Carlos Orozco Carrero
Eso de la bola de candela que corrió por la quebrada El Cacique, jurisdicción de Tovar, no son inventos de algunos desocupados para asustar a la gente. Cuenta Teodulfo que en la quebrada San Roque de Zea también vieron la enorme pelota de fuego que pasó bramando mientras el agua salía a borbotones de las hendijas más secas de la geografía merideña por esas fechas. ¿Tiene algo que ver ese fenómeno de la candela con el agua en infernal crecida? -Pregúntenle a los Santiago que viven en Timotes, insiste el viejo Teo. -No son inventos míos. Por eso es que uno no cuenta lo que ve en horas de profunda oscuridad y presencias extrañas.
Guerra, guerra y más guerra para dar satisfacción al demonio en su destrucción de la existencia humana sobre este planeta tan hermoso.
El escándalo que armó mi tía Pulquería en días pasados hizo que todos los vecinos corrieran a ver qué ocurría en la casa de mis familiares. –Cuente, cuente, cuente, Doña Pulqueria, pedían todos los guelefritos y arrimados al lugar. –Déjenla tranquila, refunfuñaba Melquiades en la puerta del dormitorio. Cosme sonreía al ver el alboroto que se vivía allí. –¿Usted sabe algo?, preguntaba el flaco Elpidio con mucho interés. Es que la vieja compró un cartón de huevos donde Onofre y lo dejó en la acera de entrada a la bodega, mientras regresaba por un jabón de carey. –Yo le cambié el saco donde tenía los huevos y le metí unos pollitos bebé que había en una jaula para la venta. –Cuando Pulqueria sintió que algo se movía en el saco, lo soltó y salió diciendo que era castigo de Dios eso del intenso calor que había empollado los huevos de Melquiades dentro del saco. –Ahí está con un escoyunto y ya le están dando agua alcanforada para que se reponga.
Ocurrió en el botiquín del viejo Genarino Zapata en las inmediaciones del camino real que va desde Guaraque hasta Michitud. El hombre había alquilado el lugar para celebrar algún evento por aquellos días. Lo cierto es que mientras el baileteo estaba en lo mejor de la noche, se apareció en la puerta del cuarto grande, donde estaba la rock-ola, un caballero perfectamente trajeado de riguroso negro. Todos voltearon a verlo en su figura alta y flaca. Sus ojos emanaban algunos destellos sorprendentes y tenían forma ovalada. Se arrimó al mostrador y se empujó un trago de miche aliñado que el compadre Elías había traído de Canaguá para la fiesta. El visitante escribió algo sobre el polvo que había caído en el mostrador a consecuencia del tierrero que levantaron las parejas en sus raspacanillas alborotados. Se marchó sobre un caballo gris plateado. Todos corrieron a ver qué había escrito aquel hombre tan extraño. Valiant Thor, se leía en letras mal hechas. Pasaron décadas para que el señor Eulogio pudiera recordar aquel nombre inolvidable para los que asistieron esa noche al sitio de Don Genarino. Valiant Thor era el mismo que se apareció en el Congreso de los Estados Unidos con la intención de conversar con el presidente de aquel país, allá por los años 50 del siglo pasado. -Por Dios de mi madre santa que yo estaba en esa fiesta, carretico. -Qué necesidad tengo de inventar esas cosas, insistía el licenciado Fídolo, en su conversa aliñada con ese condenado miche tan sabroso.
El deporte nos ha mostrado el lado oscuro de la derrota muchas veces. También hemos ganado en otras oportunidades para satisfacción de las mayorías criollas. Pero, ese gol extraordinario que le clavó nuestro Bello a los brasileros vale por un millón de derrotas amontonadas en algunas vidas de todos nosotros. Ahora sabemos lo que sintió el gran uruguayo Obdulio Varela cuando produjo El Maracanazo, respetando distancias, cariños. Dios existe, Neymarinho.