Opinión
Repelencias 595
sábado 20 diciembre, 2025
Carlos Orozco Carrero
Rompe la paz de la tarde uribantina el bramido de una corneta de aire comprimido ubicada en el techo del camión de Patricio y empieza la algarabía para iniciar la caravana que promete pólvora, música campesina, trote de caballos y reparto de caramelos durante el recorrido que nos regala la víspera de la misa de alguna aldea responsable del acto madrugador del otro día. Son las misas de aguinaldos que llaman a los feligreses que cada día crecen frente a la iglesia del Carmen y San Antonio de Pregonero. Así estamos hechos dentro de nuestro catolicismo. En todas estas comarcas andinas es igual, señores.
Dos ladrones en su huida se metieron dentro de la salita de una casa y recorrieron frente a los dos sillones que los ancianos habitantes ocupaban mientras veían televisión y tomaban chocolate con pan y queso. El queso no tan salado por aquello de la tensión alta. Quedaron paralizados los cuatro. Los pillos con su botín mostraron sus armas a los ocupantes. –Qué vaina nos llevamos con estos viejos, dijo el que fungía de jefe entre los dos. –Ya nos vieron y nos reconocerán al retrato hablado de la policía. -Tienes que matarlos, ordenó. El delincuente gordito apuntó a la cabeza de la señora y le preguntó: -¿Cómo te llamas, abuela? –Yo me llamo Dorotea, balbuceó la pálida doñita. –Te llamabas Dorotea, replicó el bandido, acercando la pistola. –Un momento, gritó el jefe. –Dorotea se llamaba mi mamá y no la puedes matar. Sería como dispararle a mi propia madre. –Mata al viejo. – ¿Cómo te llamas, abuelo? – Ricardo, pero todos me dicen Dorotea, señor ladrón. En cada esquina una historia.
Ahora es que hacen falta los niños con sus instrumentos navideños. Cuatros, maracas, tambores, furrucos, charrascas, palitos y un buen coro que vaya por las casas cantando villancicos y aguinaldos para preparar la llegada del Niño Jesús en un ambiente precioso donde la familia sea protagonista principal de toda esta festividad decembrina. Me gusta mucho participar en nuestras parroquias, cariños.
El burro explotado llamaba la atención de todos los habitantes del pueblito tachirense. Su dueño, hombre malvado y sin corazón, lo castigaba sin piedad. El oficio del viejo era vender yuca, naranjas y chirimoyas en una carreta grande de madera y ruedas torcidas. El burro no hacía sino jalar la carreta, mientras su amo gritaba a todo pulmón: -¡¡Yuuuca!! – ¡¡Naraaaanjas!! ¡¡Chirimoooooyas!!. En las tardes, el hombre estacionaba el carretón y se metía a una casa a tomar guarapo fuerte con cerveza fría para aliviar su trabajo. Ahí quedaba el jumento en un suspiro largo y triste. Lo que son los cuentos, caballeros. Pasaba por ahí un señor y se quedó observando al pobre burrito. –Ayyy, qué vida tan sufrida llevó yo con este hombre tan malvado, susurró en voz baja el burrito. El hombre quedó sorprendido al escuchar al animalito en su queja. –Disculpe, burrito. -¿Usted acaba de hablar o es el calor infernal que me hace escuchar cosas extrañas? -Por supuesto que soy yo el que hablo, amigo. –Esto es mucho sufrir. –Voy a avisarle a su dueño, burrito. –Ni se le ocurra, amigo. Si ese viejo se da cuenta que yo hablo, me pone a ofrecer a mí: –¡¡Yuuuca, naraaaanjas y chirimooooyas!!
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