Opinión
Repelencias 591
sábado 22 noviembre, 2025
Carlos Orozco Carrero
El flaco Elpidio llegó de visita a la casa de mis tíos. Tenía tiempo sin venir por estos rumbos. Este amigo de la familia estuvo en Berlín en unos estudios referentes a eso que llaman Inteligencia Artificial –IA- por sus siglas en inglés, para desarrollar todo lo que tiene que ver con la producción de panela, alfondoque, guarapo fuerte. melcocha, miche y demás derivados de la caña de azúcar en cuanto trapiche sabrosón encontramos cerca de matas de hinojo floreado. Cuenta mi tía Pulqueria que nuestro amigo Elpidio llegó presentando ciertas molestias extrañas, que se le manifiestan cuando mira al cielo azul. Si, una especie de vértigo en retruque, enfermedad que les da a los científicos que exprimen sus mentes a niveles extremos y los obliga a sostenerse de cualquier horcón, chamizo o barrote de ventana. Dice el flaco que siente como si fuera a salir volando hasta desaparecer en el´profundo azul del cielo. -Como si La Tierra me expulsara de golpe al espacio infinito, asegura. También dice mi tío Melquiades que ahora carga una gorra con tres viseras para evitar mirar al cielo en días soleados y evitar esos vahídos propios de gente superdotada. No sé qué le diré cuando lo vea. Seguramente me dará un ataque de risa, que es lo que me produce cuando veo a un sabio criollo sin quitarle lo bailao.
Dentro de los montoncitos de cantos, relatos e historias que se le escuchan al juglar Vicente Hernández Torres, todos enmarcados como retratos vivos de la vida en los pueblos, aldeas y senderos que conforman el Sur de Mérida, encontramos granitos de oro por donde uno va recorriendo el rumbo, señores. Dice Vicente que, en una noche fría, en la plaza Bolívar de Acequias, un caballero, sentado en una banca y abrigado totalmente con chaqueta y sombrero, fumaba desesperadamente para sacudir el helado viento que amenazaba con paralizarlo por completo. La señora Adulfa, que tenía una bodega frente a la plaza y dejaba una ventanita abierta para atender a los clientes trasnochadores, decidió pedirle candela al señor que no lograba distinguir debido a que estaba sentado al pasar la calle y las aceras del lugar. –Por favor, señor, le gritó desde la tienda. –¿-Me puede regalar un poquito de candela para encender mi cigarro? Vicente relata que el caballero estiró su brazo desde la banca donde estaba sentado y le puso su cigarrillo frente a la ventana. Los músicos de la región campesina entonaron al tiempo unos versos dedicados al episodio fantasmagórico ocurrido en aquella plaza limpiecita, oscura y solitaria -” De ver el brazo tan largo/ con el cigarro prendido/ Adulfa cayó en el piso/ desmayada y sin sentido” ”..Desde ese día Doña Adulfa/ Nunca salió a la ventana/ No fuera a ser que a aquel hombre/ se le alargara otra vaina”. Lo que falta en esta conversa de Don Vicente Hernández Torres es una canción criollita, interpretada por Amado Carrero en Guaraque y un trago de miche arrequintao de Pregonero por el pecho, señores. En cada esquina una historia.
La gente no valora la observación in situ de los acontecimientos que se ofrecen en bandeja exquisita al que logre ubicarlos en su justa dimensión y pueda advertir que hay algo extraordinario en cada huella repisada que caminamos por estos caminos de Dios. Por algo dicen que cuando todo acabe en este mundo maltrecho y sabrosón, quedarán los que muestren y cuenten al que atienda qué fue lo que pasó en esta tierra bendita. –¡¡Qué nerviera, cariños!!
En el bodegón del Buen Estar se puede practicar la oralitura en su máxima expresión para completar la vida fabulosa de cada uno de sus protagonistas cuando dejan sacar una cocha de charlonerias, aderezadas con finas hierbas y bebidas reconfortantes para hacer los cuadres semanales de afecto y querencia legitima. Y no es apología al consumo de kerosene venteado, caballeros. Es necesidad de escucharnos un tris.
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