José de la Cruz García Mora
Todo mundo habla sobre la importancia y necesidad de las clases presenciales. La educación a distancia no logra satisfacer por completo a los actores escolares. Hay múltiples factores para explicar los pro y contra de uno y otro método. Se necesita mucho espacio para desglosar al detalle las posibles argumentaciones. Pero hay un hecho incuestionable. El Gobierno convoca a las aulas.
¿Cómo reacondicionar los mecanismos para lograr el éxito pleno de la iniciativa oficial?
La clave fundamental está en la motivación. Pero esta depende de varias dimensiones:
psicológica, pedagógica, económica, social, administrativa, política, moral, y hasta operativa.
No existe ningún obstáculo para quien quiere aprender.
Ahí está la médula del asunto.
Hay tantas historias de vida asociadas con las dificultades sufridas en la época escolar por seres humanos exitosos. Ellos nunca dejaron de creer en la educación, como fórmula de lucha para crecer y alcanzar los objetivos de vida.
¿Cómo despertar y estimular las ganas de aprender en medio de la quiebra moral de las
instituciones y de los individuos a quienes no les calza la condición de ciudadanos?
Es una tarea dura para estudiantes, docentes y representantes.
El mensaje y el impacto formativo de la escuela choca contra la dinámica de la calle.
Este choque, por supuesto, no se refiere al ejemplo de quienes luchan día a día para salir
adelante, con base en el trabajo honesto y persistente. Poco se habla de esa forma positiva de
ganarse la vida. Se refiere precisamente a quienes representan todo lo contrario. A quienes hacen de la trampa una fórmula de éxito.
¿Puede la escuela enfrentar tantos desejemplos?
Volver a clases implica reactivar la lucha por la formación integral de las generaciones, dentro y fuera de la escuela. Asumir la tarea pedagógica con la convicción de que el proceso educativo abre las puertas a la superación personal y al progreso de los pueblos. No es un requisito académico, sino un compromiso social ineludible.
Existen dificultades para iniciar el año escolar. Nadie lo niega. Cualquiera elabora un rosario de quejas, inconvenientes y obstáculos. No es la intención de este artículo. La idea, más bien, es plantear el papel medular de la educación en la reconstrucción moral de las mentalidades, a partir del trabajo escolar honesto, responsable y disciplinado.
¿Hasta qué punto se ha evaluado la conveniencia o inconveniencia del retorno a clases? ¿Cuántos van a regresar a las aulas? ¿Con quiénes se cuenta para garantizar el derecho a la
educación de calidad para todos?
Las respuestas no están al alcance de los ciudadanos de a pie. No hay suficientes insumos para fijar posición al respecto. Pero regresar a clases implica multiplicar el compromiso con las generaciones, fortalecer los cimientos éticos de la sociedad y abrir espacio para construir los
horizontes del futuro. [email protected]