No olvidemos lo que ocurrió con la señora Penélope López aquella madrugada. Después no se asusten, cariños. Por algo se los digo.
Se hizo una hermosa caminata en tierras de Junín. Muchos amigos y sus familias se dieron cita en este evento para rendir homenaje al Muchacho de Cuquí, Don Tulio Hernández, con motivo de su celebrado centenario. Me gusta que se haga reconocimiento a un ser humano dedicado a las cosas provechosas de la vida. Deporte, educación y sancochos, donde la fraternidad se hizo presente en sus acciones de vida. Me sacaron ventaja en la subida a Cuquí y Edgar “cascarita” Moreno no me esperó para los brindis respectivos. Tengo que entrenar mucho para pegarme al corte con esos viejos deportistas de Rubio.
Los maestros venezolanos están como el coronel aquel que no tenía quien le escribiera. Estamos esperando la firma del contrato colectivo constitucional y ya nos está saliendo telaraña en la angustia diaria con esta ñinguita de salarios.
Pasamos por Lobatera y vimos a un grupito de amigos en su tranquila plaza Bolívar. Juan Cordero, Edgar Contreras, Oswaldo y Jesús Alberto recogieron hermosos recuerdos para plasmarlos en la mente de todos los que escuchaban tanto relato maravilloso. Muchas melodías y fraternidad solidaria en tardes bonitas hemos vivido en este pueblo de los primeros en Táchira.
El ciclista malasangre fue expulsado de toda competencia local, nacional e internacional por su conducta antideportiva. Nunca ingirió sustancias prohibidas. Tampoco utilizó remolque alguno para ayudarse en subidas fuera de categoría. Lo que ocurría con este pedalista era que no le daba seriedad a su trabajo profesional. Después de cada etapa venían las quejas de sus compañeros de ruta sobre sus acciones antideportivas. Su desayuno lo acompañaba con un cuarto de kilo de ajos criollos. También agregaba a su alimento tempranero unos chorros de talvina enfuertada en barril de duela doble con par de aros incluido. Claro, ningún ciclista se quedaba detrás de él. Eructos infernales y sonidos grotescos invadían la ruta montañosa que quedaba perfumada con olores a cañafístola trasnochada. También se quedaba en la parte trasera del pelotón y emitía unos gritos alarmantes, confundiendo a todos con las cornetas de un camión sin frenos. Los organizadores de las competencias decidieron sacarlo de nómina y apenas quedó el recuerdo de este extraordinario pedalista que prefirió reírse de sus amigos a ganar lo que quisiera con su bicicleta. Por Dios santo que lo que digo es verdad. Si no, que se abra la tierra y nos trague a todos.