Carlos Orozco Carrero

Preocupaciones mundiales por la invasión a nuestros hogares por parte de estos seres malditos que arroparon al planeta entero. Todos tenemos uno de tal o cual capacidad para hacer y recibir llamados y buscar allí lo que queramos en cualquier momento. Los fulanos celulares son una especie de plaga necesaria para el desarrollo de nuestra existencia. Todo el mundo se queja y pontifica sobre su uso dañino cuando ven tanto apego al aparatico milagroso. Pero, apenas tenemos un chance, sacamos el nuestro para entrarle a la bobera también. Todos cargamos uno debajo de la cobija para hacer nuestras investigaciones respectivas. Es el entretenimiento universal, donde encontramos de todo como en las tiendas de la calle de La Barranca en Pregonero. Sin embargo, hemos comprobado que su uso se minimiza a punta de oralitura venteada. Es cuestión de escuchar a un buen merolico para observar cómo el aparatico se esconde para dar cabida a los mejores cuentos del mundo.   

Eddie Palmieri nos dejó mucha calidad con sus arreglos e interpretaciones dentro de lo que se conoce como la salsa brava de New York. Nos enseñó, junto a los precursores del ritmo caribe, El Gran Combo de Puerto Rico, a disfrutar y a bailar con el tumbao que tienen los negros al caminar…  

Dicen los nuevos profetas de medio pelo que este año van a dejarse ver los extraterrestres que viven cerca de nuestras estrellas planetarias. Bueno, queridos lectores. Hay gente que no se sorprenderá al verlos. Ya los habitantes de algunos rincones de nuestros andes bonitos los tienen de amigos desde hace muchos años ya. San Agustín es lugar preferido por estos panas para deslizar sus naves descoloridas en tardes de puntal con cafecito, cariños. 

Venían de barrio Sucre a altas horas de la madrugada. Un carrito Valiant resistía el peso de 6 amigos de contextura regular, quienes bajaban de celebrar el cumpleaños de la novia de uno de ellos. El muchacho que conducía era el único que tenía licencia y un bocao de certificado médico vencido que lo autorizaba para enfrentar a la autoridad que aparece en escondrijos disimulados propios de esa hora y a mitad de semana. Apostaban en reto valiente a ver cuánto tiempo tardaban en llegar hasta el puente del Torbes a todo trapo en bajada desenfrenada. La idea era acelerar el carrito hasta que vomitara la gasolina por el carburador y apagarlo para ver qué vuelo agarraba y esperar a llegar hasta el barrio El Rio, sin tocar frenos siquiera. Parece que una cuadra más abajo del Salón de Lectura, pasando por la Quinta avenida, alguien intentó abrir la puerta del carrito convertido en cohete terrestre. De pronto, sintieron que no había calle alguna y que podían ver desde lo alto los arbolitos de la plaza San Miguel. El agua del río se metió entre las latas arrugadas de lo que era un vehículo automotor. Nunca pudieron explicar cómo llegaron volando desde la carrera 4 hasta La Marginal del Torbes. En cada esquina una historia.